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LA ZONA FANTASMA
Columna
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Qué tonto fui

Sonia Pulido

Escribo esto el día en que Mariano Rajoy se ha pronunciado por primera vez sobre las “cuentas de Bárcenas” a las que ha tenido acceso este periódico. Les ha negado todo crédito y veracidad, pese a que los grafólogos han dictaminado que la letra de esos estadillos se corresponde sin duda con la del ex-gerente y ex-tesorero del PP durante dos decenios. Bien, sería posible entonces que Bárcenas, a lo largo de los tres años –creo– transcurridos desde que se vio involucrado en el caso Gürtel y empezó a ser molestado por la justicia, se hubiera dedicado a confeccionar esas partidas de ingresos y gastos, pacientemente, en su casa, con el fin de protegerse o de arrastrar en su caída –un acto de despecho– al partido que primero lo defendió, lo mantuvo en su puesto pese a los indicios, le sufragó los gastos de abogados, y bastante más tarde lo defenestró y lo abandonó a su suerte. Cualquiera podría anotar que nos ha entregado a ustedes o a mí tales o cuales sumas en dinero negro, y esas anotaciones no constituirían ninguna prueba de que eso hubiera ocurrido en efecto. Algo tan detallado como las cuentas que hemos visto requiere dosis de imaginación considerables, es cierto, pero tiempo no le habría faltado a Bárcenas para desarrollar la suya. Contabilidad creativa, más que nunca. Todo puede darse. Nadie del PP, sin embargo, ha apuntado esta explicación hasta ahora: “Reconocemos que la letra es de nuestro ex-tesorero, pero lo consignado por él es una invención, una falsificación, una fábula, algo ficticio”. Tal vez la ha impedido la admisión, por parte de unos pocos miembros del partido, de que algunas cantidades reseñadas se ajustaban a préstamos o donaciones recibidos por ellos, con muy nobles y comprensibles fines.

Me pregunto cuántos de esos once millones de votantes están arrepentidos de haber pres­­tado su voto al PP"

Al cabo de catorce meses desde las últimas elecciones generales, en las que el PP obtuvo casi once millones de votos, más del 44% de los sufragios y en consecuencia una mayoría absolutísima que le ha permitido hacer cuanto se le ha antojado sin que lo alterara ninguna voz discrepante (una situación de “despotismo legalizado”), uno se pregunta cómo se sentirán esos ciudadanos que le dieron carta libre. No me es fácil ponerme en su lugar, ya que jamás he votado a ese partido ni –dicho sea de paso– voté nunca al PSOE hasta 2004, cuando hasta Belcebú me parecía preferible a los Gobiernos de Aznar tras su Guerra de Irak y sus mentiras sobre el 11-M. Pero me da que estas sospechas de corrupción generalizada serán lo de menos para la mayoría. Habrá quienes digan: “Vaya novedad, ¿y qué esperaban? La sociedad entera no le hace ascos a un dinero extra, con excepciones. En todos los partidos habrá prácticas parecidas, como en tantas empresas, fábricas, comercios. Y aquí le parece ético a todo el mundo robar música, películas, libros, desde sus ordenadores”. Habrá otros, más cínicos o fanáticos, que encontrarán “necesarios” los sobresueldos porque los habrían cobrado los suyos, mientras que los juzgarían vil codicia si los hubieran percibido otros. Y también los habrá escandalizados y asqueados, como lo estuvieron numerosos votantes socialistas ante la corrupción del PSOE en los años noventa. Sea como sea, quién sabe cuántos de aquellos once millones deben de estar pensando: “Qué tonto fui”, cada mañana. Pero no por Bárcenas y sus aparentes revelaciones.

Son las personas que en catorce meses han visto cómo el Gobierno del PP ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales: cómo ha hecho una reforma laboral que deja los puestos de trabajo en precario, se pueden perder cualquier día sin apenas coste para el empresario; cómo eso ha añadido, sólo en 2012, más de medio millón de parados nuevos; cómo han bajado los salarios y la capacidad adquisitiva de la población en pleno; cómo se han subido a lo bestia el IVA y el IRPF que se había jurado dejar intactos; cómo las pensiones se han visto mermadas, los “dependientes” abandonados, la sanidad privatizada y encarecida, las medicinas bipagadas; la cultura despreciada y hostigada, la educación empeorada y con las tasas por las nubes; cómo, en cambio, a la Iglesia no se le ha rebañado un euro mientras sus jerarcas callan ante la penuria de tantas familias; cómo, tras el abusivo incremento del IVA, cada vez hay más gente desesperada que no lo aplica, y así se extienden la economía sumergida y el dinero negro; cómo el Gobierno se ha ganado la enemistad de médicos, sanitarios, jueces, profesores, comerciantes, gente de orden en principio. De esos once millones, muchos votaron sin duda al PP con la encomienda de que nos aliviara la crisis, y se la encuentran ahora agravada y afectándolos a ellos directamente, en sus carnes; descubren que están aún peor que con Zapatero. Ven que se desmantela a toda prisa el llamado Estado de bienestar, con el pretexto de la coyuntura económica. Que los ciudadanos quedan desprotegidos y que sus impuestos se emplean en rescatar a la banca que aun así se niega a conceder créditos a particulares, empresas y tiendas, asfixiándolos. Ven que el consumo baja y baja, y que al Gobierno, extrañamente, le trae sin cuidado. Ven que sus altos cargos y asesores no se aplican las rebajas, mientras los jóvenes emigran. Me pregunto cuántos de esos once millones están totalmente arrepentidos de haber pres­­tado su voto a quienes se lo prestaron, tras creer en sus promesas falsas. Cuántos no se levantan ya cada mañana diciéndose amargamente: “Qué tonto fui, pero qué tonto”.

elpaissemanal@elpais.es

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