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Reportaje:VIDAS AL LÍMITE

Biografía de una mosca

Juan José Millás

Me trastorna la belleza de esta mosca, su laboriosidad, su tesón biológico, su voluntad de existir, su perseverancia orgánica. Me conmueve su modo de relacionarse con el macho, me hacen llorar sus enormes ojos (de un rojo bermellón intensísimo), sus elegantes alas, sus patas exquisitamente articuladas, su trompa, su cabeza, su tórax, sus tráqueas, sus genitales... Tengo tanta admiración por sus genes (idénticos, en gran medida, a los míos) que no dudo en afirmar que esta mosca hembra, de nombre Catalina, es un juguete biológico intrigante, una creación orgánica aguda, una manifestación somática sutil en cuya historia (como en la mía) aparecen mezclados todos los ingredientes de un cuento de hadas y de un relato de terror.

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Mientras escribo estas líneas, Catalina permanece junto al ordenador, escuchando quizá el tableteo de sus teclas. Tal vez perciba el calor y las radiaciones que emite mi portátil. Vive en el interior de un pequeño cilindro de plástico cuyo techo está formado por una finísima tela metálica, para que respire, y cuya base tiene la forma de un plato en el que hemos extendido una lámina de agar (sustancia gelatinosa, un poco azucarada, ideal para que deposite los huevos) y un pellizco de levadura, a modo de alimento. Hoy, a las 13.00, cumplirá 16 días de vida. Podemos decir que, si todo va bien, Catalina se encuentra en la mitad de su existencia. Pero sigue ágil, copula con regularidad con Pruden, o Prudencio (el macho que le he dado de compañía, no es bueno que la mosca esté sola), come bien y tiene el abdomen lleno de huevecillos que deposita, al ritmo de uno por hora (día y noche), sobre la lámina de agar del receptáculo. No ha abandonado sus hábitos higiénicos ni ha perdido curiosidad por el entorno, aunque está algo más oscura que cuando nació y da menos saltos que los primeros días. Vuela a veces de un lado a otro de su jaula, pero va a la mayoría de los sitios andando. Cuando se cruza con Pruden (o Prudencio), que nació al mismo tiempo que ella (y de la misma madre), lo evita porque en este momento tiene la espermateca llena. No se dejará montar de nuevo hasta que la vacíe. Él, no obstante, lo intenta siempre, no importan el día ni la hora. Pero no es un acosador incómodo, se limita a bailar un rato alrededor de Catalina, agitando las alas de un modo característico. Más que agitarlas, las hace vibrar, produciendo una música ultrasónica, sin duda enormemente seductora, que no nos es dado oír. Luego se coloca frente a ella y acerca su trompa a la de Catalina, como si la hablara o la besara. A continuación se pone detrás y, tras tocar un poco el violín (el ala) y oler los genitales de su compañera, hace un intento de montarla que ella rechaza con las patas de atrás. Pese a que Prudencio está dotado de unos apéndices llamados peines sexuales, pensados para sujetarse en la cópula al cuerpo de la hembra, ahora no le sirven de nada. Su envergadura es menor que la de Catalina. No podría montarla sin su consentimiento. Prudencio es uno de esos maridos menudos, aunque fibrosos y ágiles, que vemos pasear junto a algunas mujeres grandes. Todos los machos de su especie son más pequeños que las hembras. Poseen también un abdomen menos redondeado y más oscuro. Su pene, retráctil, permanece normalmente escondido en la genitalia. Se trata de una estructura fija (no crece, como en el caso de los mamíferos) que saca fuera por medio de unos músculos.

Catalina es una Drosophila melanogaster, expresión de origen griego que literalmente significa "amante del rocío de vientre negro". También es conocida como "mosca del vinagre" o "mosca de la fruta", porque suele depositar sus huevos en manzanas, uvas, naranjas, etcétera, en proceso de fermentación. Debido a sus características resulta ideal para la investigación genética. Los genes que ensamblan el cuerpo de una Drosophila son los mismos que ensamblan el cuerpo humano. El ojo de Ingrid Bergman y el de Catalina son producto de estrategias idénticas. Es más, si colocáramos un gen de los ojos de Ingrid Bergman en Catalina, saldría un ojo de mosca, porque el gen sabe que en ese contexto corporal no puede desarrollarse un ojo humano.

