Banquete pictórico
De golpe, apenas se ha avanzado unos pasos por las losetas entre la hierba, surge insolente el torso de bronce cubierto de una extraña pátina blanquecina, relativamente parecida a esas coberturas de azúcar glass que envuelven los alfajores navideños. Es ver ese torso-tótem en una primera visita a la casa de Alberto Corazón y activarse ilógicos mecanismos mentales por los cuales, durante los días posteriores a esa primera cita, el torso volverá y volverá a aparecerse sin un porqué. Luego, en la segunda y definitiva excursión a la casa-taller del pintor-diseñador, uno ya va avisado y no se topa con esa imagen primitiva y desasosegante, simplemente se reencuentra con ella. Será que tiene que ser así. Será que la fatalidad con que ciertas obras de arte nos acechan marca de manera drástica la frontera entre los antes y los después, y será que la contemplación consecutiva y prolongada de algunas creaciones salidas de la mano del hombre va cambiando de forma imperceptible pero decisiva nuestra relación con ellas. ¿O son siempre iguales las pinturas negras de Goya o el Descendimiento de Van der Weyden cada vez que los vemos en El Prado?
"Con el diseño camino y con la creación plástica crezco, y eso es una sensación física. Dos caras de la misma moneda"
"La gastronomía es un pilar de nuestra cultura. En este momento, como país, no existimos salvo por la cocina Y el deporte"
"No entiendo a quienes sienten miedo. Yo estaría exponiendo siempre. Una obra plástica necesita miradas que la nutran"
A la izquierda y al fondo del jardín está el estudio, y a la derecha y al fondo del jardín hay como un maremágnum campestre hecho de botes y tubos de pintura, libros de poesía tirados en las mesas, lienzos por el suelo y ese runrún silente de las cosas del campo. Detrás de la casa hay ciervos. Es este de Alberto Corazón un mundo en el que tienes la sensación de llevar toda tu vida pasando tardes placenteras, a pesar de no haber estado nunca aquí antes.
El escenario, secreta o confesablemente envidiable, destila quietud. Y eso, a pesar de que este señor de bigote y melena nacido en Madrid hace 69 años y que lleva 40 diseñando imágenes y pictogramas reales que simbolicen nexos imaginarios entre el hombre y las cosas que usa, está en capilla.
Alberto Corazón inaugura, esta misma semana en la galería Marlborough de Madrid, la exposición Pintar de memoria, y eso quiere decir que la procesión va por dentro, que hay que exhibir una tranquilidad a prueba de bomba y simular ante el visitante que este reencuentro con uno de sus dos yoes (artista-diseñador... y no, no es lo mismo, como se verá) es algo que le sucede todos los días, aunque está claro, para él y para el visitante, que no. También está claro que el creador de bellos y eficaces logotipos (ONCE, Casa de América, teatro de la Zarzuela, Paradores, Biblioteca Nacional, Universidad Autónoma de Madrid o la red de Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha, por poner solo unos ejemplos) afronta esta cita con un discreto pero irreprimible aire de revancha: el del artista plástico que nunca dejó de serlo. "Siempre he vivido en esa doble condición del diseño y la pintura", explica, "son dos caras de una misma moneda, son algo así como mi lado luminoso y mi lado oscuro, la racionalidad y la intuición... es más, sinestésicamente noto una cosa: que con el diseño camino y con la creación plástica crezco, y eso es una sensación física. Lo que ocurrió fue que, en mi caso, el diseño, sobre todo durante los años de la Transición, y a la espera de que la sociedad española fuera una sociedad moderna de verdad -cosa que todavía es un proyecto-, tuvo un protagonismo mediático fuerte, y eso acabó ocultando mi trabajo como creador plástico. Y me he dado cuenta de que eso me ha perjudicado. Hay que tener en cuenta que este país es una sociedad complicada: aquí, hacer una cosa bien a veces incluso te penaliza..., pero ya que intentes hacer dos resulta insufrible para algunos".
Vuelve Corazón a vestirse los hábitos del pintor público -en el sentido de pintor expositor- y es un buen momento (estar en capilla) y un buen lugar (estar en este lugar de torsos y ciervos y perros ladrando) para trazar paralelismos y antípodas entre dos disciplinas tan insultantemente distintas. Así que las reflexiones van saliendo a borbotones en esta mañana cualquiera de un otoño que aún es verano : "Pienso mucho ahora en algo a lo que creo que deberíamos darle vueltas, y son los conceptos de utilidad e inutilidad. El diseño es utilidad, es responder a un encargo, resolver problemas de un cliente, y la creación plástica es inutilidad. Además, en el campo de la obra de arte, su valor consiste en que sea única, y eso es algo muy anacrónico; en estos momentos en que, en todos los campos de la creación, todo consiste en que si tienes el disco de oro, que si has vendido tanto, que si tu película la han visto tantos espectadores... que el valor de algo radique en ser único es de verdad anacrónico. Pero sobre todo, ya digo, la obra de arte es inútil, y yo creo que hay que empezar a revisar el concepto, y darle a lo inútil su verdadero valor".
