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Reportaje:

Coltán, el regalo envenenado de Congo

Oriol Güell

En un lugar plagado de injusticias, la más cruel es la que obliga a los niños mineros del este de la República Democrática del Congo a dejar la escuela para escarbar en las minas artesanales que proliferan en las provincias de Katanga y los Kivus. Por menos de un dólar al día, casi desnudos y a menudo malnutridos, estos menores alimentan el mercado mundial de coltán, cobre, estaño y cobalto mientras hacen aún más profundo el agujero humano en el que habitan. En un país incapaz de sacar partido a sus enormes riquezas naturales, una nueva generación se pierde condenada a trabajar a una edad en la que, en el resto del planeta, los niños van a la escuela y juegan con videojuegos que funcionan con los minerales que ellos arrancan del subsuelo. "Están atrapados en un círculo del que es casi imposible salir", asegura François Philippart, cooperante belga que lleva cuatro años en la provincia de Katanga tratando de devolverles a una vida de educación y familia. "Sin dinero para pagar la escuela y sin otra forma de mantenerse, muchas familias se ven obligadas a poner a trabajar a los niños. Muchas veces nos encontramos a familias enteras, padres, hijos y sobrinos, trabajando juntos en las zanjas".

El colapso de Congo como Estado ha dejado a muchos de sus ciudadanos en una situación de extrema vulnerabilidad. Como en ningún otro rincón del mundo, en este país de 66 millones de habitantes, tan grande como Europa occidental, se hace evidente que vivir sobre una tierra llena de riquezas puede ser la mayor de las condenas para un pueblo y sus niños.

1. Historia de un expolio. La promesa de una tierra llena de riquezas fue la que atrajo a Leopoldo II, rey de Bélgica, a tomar posesión de este rincón de África cubierto de selvas y surcado por caudalosos ríos en 1884. Congo no pasó a ser una colonia más, sino la única propiedad particular de un monarca obsesionado en extraer tanto oro, maderas y café -entre otros productos tropicales que la metrópoli estaba ansiosa por consumir- como fuera posible. Las cosas apenas cambiaron a partir de 1908, cuando el Gobierno belga asumió la soberanía del país, y Congo llegó a la independencia en 1960 con 16 millones de habitantes y menos de 20 licenciados universitarios. ¿A dónde podía ir un país así?, se pregunta el periodista Stephen Smith, corresponsal en la zona del diario francés Le Monde, en el libro Negrología. Por qué África muere. La respuesta es que iría a una de las dictaduras más corruptas y salvajes que han existido en un continente casi tan rico en minerales como en regímenes despóticos.

Tras cinco años de convulsiones y en un golpe promovido por los Gobiernos de Estados Unidos y Bélgica, Mobutu Sese Seko se adueñó del poder en Congo en 1965, se enriqueció tanto como pudo y no lo soltó hasta que Laurent Kabila, padre del actual presidente, Joseph Kabila, le echó del país en 1997. Pero la vida sin Mobutu no fue mejor para los congoleños, que pasaron otros siete años sumidos en una guerra en la que se vieron implicados siete países y que, con más de cuatro millones de muertos, fue la más sangrienta desde la Segunda Guerra Mundial. Ahora, la revuelta contra el Gobierno de Kabila del general tutsi Laurent N'Kunda amenaza con poner fin a la frágil paz que la comunidad internacional intenta imponer desde 2003. En estos casi 135 años han pasado los reyes, los gobiernos y las guerras, pero todos han tenido en común el expolio de un país y el trabajo infantil en las minas, que han financiado los sistemas que les explotan.

2. La pesadilla del coltán. Las nuevas tecnologías llegaron a finales del siglo XX al este de Congo en forma de un nuevo mineral que arrancar de las montañas: el coltán. El país cuenta con las mayores reservas mundiales conocidas (hasta el 80%, según algunos cálculos) de esta extraña aleación de la que se extrae el tantalio, metal de gran resistencia al calor y unas propiedades eléctricas que lo hacen insustituible en los teléfonos móviles, consolas de videojuegos y todo tipo de equipos electrónicos. Fácil de extraer y muy valioso -a principios de esta década se llegó a cotizar a más de 700 euros el kilo-, el coltán fue el combustible que engrasó las múltiples facciones que protagonizaron la gran guerra entre 1997 y 2003.

Con el país sumido en una complejísimo conflicto, con hasta seis facciones que en ocasiones llegaron a luchar todos contra todos, millones de personas se vieron desplazadas de sus cosechas y, en una nueva vuelta de tuerca, las mismas minas que financiaban a los grupos en lucha se convirtieron en focos de atracción para familias enteras que allí encontraban su única fuente de ingresos.