Debo la comparación entre el ojo de Ingrid Bergman y el de Catalina a Ginés Morata, premio Príncipe de Asturias 2007 por su dedicación a la mosca del vinagre, y responsable de uno de los 10 grupos de trabajo que se dedican, en el Centro de Biología Molecular (institución mixta, dependiente de la Universidad Autónoma de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas), al estudio de la biología del desarrollo de las moscas. Morata lleva 38 años entregado a estos insectos. Ha publicado numerosos trabajos y ha alcanzado descubrimientos de enorme trascendencia para la comprensión del diseño genético de los animales. Llegué a Ginés Morata a través de un amigo común, porque estaba empeñado en escribir la biografía de una mosca, aunque ignoraba cómo. No sabía cuánto tiempo vivían, por ejemplo. Fue lo primero que le pregunté cuando nos conocimos.

- No tengo ni idea -respondió-. Te puedo decir lo que viven en el laboratorio, unos treinta días, pero no sé cuánto duran en la naturaleza.

- Me llama la atención -le dije.

- A veces -añadió él-, de los seres que menos sabemos es de los que están más cerca de nosotros. Ignoramos, por ejemplo, dónde pasan el invierno las moscas.

¿Dónde pasan el invierno las moscas? Precisamente era una de las cuestiones que me inquietaban. Desde hace algunos años, en pleno mes de enero, me visita una mosca que busca el calor o la luminosidad de la pantalla de mi ordenador. A veces, al tiempo que escribo, recorre la pantalla de izquierda a derecha, como siguiendo los movimientos del cursor (las letras parecen el resultado de sus deposiciones). Sé que no puede tratarse todos los años de la misma mosca (tendría que ser una mosca bíblica, y no parece el caso), pero puede que una estirpe de ellas (quizá una no clasificada "mosca de ordenador") se haya instalado en el disco duro de mi portátil.

La conversación con Morata resultó fascinante. Le gusta escalar y pescar, además de disfrutar de su nieta, cuya foto, junto al resto de la familia, ocupa el salvapantallas de su ordenador. Tiene un sentido del humor afilado (muy útil para hacerse entender por ignorantes como yo) y es ingenioso, rápido y perspicaz. Logró explicarme en muy pocas palabras por qué gran parte de los conocimientos adquiridos en los últimos años sobre la mosca del vinagre serán extrapolables en no mucho tiempo al ser humano. Los mecanismos genéticos del envejecimiento en la Drosophila y en nosotros, por ejemplo, son muy parecidos. Si aprendemos a modificar los genes del envejecimiento de las moscas, algún día será posible modificar los nuestros, pues son los mismos.

- Esto -añade- implica un cambio de paradigma. Si tenemos en cuenta que la tecnología que nos ha permitido crear moscas transgénicas es muy reciente (apenas 25 años), el futuro biológico del hombre resulta impredecible. La posibilidad de modificación es increíble.

En el Centro de Biología Molecular fabrican desde hace tiempo moscas a la carta. Las hay con dos tórax, con cuatro alas, con siete patas, con ojos en los lugares más inverosímiles del cuerpo (el ano o el abdomen, por ejemplo). Pueden hacer moscas en las que todos los órganos sean anteriores o todos posteriores, aunque éstas mueren todavía en la fase larvaria. Por supuesto, producen cada día miles de Drosophilas con tumores de lo más variado en los que estudian los mecanismos del cáncer.

-Si me dijeran que formulara un deseo -añade Morata-, pediría despertarme durante cinco minutos dentro de mil años, para ver la forma o las formas que tiene el hombre de esa época. No sé cómo seremos, pero te aseguro que nuestro aspecto, desde el punto de vista morfológico, no tendrá nada que ver con el actual.

Me acuerdo del mercado de ojos de Blade Runner o de las escenas de mutantes de La guerra de las galaxias. Es tan evidente lo que dice Morata que te pone los pelos de punta. Imagino a un joven de dentro de mil años pidiendo al experto en modificaciones genéticas que le ponga un ojo en la frente como el que ahora pide que le coloquen un piercing en la ceja. Dentro de mil años, todos seremos inevitablemente transgénicos, mutantes. Los investigadores como Morata están metiendo el dedo en lo fundamental, en lo que realmente importa, en lo que decidirá nuestro futuro. Constituyen la vanguardia de la ciencia y de la literatura y de la filosofía y del arte.

