En lo alto de la montaña mágica
El sol cae a plomo sobre una ciudad plana herida a trechos con edificios altos y fábricas de cerámica. A un lado, el mar; al otro, densos pinares, mitos, leyendas, "el último refugio de los cátaros". En el horizonte, una cadena de montañas, un paisaje verde entre cemento y ladrillo. Muy cerca, el Parque Natural del Desierto de Las Palmas, donde los monjes destilaban hace años un licor de hierbas con un sabor dulzón. Jason Webster conduce por una carretera llena de curvas mientras narra cómo ha logrado lo que ha sido el sueño de su vida, una casa en lo alto de un pico casi inaccesible. Para este inglés de 39 años, nacido en el Silicon Valley californiano por casualidad, un joven escritor, alto, rubio, éstos son sus dominios, una aventura que empezó hace unos años y que narra en su nuevo libro La montaña sagrada (Los Libros del Lince), publicado en febrero en el Reino Unido y recibido con críticas muy elogiosas sobre el que The Independent o The Guardian consideran el nuevo Gerald Brenan. "Eso es una exageración. Sólo nos parecemos en el hecho de ser ingleses y vivir en el campo. También me compararon con Bruce Chatwin cuando salió mi primera obra, Duende. Estas categorías no me gustan, yo escribo y ya está".
"Gerald Brenan y yo sólo nos parecemos en el hecho de ser ingleses y vivir en el campo"
"No me gusta la palabra hispanista, suena como uno que ya lo sabe todo sobre España. Yo soy hispanófilo"
"Para un extranjero, descubrir que aún existe Falange es como ir a Alemania y ver que pervive el partido nazi"
Licenciado en Literatura y Lengua Árabes por la Universidad de Oxford, la atracción de Webster por el mundo islámico le condujo a Egipto, donde vivió un tiempo para practicar el idioma. Una frase de Goethe acerca del duende le hizo sentir un deseo irrefrenable de conocer España y averiguar el sentido de lo que quiso decir el autor de Werther. Las aventuras del joven Webster le llevaron a seducir mujeres, aprender flamenco y a integrarse en un grupo gitano de Vallecas, en Madrid, donde él, "el guiri", tocaba ocasionalmente para los turistas. Ha trabajado también para la BBC y ahora escribe artículos y críticas literarias para diferentes periódicos ingleses.
El duende, quién se lo iba a decir, lo encontró finalmente, en un espectáculo de flamenco en Oxford. Salud, una joven bailaora nacida en un pueblo de Valencia, lo fascinó. Su figura de modelo, unos grandes ojos oscuros y una dulzura irresistible lo condujeron hasta el camerino de la joven tras la actuación. Y así arranca definitivamente la historia española de Webster.
"Como de médico, poeta y loco, todos tenemos un poco" -el refrán español que el escritor cita para que el lector entre en situación al comenzar a leer La montaña sagrada-, Jason y Salud decidieron comprar un buen día una casa en lo alto de la zona de Penyagolosa, en la comarca de L'Alcalatén, próxima al Maestrazgo, 17 hectáreas de terreno empinado y pedregoso: "Penyagolosa destacaba en mitad de todo ello como lo haría una montaña en un dibujo infantil: un pico triangular sobresaliendo con sus 1.800 metros de altitud. De acuerdo, no era el Everest ni el Mont Blanc, pero aquí, siendo el monte más alto, era objeto de veneración. Era el punto más oriental del Sistema Ibérico, coronado de nieve en invierno y reseco en verano, su mellada cumbre (tres picos, como una corona) acuchillada lateralmente por un depósito de arcilla roja emparedado entre sus capas de caliza clara. Vista desde determinados ángulos, la montaña casi parecia un halcón alzando el vuelo".
Una casa en ruinas y un roble de 300 años, y la vista a lo lejos de un pequeño pueblo blanco, lo atraparon. Webster ya tenía su montaña. Algo similar a lo que cuenta el escritor Manuel Leguineche en La felicidad de la Tierra (Alfaguara, 1999) sobre El Tejar de la Mata, una casa sobre una colina alcarreña, en Guadalajara, construida por unos ingleses, donde Leguineche, también periodista y viajero, encontró la paz a la sombra de La Guardiana, una encina centenaria.
