_
_
_
_
_
Reportaje:NIÑOS DEL MUNDO | MARRUECOS

Oualid, el pequeño arquitecto

Tánger bulle de actividad y luz en julio. Y Oualid Idris, 13 años, es un perfecto ejemplo del cambio que está experimentando el norte de Marruecos.

Oualid vive en Birshifa, uno de los barrios más pobres y revueltos de Tánger, y de los más emblemáticos: símbolo de los problemas de desestructuración social y de la punzada de las drogas en la sociedad urbana marroquí, símbolo también de la lucha de sus vecinos frente a las autoridades para contar con unos equipamientos dignos que salven a las nuevas generaciones de caer en el agujero negro de la delincuencia y la marginación. En ese ambiente se ha criado Oualid. Por eso, al conocerlo, nos impacta su carisma y energía; uno piensa que forzosamente ha de pertenecer a una familia compacta que le ha dado todo el abrigo que la ciudad le ha negado.

Artículo 29 de la Convención sobre los Derechos del Niño

La educación debe estar encaminada a preparar a niños y niñas para asumir una vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz, tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos étnicos, nacionales y religiosos y personas de origen indígena.

Vamos a su casa, situada en una empinada cuesta entre descampados, poblados de chabolas y nuevos, caóticos y gigantescos bloques de viviendas. Comprobamos que sus padres, a la vez de expresar orgullo por su religión y su nacionalidad, exhiben una mente abierta.

Su padre, Hamadi, 54 años, es guarda de seguridad en una empresa de azulejos. Y su principal ilusión es que todos sus hijos estudien, tanto los tres chicos como la chica: "Es lo que dice nuestra religión: la igualdad de oportunidades y educación para niños y niñas. Aunque eso suponga un sacrificio, quitarnos de muchas cosas. Pero lo importante son ellos". Él gana 1.500 dirhams al mes (unos 132 euros). Sobre Oualid, el mayor, sueña con que pueda convertirse en arquitecto. Y vuelve a comentar: "Es lo que dice nuestra religión: todos los musulmanes debemos formarnos". Su madre, Aicha, 34 años, va entera de negro, cubierta con el velo, pero asiste a la reunión con los periodistas españoles al mismo nivel que su marido, e interviene continuamente explicando las afirmaciones de él: "Lo que pasa es que en otras partes distorsionan la realidad, lo que dice el islam; hacen una mala interpretación. Porque lo que nuestra religión impone es la cultura. Nuestra proximidad a España nos hace más abiertos que otros países". Sobre la emigración, que cuesta tantas vidas en su viaje en precarias condiciones hacia Europa, Hamadi reflexiona: "Es sobre todo un tema de ignorancia, de falta de cultura. Emigran pensando que la vida allá es de color de rosa; vienen de visita en verano pavoneándose, pero en realidad lo pasan muy mal. Yo no quiero que mis hijos se vayan. Este país necesita a los jóvenes aquí, para que estudien y tengamos buenos profesionales".

En torno al té, en un salón repleto de azulejos y alfombras en tonos azules, es fácil identificar de dónde procede la mirada luminosa de Oualid. A la hora de expresar sus deseos, es rápido: llevar a su madre a la peregrinación a La Meca y convertirse en arquitecto para construir una nueva casa, bien grande y bien chula, para sus padres y hermanos.

Nos hemos quedado enganchados a la fuerte expresividad de Oualid, que proyecta confianza en el futuro: el niño del guarda de una fábrica de azulejos que aspira a ser arquitecto. Isabel Muñoz le dedica dos tardes enteras en una bella playa entre Tánger y Asilah, hasta que la bola naranja del sol se extingue. Queríamos que en la sesión tuviera su balón -su objeto preferido- y una cometa que hablara de aire y libertad… Oualid no tiene cometa. Así que le llevamos a que elija una en una juguetería. Se muestra discreto y maduro. Le invitamos a que escoja otro balón mejor que el suyo de plástico, que se lo regalamos. Es difícil que un niño rodeado de juguetes diga no. Pero es lo que hace Oualid; nos dice que no quiere más que una cometa, que ya tiene su balón dorado, que no necesita más.

Nunca ha volado una cometa, pero en un minuto, con el viento que le despeina el flequillo, la lleva hasta lo más alto.

Tres generaciones.
Son tres generaciones de mujeres marroquíes: Bouchira, de 12 años; su tía Camelia, de 33, y su abuela Khadija, de 50. Las tres posan en una playa cercana a Asilah, y con un sólo golpe de vista cuentan muchas cosas de la historia de su país. La madre de Bouchira  no acompañó a la niña a las sesiones fotográficas; su padre se lo prohibió.
Tres generaciones. Son tres generaciones de mujeres marroquíes: Bouchira, de 12 años; su tía Camelia, de 33, y su abuela Khadija, de 50. Las tres posan en una playa cercana a Asilah, y con un sólo golpe de vista cuentan muchas cosas de la historia de su país. La madre de Bouchira no acompañó a la niña a las sesiones fotográficas; su padre se lo prohibió.ISABEL MUÑOZ

Educación

En países como Chad, Etiopía, Malí, Mauritania, Níger y Somalia no van a la escuela primaria ni siquiera la mitad de los niños y niñas. La asistencia a la escuela secundaria no llega al 10% en países como Níger, Ruanda y Somalia. Marruecos. En este país magrebí, la educación primaria llegaba sólo a la mitad de los niños y niñas en los años ochenta. Ahora supera el 91% para chavales de entre 6 y 11 años (87% para el sexo femenino).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_