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Reportaje:PERSONAJE

Jay-Z, el rap de 45 millones de euros

Daniel Verdú

Hay un espíritu que mueve el mundo del rap que consiste, casi de un modo deportivo, en ser siempre el mejor. Luego toca salir ahí fuera, levantar la barbilla y gritárselo al mundo. Y en esa competición sobresale nítidamente la figura de un plusmarquista mundial. Solo superado por los Beatles, tiene más números uno que Elvis Presley o Michael Jackson. Probablemente sea el mejor rapero de la historia, el que más gana (unos 45 millones de euros al año), el que tiene a la mujer más deseada (Beyoncé) y el hombre con quien el presidente de EE UU se deja ver para ganar elecciones. Jay-Z ha pasado en 15 años de vivir en Bedford-Stuyvesant (Brooklyn, Nueva York), uno de los barrios más desahuciados de EE UU, a tener dos áticos en Manhattan y ser copropietario del equipo New Jersey Nets. De traficar en las sucias esquinas de un mundo que terminaba donde empezaba el barrio de al lado a ser el presidente de la discográfica más poderosa de

"Obama ha hecho un gran trabajo. No puede arreglarlo todo en tan poco tiempo. Hay que darle más de dos años"
"El problema de la industria discográfica ha sido de arrogancia. Pero algo se mueve ya en este transatlántico"

hip-hop y portada de la revista Forbes con el inversor Warren Buffet. Como él dice, de los gramos a los Grammy. "Bueno, han pasado muchas cosas. Pero no ha sido de la noche a la mañana. Digamos que tengo talento, suerte y una gran bendición".

Pero las maneras, hoy tremendamente educadas y afables de este negro de 40 años, alto y elegante, se forjaron hace mucho en el infierno. En un pequeño piso de Brooklyn del que su padre huyó pronto dejando a Gloria, la madre, al mando de aquella multimillonaria empresa en potencia de siete añitos llamada Shawn Carter. Y como la vida apretaba y en el barrio los negocios se hacían de aquel modo, la versión adolescente de Jay-Z se lanzó a la calle a vender crack. Esquivando balazos (un mal tirador no le dio a solo pocos metros), soltando algunos (disparó a su hermano por robarle unas joyas) y huyendo de la policía. Un material biográfico que almacenó cuidadosamente como munición de unas rimas que años más tarde le bastaría con memorizar (no necesita escribir cuando compone) para crear esos himnos que entusiasman al gran público y que respetan los puristas.

"Claro que soy un superviviente. Uno de cada tres negros en EE UU ha pasado por la cárcel. Uno de mis mejores amigos acabó preso. Yo solo me libré porque estaba grabando en Londres. Acaban de soltarle, pero se ha pasado doce años y medio encerrado. Eso es toda mi carrera, tío. Se lo ha perdido todo...".

-¿Tuvo usted miedo en algún momento?

-No puede asustarte eso porque vives ahí. Cada día era consciente de que podía acabar muerto o en la cárcel, era parte del jue... de la cosa. [Se corrige para no decir "juego", evita todo el rato los clichés del rap al hablar y no suelta ni una sola palabrota]. Caminábamos al borde del precipicio, pero no puedes temer; el miedo, tío, te consume y no sobrevives, te lo huelen.

-Y, más adelante, con el asunto del gangsta rap, ¿pensó que alguien podía hacerle algo?

-¿En el negocio musical? Eso no es nada para mí, es entretenimiento. Incluso con las peleas con otros raperos. [La más sonada fue la que mantuvo con Nas, a quien luego acabó contratando para su sello]. Esa gente no tiene ni idea de dónde vengo. Nunca tuve miedo de nadie. Yo nunca me he puesto un chaleco antibalas, como otros. El éxito no es eso -dice mientras se acomoda dentro de la sudadera gris con capucha y da un trago al vaso de agua con gas.

Jay-Z, el hombre de los 50 millones de discos, ha llegado a Londres con toda su corte. Promociona su recopilación de hits y retoca el álbum que graba con su amigo y protegido Kanye West ("estoy muy orgulloso de él, es muy listo"). En la puerta del lujoso hotel donde se hospeda se agolpan los paparazzi para robar algo de la celosa intimidad que comparte con Beyoncé Knowles (la pareja más rica del mundo del espectáculo, por delante de Brad Pitt y Angelina, según Forbes). "Nada de preguntas sobre su esposa", advierte uno de los 17 agentes de prensa. Pero ¿quién diablos quiere a Beyoncé teniendo a Jay-Z? Cuando él habla, todo adquiere una dimensión ridículamente exagerada. La noche anterior a esta entrevista bromeó en la BBC con la posibilidad de presentarse a las elecciones en 2018 (en EE UU no hay comicios presidenciales ese año). En medio minuto, las agencias lo tomaron a pies juntillas y rebotaron la noticia: "Jay-Z quiere ser presidente". "¿Yo? Ni en broma, no lo decía en serio. No tengo ningún interés en la política activa. Estaba de cachondeo. Puedo hacer mucho más como rapero", dice soltando una carcajada.

