La aventura del primer 'paparazzo'
La privacidad es un concepto ajeno y extraño al universo de un paparazzo. Será por eso que a Ron Galella no le importa dejar la puerta de su casa abierta, con una nota que dice: "No te puedo recibir todavía. Entra y date una vuelta". Es lo último que uno se imaginaría al llegar a la entrada de la espectacular mansión en la que reside este fotógrafo de 80 años, considerado el padre de los paparazzi. Las columnas de escayola frente al voluptuoso jardín, imitando a la americana a las griegas, junto a las copias kitsch de estatuas de putti (querubines) a ambos lados de la escalera principal y los indescriptibles conejitos de cerámica junto a la puerta, inducirían a pensar que una empleada ilegal mexicana saldría a recibir al visitante, como ocurre en la mayoría de las casas de esta rica y ostentosa zona de Nueva Jersey.
"A mí muchas estrellas me llamaban por mi nombre. Eso es un orgullo"
"Hoy las revistas están dominadas por la vulgaridad y la celulitis"
"Las figuras públicas no tienen derecho a la intimidad"
"Redford me dijo: '¿Cómo puedes llegar siempre antes que yo?"
Pero no; en su lugar, al abrir la puerta, lo primero con lo que tropiezan los ojos es con los rostros imperecederos de Elizabeth Taylor, Sophia Loren, Paul Newman, Marlon Brando, Barbra Streisand, Andy Warhol y Jackie Onassis. Iconos irreemplazables de una era dorada de la cultura pop estadounidense y que Galella contribuyó a forjar a golpe de instantáneas robadas. Denunciado dos veces por Jackie Onassis, apaleado por un grupo de matones a las órdenes de Richard Burton y objeto de un puñetazo hiriente lanzado por Marlon Brando, hoy sus fotografías forman parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York, y las estrellas que antaño le repudiaban acuden a sus exposiciones. Una selección de sus mejores instantáneas podrá verse en Madrid en la próxima edición de PhotoEspaña, en una exposición patrocinada por Loewe.
Docenas de imágenes, en blanco y negro, en color y en múltiples tamaños, reciben al visitante en casa de Galella. Rostros que ríen, cautivan, sorprenden o enamoran, tal y como a él le gustaba inmortalizar a las celebridades. Porque si hay algo que este neoyorquino nacido en el Bronx nunca toleró es que las estrellas no brillaran en sus fotos. "Pueden decir de mí muchas cosas, pero mi trabajo ha contribuido a engrandecerlas. A mí me gusta la belleza, ¡soy italiano, es parte de nuestro código genético! Me gusta ser positivo, colocarlas en un pedestal. No como a los paparazzi de ahora, que buscan la barriga o la celulitis. Hoy las revistas están dominadas por la vulgaridad. Lindsay Lohan, Britney Spears, Paris Hilton... no tienen talento ni clase. Aparecen demasiado en las revistas y no se lo merecen".
Son las palabras de un hombre que llegó a ser tan famoso como los protagonistas de sus fotografías y que aparece por fin, tras permitir que la periodista merodee libremente por su casa durante media hora, apoyándose sobre un bastón que marca ahora su ritmo de vida. "He pasado muchas horas de pie, esperando. Y ahora lo pago. Tengo varices, me han tenido que cambiar las dos rodillas... Ya no puedo corretear como antes. Pero he tenido una vida fabulosa". Al llegar al salón, presidido por su retrato más querido, una imagen de Jackie Onassis tomada desde un taxi en la que aparece con la melena al viento y una semisonrisa que hace que se refiera a ella como "mi Mona Lisa", el fotógrafo inquiere, orgulloso: "¿Te gusta mi galería?".
En ella hay imágenes míticas, como la de Robert Redford con sus gafas de espejo junto a un coche, Richard Burton fumando amenazador, Steve McQueen bebiendo café en el set de Papillon, Mick Jagger sonriendo en la puerta de su casa, y ese sinfín de personajes públicos que entre los años sesenta y los ochenta fueron colonizando las revistas de un país que se entregó a idolatrar a sus famosos, alimentando un oficio, el de Galella, sin el que no podría entenderse la obsesión actual por las celebridades.
"No te equivoques. Soy diferente a los paparazzi actuales. Yo trabajaba solo. Cuando perseguía a Jackie, yo era el único que lo hacía. Cuando me enteraba de que Robert Redford estaba cenando en un restaurante, el único que le esperaba era yo. Me dijo: 'Ron, ¿cómo es posible que llegues siempre antes que yo?'. A mí muchas estrellas me llamaban por mi nombre, y eso es un orgullo". ¿Y le gustaba incluso cuando le insultaban? "No, querida, cuando no les gustas no utilizan tu nombre. Sam Shepard, Sean Penn, Richard Burton... ellos siempre me imprecaban con palabras horribles. Pero creo que llegaron a apreciar mi talento. Burton hizo que me dieran una paliza en México y años después, cuando se divorció de Elizabeth Taylor, me llamó para que fuera el fotógrafo oficial de su boda con Sally Hay. ¡Creo que se sentía culpable!".
"Las figuras públicas no tienen derecho a la privacidad. Ganan demasiado dinero, es el precio que les toca pagar. La gente quiere saber qué hacen. Solo el interior de sus casas es sagrado", dice. Respecto a sus compañeros de profesión, Galella es implacable: "Hoy están todos en el negocio por dinero. Para mí lo importante era conseguir la foto y reflejar un momento de espontaneidad. Y después llegar a casa y ver cómo la foto tomaba vida en el laboratorio. Si además conseguía venderla, estupendo, pero lo importante era atrapar un instante".