¿Algún ejemplo que le ronde la cabeza como para poderlo reivindicar a voz en grito?: "Bueno, pienso sobre todo en el tema de los parados. Un drama económico, por supuesto, pero yo pienso que el verdadero drama ante el que nos encontramos es que a un parado, la sociedad le considera un inútil, y eso es un drama no económico, sino humano. En otro nivel, si piensas en términos artísticos, pues resulta que las verdaderas vanguardias del siglo XX, que para mí han sido la música y la poesía, han sido consideradas como absolutamente inútiles por muchos".
El regreso del pintor Alberto Corazón tiene que ver con varias cosas: con el propio hecho artístico, claro, pero también, sin duda, con esa pequeña centrifugadora invisible que suele ponerse en marcha en la zona conocida como estómago cuando lugares y fluidos tan fascinantes como las papilas gustativas o los jugos gástricos traicionan la naturaleza. Una parte importante de la exposición está vertebrada por una serie de pinturas que bien pudieran caer en el género del bodegón de base real, esto es, sendas interpretaciones pictóricas de platos reales elaborados por cocineros reales en restaurantes reales. Alberto Corazón, gastrónomo confeso, ha encerrado en los cuadros de su pintura última los calabacines y las morcillas, las ventrescas y las tempuras, las olivas y los erizos que en un momento dado se zampó. Restaurantes de pedigrí contrastado e incluso modernidad forzada, propiedad de amigos suyos o sencillamente templos culinarios de su gusto, elBulli, Sacha, Diverxo, La Manduca de Azagra, Viridiana y otras casas estrelladas desfilan en forma de recetas de carne y hueso por lo que supone una peculiar reinterpretación moderna del bodegón.
La relación entre comida y arte no es nueva, sino vieja, casi como el mundo, y su escaparate de representación llena tratados y tratados. Hablamos de los Sánchez Cotán, Goya, Claesz, Caravaggio, Cézanne, Picasso, Juan Gris, Braque, Morandi, Dérain y decenas y decenas de artistas de toda una dinastía pictórica que arranca en Pompeya y desemboca en Barceló y su obsesión por los pulpos, los mejillones, los pescados y toda esa ralea de comestibles marinos llevados al lienzo y a la terracota.
Ahora, Alberto Corazón, plagado de humildad y nada sospechoso de pretender establecer comparaciones odiosas, prolonga esa estela gastropictórica. "El bodegón", reflexiona el artista, "es como un territorio de refugio, siempre lo he tenido ahí. Un amigo me dijo cuando le conté esto de los bodegones: 'Definitivamente, te van a echar a patadas de la modernidad'. Y en efecto, creo que estoy a punto de que me echen. De todas formas, a mí el tema de la comida me ha interesado mucho, siempre, y creo que existen muchos prejuicios, del mismo modo que también ha habido mucha retórica y mucho exceso cursi que han traído como consecuencia una resistencia al tema de la gastronomía como fenómeno cultural. Y yo pienso que es un pilar de nuestra cultura, y no te digo nada si hablamos desde el punto de vista de la identidad: en estos momentos, como país, no existimos salvo por la cocina y el deporte. Ferran Adrià y el Real Madrid son más populares fuera de nuestras fronteras que cualquier otra cosa".
Pero como no solo de comida vive el hombre, el segundo pilar temático que sustenta este Pintar de memoria es el del viaje, y más concretamente el del viaje a Egipto, un relato que a Alberto Corazón se le antoja emocionante y que se sitúa en la base de la idea del belén: "Quizá por esas cosas de resonancias juveniles, siempre ha habido un episodio que me ha resultado enigmático, que es el del viaje a Egipto. Y consulté los Evangelios y vi que no estaba ahí, porque es un episodio de los Evangelios Apócrifos. Lo leí y me dejó fascinado. Es un relato de iniciación, cruel, como lo es también el Antiguo Testamento. Y a partir de ahí realicé para la exposición esta serie de la huida. Y el bodegón más el paisaje más la huida conforma la estructura de la exposición".
No del todo exacto. Porque junto a los bodegones, los paisajes y los cráneos, subyace por ahí, en algún lugar del jardín, el injerto. El injerto no sabe muy bien qué es, pero ahí está. Puede que ahí estuviera siempre. Algo así como el monolito de 2001, una odisea del espacio: sin duda algo trascendente, pero cuándo, dónde, cómo. El injerto es una serie de figuras oscuras con formas cercanas a lo que pudiera ser una doble mitra papal. "No sé, no sé qué es esto, pero el otro día caí en la cuenta de que llevo como 20 años pintándolo". Lo que sí sabe es de dónde sacó el nombre, Injertos, y ahí la memoria -una vez más, la memoria, principio y fin de esta exposición- viaja a los desvaídos territorios de la adolescencia, y Alberto Corazón rescata de golpe y porrazo sus vivencias junto al abuelo en la huerta de Rafelbuñol, en Valencia. Allí, en Mas Roig, el abuelo, que al casarse con una chica rica de la región se dio cuenta de que era analfabeto porque supo entonces que había unas cosas llamadas libros, fue regalando al adolescente una mezcla impagable de vida en el campo y lecturas caóticas e infinitas. Lo han adivinado: de la vergüenza del iletrado pasó sin solución de continuidad al furor devorador de literatura. "Eso me marcó mucho, aquello de los injertos en la huerta, y aquellas horas infinitas de lectura", evoca el artista.