En su libro anterior, Las heridas abiertas de la Guerra Civil (Los Libros del Lince), Webster narra, como advierte el hispanista Paul Preston en el prólogo de la obra, su viaje a lo más oscuro de nuestra historia reciente. "Llevaba años con ese tema dentro de mí, pero no podía seguirle el rastro porque casi nadie quería hablar sobre el asunto. Un día, en Castellón, me enseñaron una fosa común de la Guerra Civil; yo tenía esta casa en el monte tan bonita y, de repente, encontrar algo tan terrible aquí al lado me chocó, y pensé que a lo mejor era el momento de rastrear el tema; empecé a investigar y un día, en Valencia, me invitaron a un combate de lucha libre. Me resultó tan chocante la experiencia que averigué que el evento estaba patrocinado por la ultraderecha, y para un extranjero descubrir que aún existe la Falange es como ir a Alemania y ver que todavía pervive el partido nazi. La combinación de ambas cosas, la fosa común y el combate, fue lo que me impulsó a investigar el tema de la guerra. Me llevó tiempo. Empecé en 2003 y se publicó tres años más tarde. Hice un viaje por España rastreando las huellas de la Guerra Civil".
Tras el baqueteo del coche por una larga pista forestal aparecen los dominios de Webster. Un terreno en las estribaciones del macizo de Penyagolosa. "Era una montaña imponente, soberbia, que descollaba sobre las otras cumbres y colinas, una franja de color óxido cual pintura de guerra cruzando en diagonal su pared rocosa". El escritor inglés compró una casa en ruinas, un terreno salvaje. "Nunca había trabajado la tierra", cuenta Webster, "hice una prueba una vez con un allotment (pequeños huertos que los ayuntamientos ingleses alquilan a particulares) en Oxford con unos amigos, pero fue un desastre, un fracaso total". Él cuenta que su atracción por el campo procede de su infancia, de sus estancias en la casa de su abuela, en el condado de Lancashire, en el norte de Inglaterra, muy cerca de una colina, Pendle Hill. "Allí, de pequeño, sentía la magia, me contaban leyendas de brujas, de riachuelos con hadas; era una tierra de duendes, de espíritus, había otra vida detrás de la realidad. El amor por el campo forma parte del carácter inglés. Cuando llegué aquí fue como si me brotara de dentro todo lo que había vivido de niño. Aunque en España existe un desprecio por lo que no es ciudad. Hay miedo a vivir en el campo, aunque algunos sí siguen entendiendo la magia, lo sagrado de la tierra".
La casa, en lo alto de un escarpado peñasco, al borde de un barranco desde el que se divisa el valle, la ha levantado Jason a fuerza de paciencia. Cuando los elementos se unían para destrozar su trabajo, el inglés, tozudo, volvía a la carga. Instaló cañerías para conducir el agua desde una fuente cercana, paneles solares para poder tener luz, aprendió todo sobre construcción, fontanería y carpintería. Cultivó la tierra, instaló truferos que se han comido las cabras montesas. Una aventura en la que se ha dejado la piel y que ahora cuenta en su libro plagado de cuentos populares y de sabias recetas del Libro de la agricultura, de Ibn al-Awan. Webster narra sus descubrimientos, desde cómo plantar árboles hasta las pócimas curativas que pueden lograrse con las hierbas.
Su padre, un ingeniero aeronaútico ya jubilado (ha trabajado para Rolls Royce, diseñado Boeing en Seattle y láseres en la cuna de la revolución tecnológica, en el Silicon Valley), cuando viene de visita se encarga de construir muebles. Una preciosa escalera de caracol de hierro, procedente de una obsoleta oficina de correos inglesa, ha sido una de sus más valoradas contribuciones a la casa.
Mientras Salud cocina un pollo al horno, el pequeño Arturo, el hijo de 13 meses de la pareja, gatea por el suelo. Ella es hija de labradores de Algemesí, un pueblo de Valencia, y siempre quiso irse a vivir a la ciudad. "Yo ahora la he traído de nuevo al campo", comenta con humor Webster.