- Muchos de los genes responsables de la formación de tumores en las moscas -dice- están presentes también en el ser humano, por lo que es de suponer que su estudio nos ayudará a combatirlos. Un asunto interesantísimo, y en cuyo conocimiento estamos poniendo ahora muchas energías, es el de la colonización de células sanas por células tumorales. Hemos comprobado que las células tumorales inducen al suicidio de las buenas y luego se las comen.

- ¿Cómo es posible -pregunto- que siendo tan distintos a las moscas nos parezcamos tanto?

- Yo -dice- he ido sorprendiéndome progresivamente al comprobar que estoy hecho del mismo mecanismo de la mosca. Pese a los millones de especies que hay en la naturaleza, y al caos aparente que eso representa, hay de fondo una gran unidad. El diseño básico es el mismo en un ratón y en un elefante. Todos los seres vivos estamos caracterizados por la bilateralidad (somos dos mitades pegadas) y por la disposición dorsoventral. Además, todos tenemos una parte anterior y otra posterior y desarrollamos las mismas funciones fisiológicas. El diseño genético, pues, es muy parecido en unos y otros. Por eso los genes son hasta cierto punto intercambiables. Pero para descubrir la unidad en la diversidad hemos tenido que modificar nuestra mirada, luchar contra lo que señalaba nuestra percepción. Tradicionalmente se decía que la mosca estaba compuesta por cabeza, tórax y abdomen, pero eso es como decir que la mano está compuesta por dedos y por uñas, etcétera. Eso es la descripción de un guante. Lo que importa es el diseño genético interno de esa mano.

Todo aquello era muy interesante (y también muy terrorífico), sobre todo desde el punto de vista de la literatura. Después de todo, con las letras del alfabeto se puede construir, indistintamente, el Quijote o una circular del Ministerio del Interior. De modo que metes un número equis de genes en un sombrero de prestidigitador, lo agitas y sale un conejo. Los vuelves a meter, lo agitas y sale un elefante. Así trabaja la naturaleza. Pero yo había acudido al Centro de Biología Molecular para que me ayudaran a escribir la biografía de una mosca, así que pregunté a Morata si podía echarme una mano.

-Es que a nosotros -me dijo- una mosca concreta no nos interesa. No trabajamos con individuos, sino con estirpes de moscas cuyas modificaciones genéticas se transmiten a través de las generaciones.

Como insistiera en mis propósitos y Morata tuviera durante aquellos días numerosos viajes, me encomendó a Manolo Calleja, un investigador muy bondadoso de su laboratorio, que recibió mi demanda con paciencia y humor. Manolo Calleja me asomaría durante los días siguientes a una especie de maqueta de la vida. Vi a la mosca previamente elegida poner los huevos de los que saldrían Catalina y Pruden. Observé atentamente el huevo, del que Calleja me explicó que estaba preparado por la madre para sobrevivir en las circunstancias más adversas. Se trataba de un óvalo blanco con dos espiráculos que, situados a modo de periscopios en uno de sus extremos, tomaban el oxígeno del aire. La cáscara del huevo de la mosca es tan sólida que en el laboratorio han de deshacerla con lejía pura. Tras ella aparece una membrana que los investigadores atraviesan con agujas finísimas, manejadas con unos aparatos de asombrosa precisión, para introducir en el embrión la información genética que interese.

En el laboratorio de Morata hay más de un millón de moscas, la mayoría mutantes. Están distribuidas por estirpes: las moscas de ojos blancos, por ejemplo, o de alas curvadas, o de alas en forma de sierra, además de las amarillas. Manolo Calleja utilizó las amarillas para crear un método muy ingenioso que le permite ver la situación de las células mutantes en el cuerpo del animal, ya que sobre el amarillo destacan de manera especial los marcadores que indican la situación de estas células. El asunto de los marcadores es interesantísimo. A muchas de estas moscas se les ha introducido el gen de un alga marina fluorescente al objeto de que las células enfermas brillen y se distingan al microscopio con una claridad sorprendente. Esta técnica está resultando enormemente útil para observar el modo en que una célula patológica se separa del conjunto al que pertenece y se interna en la zona sana del organismo para colonizarlo.

También hay moscas llamadas "salvajes", aunque viven desde hace miles de generaciones en cautividad. Los ancestros de algunas de estas moscas llevan 80 años en distintos laboratorios del mundo (los científicos se las intercambian). A 25 grados centígrados, la Drosophila produce una generación cada 10 días, por lo que, aunque se denominen de ese modo, ninguna es estrictamente salvaje.