Memoria. "He titulado la exposición Pintar de memoria porque creo que, cada vez más, la memoria es el espacio donde se plantean y se resuelven las cosas", cuenta Corazón. "En ese sentido, yo creo que la escritura y la pintura son exactamente la misma actividad, porque desde el punto de vista neuronal activan los mismos mecanismos. Entonces, mi método es el siguiente: cuando estoy de viaje tomo apuntes de lo que me llama la atención, y cuando vuelvo a casa, y pasado un cierto tiempo, empiezo a trabajar sobre ellos. Nunca reproduzco lo que está en los apuntes, sino que los apuntes activan mi memoria y ahí empieza todo. Con el tema de los colores funciona así: voy a un restaurante y tomo notas de los colores, de sus nombres, azul magenta, azul ultramarino, amarillo cadmio, etcétera, y es el nombre de los colores lo que luego, en mi memoria, se reactiva a la hora de pintar". Para él, como reconoce, ha sido trascendental también a la hora de pintar estos bodegones la explosión de la palabra: la mera asociación de vocablos en principio banales como 'sesos' y 'rebozados' o 'revuelto' y 'morcilla' le sugiere, le invoca y le inspira. Pintura para comérsela.
¿Y cómo serán estas naturalezas muertas de corte gastronómico y estos paisajes de evocación religiosa cuando se termine la exposición madrileña de Alberto Corazón? "Es difícil explicarlo: puedes pasarte dos años trabajando duro en una exposición y luego, en cuestión de qué, de cuatro semanas, se acaba y ya está, desaparece, y si tienes muchísima suerte, te harán un día una retrospectiva o acabarás en un museo; bueno, en los sótanos de un museo. Pero no entiendo a algunos que sienten miedo cada vez que exponen, yo estaría siempre exponiendo, porque estoy convencido de que una obra plástica necesita miradas, las miradas nutren la obra. Es inexplicable, pero es así. Una obra de arte no es nada hasta que no la ve el público. Igual que un libro se nutre de sus lectores, hasta hacerse distinto".
En el último tramo de la conversación, el único diseñador miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando (ingresó en 2006) quiere volver al cruce de caminos entre arte y diseño, extraños compañeros de viaje, mundos compartidos entre la paleta y el estudio, diferentes fuentes y formas de comunicación. ¿Le ha llegado a ocurrir alguna vez la nada deseable idea de... diseñar un cuadro?: "¡No!, no se diseña nunca un cuadro. Por eso es una suerte poder diseñar unas veces y pintar otras. Sin embargo, yo tengo la sensación de que una buena parte de la pintura actual está nutriéndose de estrategias y perspectivas propias del diseño, y no de la pintura. En definitiva, Warhol no era más que un diseñador muy inteligente que vio cómo ampliando algunos dibujos y trasladándolos a una galería adquirían como un aura de alta cultura. Gran parte del pop es diseño en el sentido más literal del término".
El fotógrafo ultima los detalles de la aparatosa escenografía que servirá para inmortalizar las frutas y las verduras, los panes y los peces, los erizos, los pimientos del piquillo y las flores de calabacín. Al fondo, inquietante, oscuro, casi conminatorio, queda, apoyado en las patas de la gran mesa-atelier, uno de los injertos de Alberto Corazón. De pronto es como si este microcosmos barroco y milimétricamente desordenado quedara enmarcado, bajo los paraguas de luz, los velos y los filtros, de manera solemne, diríase oficial. Seguro que es imprescindible el aparataje fotográfico, e irremediable la condena a un marco concreto. Pero no le van las solemnidades ni los encierros a la pintura de la memoria de Alberto Corazón...
Logos cotidianos
A imagen de un antropólogo, lleva 40 años diseñando imágenes y pictogramas que crean nexos entre el hombre y los objetos y entidades que le rodean.
Identidad corporativa
1981. Fue el primer ministerio y gran empresa que vislumbró la importancia de los desarrollos de identidad corporativa.
Renfe cerca
1988. Un ejemplo de diseño integral. Nombre, logo, señales de la red...
Cultura de españa
2011. La Fundación Germán Sánchez Ruipérez le concedió total libertad para este proyecto de proyección internacional.
No necesita instrucciones
1998. Del teléfono Domo de Telefónica, el diseñador destaca la desaparición de los pictogramas por el lenguaje.
Imagen internacional
1984. Convertida hoy en gran empresa, Corazón opina que es uno de los desarrollos más completos que ha realizado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.