"Mi pasión es conocer cada vez mejor España. Cuando dicen de mí que soy hispanista, siempre contesto: 'No, soy hispanófilo'. No me gusta la palabra hispanista porque suena como uno que ya lo sabe todo sobre España. Estoy enamorado de este país y voy buscando, indagando, investigando, para conocerlo mejor, pero me queda mucho por descubrir. Y ahora soy padre de un niño español; él forma parte de la aventura de mi hispanofilia".
Su próximo libro, que está ya a punto de acabar, será su primera novela, una historia policiaca. "Esta tierra, esta montaña, me ha cambiado a mí más que yo a ella. Y todo gracias a tocarla con mis manos, a sentir su pulso y sus ritmos, sus ciclos y transformaciones." Será cosa de los dragones que dicen los payeses que habitan esta zona mágica. P
'La montaña sagrada', de Jason Webster, publicada en España por Los Libros del Lince, ha salido a la venta a principios de septiembre.
España y grandes plumas británicas
La visión ibérica de escritores e historiadores ingleses
Gerald Brenan
(Malta, 1894-Alhaurín El Grande, Málaga, 1987)
"Don Gerardo", llamaban al joven Brenan en el pueblo alpujarreño de Yegen. Allí aterrizó en 1919, con 25 años, atraído por el exotismo de la Andalucía del siglo XIX que descubrió en las lecturas de los viajeros románticos. Su encuentro con los habitantes de Yegen y las experiencias compartidas con ellos quedaron retratadas en 'Al sur de Granada', obra autobiográfica llevada al cine por Fernando Colomo en 2002. Miembro del grupo de Bloomsbury, fue pionero en el intento de buscar la tumba de Lorca. Indagó hasta llegar al barranco de Víznar, el paraje donde el poeta granadino debía de estar enterrado. Brenan falleció en 1987 en Alhaurín El Grande (Málaga), tras donar su cuerpo a la ciencia.
Hugh Thomas
(Windsor, 1931)
Estudiante del Queen's College de la Universidad de Cambridge y La Sorbona parisiense, lord e historiador, su trabajo sobre la Guerra Civil española se convirtió pronto en un clásico. En la España franquista se traficaba de manera clandestina con la edición traducida de la editorial Ruedo Ibérico. Ligado tanto a los laboristas como a los conservadores ingleses, desde 1981 fue asesor para asuntos hispánicos de la primera ministra británica Margaret Thatcher. España le concedió en 1986 la Gran Cruz de Isabel La Católica.
Antony Beevor
(Londres, 1946)
Publicó la primera versión de su libro 'La Guerra Civil española', que no se tradujo en España, en 1982. La reescritura del mismo apareció por fin en la editorial Crítica. Su gran capacidad narrativa complementa una faceta de historiador que ha combinado el análisis documentado con las vivencias personales de los que sufrieron episodios de la historia en obras como 'Stalingrado' o 'Berlín. La caída, 1945'. Ahora llega 'Día D', su visión del desembarco de Normandía.
Paul Preston
(Liverpool, 1946)
Ha dedicado gran parte de su vida al estudio de la España del siglo XX, sobre todo desde la Segunda República hasta la transición. Entre otras obras de referencia, destacan su biografía sobre el dictador Francisco Franco, 'Las tres españas del 36', 'Palomas de guerra' o 'Juan Carlos, el rey de un pueblo'. Junto a Hugh Thomas y el irlandés Ian Gibson, conforma la gran terna contemporánea de hispanistas en lengua inglesa.
Gilles Tremlett
(Plymouth, 1962)
Corresponsal de 'The Guardian' y 'The Economist' en España. Autor de 'España ante sus fantasmas', un viaje por la geografía y la actualidad del país donde ha vivido durante los últimos 20 años. Reflexiones que van desde el ruido reinante hasta la memoria histórica, pasando por los nacionalismos periféricos o la corrupción. Uno de los cronistas extranjeros sobre la España contemporánea más consolidados.
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