Buen provecho
El pez grande y el chico son de la misma especie, salmones. Pero el primero es transgénico, de ahí su mayor tamaño. Una diferencia que deberían advertir luego en la etiqueta.
Utilizamos el término “transgénico” para referirnos a un ser vivo cuya naturaleza ha sido alterada de un modo u otro por el añadido de genes extraños a su ADN. El salmón grande de la foto, por ejemplo, es transgénico porque para lograr ese volumen, que no era el suyo, se le introdujo una secuencia del ácido desoxirribonucleico de un pariente lejano. Esa secuencia es productora de una hormona que, como las galletas de Alicia en el país de las maravillas, te obliga a crecer. ¿Se adelantó o no Lewis Carroll a su tiempo? El gesto del animal denota, lógicamente, estupefacción. Por entendernos, es como si a un cuento de Augusto Monterroso (al del dinosaurio, por ejemplo) le introdujéramos un gen de La montaña mágica y deviniera en un libro de 800 páginas. ¿Seguiría siendo legible?, ¿tendría el mismo sabor que el texto original? Esa es la pregunta que nos hacemos respecto al pez grande de la foto, en cuyo rostro, ya decimos, es fácil adivinar un gesto de espanto biológico, quizá el mismo que, una vez ahumado o al horno, pondríamos nosotros al llevárnoslo a la boca. En cualquier caso, lo de la transgénesis es un hecho independiente del sabor. Si produce dinero, es buena, aunque sea mala. Si a una moneda de mierda le metes el gen del dólar, sabe a gloria. Quiere decirse que de acuerdo, que aceptamos el salmón transgénico como animal de compañía. Lo único que pedimos es que lo indiquen en la etiqueta, para que uno tenga la libertad de elegir. Ya se entiende que lo de la libertad de elegir es un modo de hablar. Así que nada, le ponen ustedes mucha salsa y buen provecho.
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