Pero si un día se levantara y decidiera dar el paso, quién sabe lo que sucedería. En 2008 apoyó a su amigo Barack Obama y unió al heterogéneo mundo del rap, que mueve unos 10.000 millones de dólares al año, a favor de su causa. Como siempre, su apuesta fue la ganadora, y el gélido día de la proclamación presidencial en Washington, tocado con un gorro moscovita, vio en primera fila con su mujer cómo se cumplía su designio. Desde entonces siempre sonó en sus conciertos My president is black. "Representaba una cara nueva en el país. Nos dio mucha esperanza. Y eso, de momento, es más importante que las facturas políticas que le están pasando".

-Pero ¿entiende la decepción de algunos?

-"En absoluto. Ha hecho un gran trabajo. Hay que considerar que veníamos de ocho años de la peor Administración habida nunca. Ocho año de Bush, guerras, crisis, inflación... Él heredó todo eso. No puede arreglarlo todo en tan poco tiempo. Hay que darle más de dos años a este hombre. Es humano".

Cena con Clinton, habla con Obama, discute de negocios con Warren Buffet... Un material narrativo poco permeable a la épica del rap. Pero la inspiración, que procedía de la calle, asegura, "permanece intacta". "La diferencia es que ahora tengo más información. Eso suma, no resta. Yo no cambio mi manera de ser cuando entro en una habitación con esa gente. Hay que saber quién eres. Y, bueno, tampoco es que esté rodeado de políticos todo el día. Tío, conozco a tres". Y sonríe, porque los tres que conoce gobiernan ahora el país o lo gobernaron hace unos años. "Clinton es un tipo estupendo. Y Obama... es muy cool. Es directo y siempre te mira a los ojos... Te encantaría". Pero hay un asunto que le cambia el gesto: "Estoy muy asustado con el Tea Party. Es muy fácil que unos pocos envenenen a toda una nación".

La dimensión empresarial y política que ha tomado el nuevo retrato de Jay-Z, un Rey Midas del marketing global, podría llegar a diluir injustamente la percepción de su infinito talento para crear canciones. Unos temas que empezó a vender en el maletero de su coche. "Cuando hice las primeras maquetas en casete, iba a casa de mi abuela a ponérselas a mi tío. Y me acuerdo que él me decía: 'No eres nadie, no llegarás a ningún lado. Tal artista es mejor que tú'. Ahora dice que no lo decía, pero tío, era un niño y de estas cosas te acuerdas [se ríe como un crío y se da golpes en el corazón]. La gente empezó a preguntar por ellas, Big Daddy Kane se interesó por mí... Supe que iba en la buena dirección".

Pero esa emoción creativa, que desde entonces no cesó, se congeló en 2003. Su Black album (un brillante homenaje a sus adorados Beatles) estaba en el horno. Iba a ser un bombazo. Pero él ya no quería seguir. Se lo dijo a sus amigos, a su familia. Lo supieron pronto los habituales de la zona vip del 40/40 -la cadena de clubes deportivos que posee por todo el mundo-, como LeBron James. "Fue una cuestión de inspiración. Estaba haciendo un álbum al año y un montón de cosas entre medias. Además, no había mucha competición, nadie sacaba  discos que me motivaran. Me ofrecieron la presidencia de Def Jam y pensé que debía dedicarme a eso por completo".

Entregó el tiempo a su marca de ropa y a la industria discográfica. Buscó nuevo talento (con intermitente fortuna) y sorteó como pudo los problemas de un sistema de producción en declive amenazado por Internet. "El problema de la industria fue de arrogancia. Pensaron que podían cerrar Napster y acabar con el problema. Pero algo se mueve ya en este transatlántico", recuerda. Se sentaba cada día en un despacho con forma de L en la planta 29 del edificio de Universal. Cada viernes, por indicación suya, la oficina celebraba el Bellini Day con el cóctel de ese nombre; en su puerta se leía: "Presidente".

Pero algo fallaba. "No calculé bien mi amor por la música". Así que volvió al estudio de grabación y produjo, entre otros, el espléndido Blueprints Vol. 3 o American gangster (que compuso después de ver la película de Ridley Scott y sentirse identificado con el gánster Frank Lucas). Al cabo de tres años, dejó la discográfica y montó Roc Nation, su propia compañía de gestión de artistas.

Melómano empedernido, Jay-Z y Beyoncé aparecieron hace un año con sus guardaespaldas en un concierto gratuito del grupo Grizzly Bear en Brooklyn. La gente alucinaba. "No lo entiendo. Hay muchos prejuicios. ¿Por qué no puede gustarme un grupo indie?

-¿Qué está escuchando últimamente?

-Radiohead, he vuelto a Creep y a todo lo que ha hecho Thom Yorke...

-¿Se acabó la inspiración en el hip-hop?

-Sí, hemos llegado a un punto donde ha bajado el nivel. Esta música solo tiene 30 años, y ahora hay que pensar en cómo llevarlo al siguiente estadio. Hay que buscar grandes voces, emoción verdadera, poesía, pasión, lucha, rabia... Va a costar, pero es que todo esto tenía que saturarse. No puedes solo coger y coger, un poco de Biggie por aquí, un poco de Tupac... Al final se agota.

En este momento, el agente indica que la entrevista también se ha consumido. Jay-Z, educadamente, no se levanta hasta que cree que el entrevistador capta el mensaje.

-Por cierto, ¿alguien le llama todavía Shawn?

-Solo mi abuela. 

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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