Catalina y Pruden proceden de la estirpe de las salvajes. Ya hemos explicado cómo eran sus huevos. Entre las 0.00 y las 22.00, desde la puesta, se produce el desarrollo embrionario, cuyo proceso, observado al microscopio, resulta espectacular por la velocidad a la que se divide el núcleo. A las 22.00 sale una larva de primer estadio que dura 24 horas. La larva, semitransparente, es bellísima, parece una lágrima viva. Como no tiene otra función que la de comer, posee dos mandíbulas muy desarrolladas que devoran sin descanso el paisaje. Por lo demás, y dado su destino, sólo posee aparato digestivo y respiratorio. Su crecimiento es tan rápido que a las 24 horas de salir del huevo tiene que cambiar de camisa. Aparece entonces la larva de segundo estadio, que dura 24 horas más y da lugar a la de tercer estadio, que vive otro tanto. Llegado ese momento, la larva busca un lugar seco (se retira a meditar, como el que dice), donde su camisa se endurece, convirtiéndose en una suerte de capullo de color caramelo, semitransparente. A partir de este instante los tejidos larvarios se degradan y la mosca, tras cuatro días de meditación, se convierte en un insecto adulto. Observado al microscopio, el capullo deja ver en su interior las distintas partes del animal: sus llamativos ojos (enormes y de un rojo bermellón intensísimo), su tórax, su abdomen, sus alas plegadas. Gracias a la paciencia y a los cuidados de Manolo Calleja, pude observar a Catalina (y a Pruden) en cada uno de esos estadios, todos ellos admirables, aunque ninguno tan extraordinario como el del alumbramiento. Si la naturaleza fuese sabia de verdad, sonaría una música de violines cada vez que sucede. Y es que, llegada que fue la hora, Catalina humedeció con una sustancia procedente de su trompa los bordes de una especie de opérculo situado en uno de los extremos del pupario, de modo que la puerta se abrió y ella asomó la cabeza, luego el tórax, con sus tres pares de patas que se agitaban en el aire con la elegancia de otras tantas batutas de un director de orquesta. Y tras sacar el tórax, ayudándose de esas hermosas extremidades, se desprendió finalmente del capullo (muy ceñido al abdomen) con los movimientos con los que Kate Moss se habría quitado una combinación de nailon pegada al cuerpo. Fue un momento glorioso.

Pero hay en todo este proceso brevemente descrito una historia de terror de la que conviene dar cuenta, y es que la mosca no es, como cabría suponer, el resultado del desarrollo de la larva. La larva y la mosca son dos seres distintos. La mosca, podríamos decir, es un alien incrustado en el cuerpo de la larva, a cuyas expensas crece. La larva muere cuando la mosca ha alcanzado el desarrollo adecuado. Y otra cosa: las diferentes partes de la mosca aparecen en el cuerpo de la larva separadas, como las piezas de un mecano. Vemos por un lado la cabeza; por otro, el tórax (dividido en dos mitades simétricas); por otro, el abdomen, y así de forma sucesiva. Cuando todas estas partes han madurado separadas entre sí, se unen de forma misteriosa, se pegan, se articulan y aparece el conjunto fabuloso llamado mosca, en el que no es posible sin embargo hallar señales de las costuras. Cada una de esas piezas recibe el hermoso nombre de "disco imaginal". Cada disco imaginal es un saco de células que en su momento darán lugar a los ojos, a las antenas, a las alas, etcétera. La especificidad de estos discos es tal que si tomáramos el disco imaginal del ojo de una larva y lo trasplantáramos a la región orgánica de otra correspondiente al abdomen, la mosca resultante tendría un ojo en el vientre. Hay en todos los laboratorios del mundo muchas moscas con ojos en el vientre. Lo estremecedor es que ese ojo es capaz de fabricar terminaciones nerviosas que llegan al cerebro. Los científicos creen que esos ojos desubicados ven, aunque ignoran cómo organiza el cerebro la información correspondiente.