Pero el mismo mineral que les permitía subsistir era el que envenenaba todo el sistema político del centro de África. El pueblo congoleño podía ser pobre, estar malnutrido y presentar unas tasas de analfabetismo superiores al 33%, pero quienes estaban detrás de la guerra y la explotación del coltán eran eficientes ministros, generales y políticos. Un informe elaborado por expertos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 2002 puso nombre y apellidos a decenas de militares y gobernantes de Congo, Uganda, Ruanda, Burundi y Zimbabue que, perfectamente organizados, se lucraron con la exportación del coltán a Europa, Asia y América.

La explotación del coltán se mantiene hoy en Congo, aunque ha perdido peso debido al descenso de precios que ha sufrido en los últimos años. "Hoy es la casiterita la que está dando los mayores casos de explotación infantil y trabajos forzados", explica Carina Tertsakian, de la ONG Global Witness, especializada en denunciar la explotación de los recursos minerales en Congo. Este mineral, del que se extrae el estaño, componente esencial de múltiples aleaciones, predomina en la parte este de Congo, la más sacudida por la intervención extranjera y las luchas fratricidas en el país.

Los precios fijados en los mercados internacionales pueden tener su impacto en las explotaciones minerales en Congo, pero "poco cambiará sobre el terreno a efectos prácticos", asegura François Philippart. "La casiterita y el coltán, por ejemplo, suelen encontrarse en los mismos sitios y, mientras se mantengan las estructuras de poder y los sistemas de explotación fuera de la ley, por milicias o el propio Ejército, los niños seguirán siendo explotados", añade.

3. El Estado que no protege. Tras el fin de la guerra, y con el apoyo de la comunidad internacional, Congo celebró elecciones presidenciales en 2006. Se abría así un periodo de esperanza que hoy ha defraudado a casi todo el mundo. Los ejemplos están por todas partes en Goma, capital del Kivu Norte, una ciudad tomada por el Ejército de la República Democrática del Congo y los cascos azules de la ONU, pese a lo cual los rebeldes del general N'Kunda llegaron el pasado 30 de octubre a sólo 10 kilómetros de su trazado urbano. Los soldados del Ejército han incurrido en múltiples violaciones de los derechos humanos contra la población a la que deben proteger, el último episodio tras la ofensiva de N'Kunda en Goma, cuando en su retirada se dieron al saqueo, mataron a decenas de civiles y violaron a miles de mujeres. Los soldados llevaban meses sin cobrar su salario, que se pierde en la maraña de corrupción de los oficiales.

Tampoco las escuelas del sistema público funcionan. "Menos de la mitad de los profesores cobra su salario y los centros se ven obligados a cobrar a los alumnos para pagar al resto y mantener las instalaciones", afirma Juanjo Aguado, del Servicio Jesuita al Refugiado, ONG que trata de suplir las carencias de la educación pública en la zona del Rutshuru, en Kivu Norte. "Muchas familias no pueden pagar estas contribuciones, aunque sean pequeñas, lo que aboca a los niños al trabajo infantil", alerta Tasha Gill, de Unicef en Congo.

La violencia sexual es la otra gran lacra que se ceba con la infancia en el país. Sin fuerzas del orden que les protejan ni educación con la que labrarse un futuro, jóvenes de ambos sexos quedan expuestos a todas las formas de explotación, desde las violaciones en masa a la prostitución. "Para ellos es un trauma que les marca por toda la vida", explica Gill. "La vergüenza, las enfermedades de transmisión sexual y el golpe brutal que sufren desde muy pequeños en su autoestima hace que en muchos casos sólo sean capaces de sobrevivir adoptando para la edad adulta los hábitos adquiridos de violencia y falta de respeto que ellos han sufrido".

Congo se encamina hacia otra generación perdida, la séptima u octava consecutiva desde la llegada del poder colonial. Los datos de Unicef hablan de un sistema sanitario público apenas existente, de casi la mitad de los niños sin escolarizar, de un 31% de menores de cinco años con malnutrición y de una mortalidad infantil antes del primer año que alcanza a uno de cada doce menores bebés. Un informe de Médicos Sin Fronteras alerta de que, en las zonas en conflicto, cada año mueren uno de cada ocho menores de cinco años. Unas cifras que no mejoran desde hace dos décadas. Mientras, los niños siguen trabajando en las minas.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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