Claro que para quienes estaban al otro lado de su cámara, la perspectiva solía ser muy diferente. Sin quererlo, quienes más lucharon contra él le convirtieron en una celebridad. "Mi fama se la debo, sin duda, a Jackie". Sus dedos grandes y rollizos se mueven en el aire mientras habla con la expresividad que marca su gen italiano y, pese a sus dificultades para caminar, se levanta para traer uno a uno los nueve libros de fotografía que ha editado y con los que va ilustrando su vida, unida a la de sus fotos. Le gusta jugar a ser estrella: sin esperar a que uno se lo pida, dedica todos los libros.
galella cita el 24 de septiembre de 1969, cuando disparó una fotografía de Jackie Onassis con su hijo John mientras paseaban en bicicleta por Central Park. Así comenzó la odisea legal de la viuda de Kennedy contra él. "Me arrestaron, y yo la denuncié. Nunca pensé que ella contraatacaría. El juez no nos dio la razón a ninguno. Yo seguí obsesionado con ella, le hice más de 200 fotografías, más que nadie. Dos años más tarde la volví a denunciar por no permitirme trabajar libremente, y ella volvió a contraatacar. Me llevó a juicio por acoso e invasión de privacidad. Mintió en el estrado, pero ganó y consiguió que me prohibieran acercarme a menos de 45 metros de ella y de sus hijos".
El juicio llegó hasta la portada de Life, lo que catapultó a Galella a un nuevo universo. A partir de ahí, el fotógrafo que perseguía incansablemente a las estrellas comenzó a ser una de ellas. El hombre que en 1969 fue capaz de dejarse encerrar durante dos días en un almacén en Londres para tomar fotos sin ser visto de la pareja entonces de moda, Elizabeth Taylor y Richard Burton (solo cobró por ellas 400 dólares), pasó a convertirse en objeto de reportajes y entrevistas, y su fama se multiplicó. Eso no solo hizo subir su caché, sino que, en plena explosión de la música disco, Galella consiguió que se le abrieran las puertas de lugares rebosantes de celebridades como la discoteca Studio 54. Y algunos artistas de la época, como Andy Warhol, comenzaron a profesar su admiración por él. "Warhol me trataba siempre muy bien. Me dijo varias veces que yo era su fotógrafo favorito". Y aunque la modestia no sea una de sus virtudes, Galella es agradecido: tiene un salón dedicado expresamente a Warhol, y allí exhibe múltiples fotografías del primer neoyorquino que transformó la fama en un talento en sí mismo.
Asegura que su pasión de paparazzo está unida a su pasión por las mujeres bonitas. Y aunque su oficio nunca le abrió el corazón de ninguna, el verdadero amor le llegó desde el otro lado de la cámara. Galella se casó hace 30 años con Betty Galella, una periodista que le compraba fotos para un diario de Washington. "Le pedí matrimonio a los cinco minutos de conocerla".
Claro que viendo su almacén, donde atesora literalmente más de tres millones de imágenes, uno pensaría que las mujeres de su vida fueron Jackie Onassis y Elizabeth Taylor. Allí se amontonan cajas y cajas con sus nombres. "Jackie ni siquiera concedía entrevistas, pero al hacerle fotos incluso conseguía que me hablara. 'Destroza su cámara', le dijo a su guardaespaldas -una frase que se ha convertido en el título de un documental sobre Galella premiado en el Festival de Sundance 2010-. En ese sentido, ella era perfecta y auténtica. No como las estrellas de ahora, que se quejan de los paparazzi y luego venden la exclusiva del nacimiento de sus hijos a las revistas. Hipócritas".
"Me enamoré de este trabajo mientras estaba en la Fuerza Aérea durante la guerra de Corea. Al terminar, me apunté a una escuela de arte y me saqué el título de fotoperiodista. Un día me colé en el estreno de una película y retraté a 50 actores. No hice nada con las fotos, pero descubrí mi vocación. También me gusta la interpretación: lo que más me divierte es interpretar a Galella, un hombre real", cuenta. Su debilidad por los focos la ha dejado clara varias veces, como aquel día que, tras recibir un puñetazo de Marlon Brando, se presentó en una rueda de prensa del actor con un casco de rugby en la cabeza, que hoy reposa junto a su cámara a la entrada de su casa.
Como las verdaderas estrellas, a las que siempre se acusa de extravagantes, Galella también tiene curiosas debilidades. "Nunca tuvimos hijos, pero sí muchos conejos. Son suaves, más limpios que los gatos y tranquilos". Su pasión por ellos está sellada en su jardín, donde conejos en cerámica a modo de gnomos, en diferentes posturas y colores, rodean a un santo en un cementerio conejil donde están enterradas sus mascotas. "Nunca tuvimos hijos, así que los conejos han sido como nuestros hijos. Aunque pensándolo bien, mis verdaderos hijos son mis libros de fotos. Nunca pensé que mis instantáneas acabaran en un museo".
'Ron Galella. Paparazzo Extraordinaire!' Del 2 de junio al 17 de julio, en PhotoEspaña 2011. Sala Picasso del Círculo de Bellas Artes y en la tienda Loewe de Gran Vía, 8, ambas en Madrid.
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