Pero yo no permití que hicieran ningún experimento con Catalina (ni con Pruden). Los separamos del conjunto y los pusimos en dos receptáculos distintos donde permanecieron solos hasta el cuarto día de vida. Entonces los unimos y asistí a la primera de sus cópulas, muy ardiente si pensamos que normalmente sienten la necesidad de copular al poco de abandonar el capullo. Cuatro días en la vida de una mosca (y si tenemos en cuenta que viven un mes) son muchos años en la vida de un hombre. Yo iba cada poco al laboratorio, para ver cómo se desarrollaba Catalina. Si no me era posible ir, telefoneaba a Manolo Calleja, que me ponía al tanto de los progresos existenciales de Catalina y Pruden. Las moscas estaban bien, siempre estaban bien, pero yo las echaba de menos (a Catalina especialmente), de modo que cuando cumplieron 10 días de vida decidí llevármelas a casa. Me compré una lupa de gran potencia y me pasaba las horas muertas observándolas ir de un sitio a otro en el interior del recipiente, cuya comida cambiaba de forma regular. Dos días más tarde tuve que volver con ellas al laboratorio para que Daniel Sánchez-Alonso, el fotógrafo, obtuviera unas imágenes, lo que no me gustó nada porque hubo que dormirlas y luego llevó lo suyo despertarlas (creí que las habíamos matado). Luego me tuve que ir a Barcelona un par de días. Al principio decidí llevármelas, pero me dio miedo que me las requisaran en la T-4 y me acusaran de terrorista bacteriológico o algo semejante. Las dejé en casa, pues, con todo preparado, y a la vuelta seguían bien.

Pasaba el tiempo, y en esa vida pequeña, como hecha a escala, reconocía yo los diferentes tramos de la mía: cuando era un embrión, cuando era una especie de gusano, cuando era niño, cuando fui joven... Llevaba una especie de diario de Catalina (hoy ha hecho esto, hoy ha hecho lo otro), de modo que al contar su vida relataba inevitablemente, y en lo que tengo de mosca (un 60%, dicen), parte de la mía. Recordé cuando yo mismo era capaz de correr incansablemente todo el día, cuando me subía a los árboles, cuando volaba con la imaginación, cuando descubrí el sexo, cuando lo redescubrí, cuando fui aceptado, cuando fui rechazado, cuando llegaron los primeros dolores de espalda, las primeras goteras? El empeño de Catalina en poner huevos, en reproducirse fuera de sí idéntica a sí misma, era el mismo que ponía yo en colocar una palabra detrás de la otra sobre la hoja en blanco. Cada palabra era un huevecillo. Catalina tenía una vida mucho más creativa que la de Pruden. Fabricaba los huevos en dos grandes ovarios situados en el interior del abdomen (de ahí su tamaño), los hacía descender por el conducto vaginal, los fecundaba antes de que salieran con una porción del esperma cedido por Pruden y almacenado en su espermateca, buscaba el lugar adecuado para depositarlos, de forma que las larvas nadaran al salir en la abundancia... Prudencio, en cambio, se limitaba a ser un mero proveedor de esperma. Si no estaba comiendo, cortejando o copulando (y copulaba poco por las razones señaladas), permanecía ocioso. Pensé entonces que el hecho de escribir o de pintar o de hacer esculturas nos convierte a los hombres, en cierto modo, en hembras. Tal vez, pensé, creamos para escapar de la condición accesoria del macho, de su función subordinada, de su existencia gris.

Por cierto, que la visión de una vida tan breve, pero que en el fondo era una réplica de la mía, me hizo comprender por qué a Ginés Morata no le interesaban las moscas concretas: porque una mosca concreta (y quizá un hombre concreto) no es nada. "Un hombre solo, una mujer, así, contados de uno, son como polvo, no son nada, no son nada", dice Paco Ibáñez en una hermosa canción cuya letra debemos a José Agustín Goytisolo. En la biología clásica, me explicó, a la hora de estudiar una especie se distinguen dos líneas: la somática y la germinal. La somática, identificada con el cuerpo, con el individuo concreto, no sirve para otra cosa que para transmitir la información germinal, que es lo que interesa a la ciencia. El único objeto del soma, del cuerpo, es dar continuidad a la línea germinal. Una vez agotada su función, perece, convirtiéndose en una cáscara vacía. Me pareció que se trataba de una división semejante a la del alma y el cuerpo, pero con fundamento.

He aquí algunos fragmentos de mi diario:

Día 20 de junio. Catalina y Pruden han cumplido ocho días. Pasan mucho tiempo en la base del habitáculo, alrededor del pellizco de levadura. La base de agar está llena de huevecillos y de larvas

Día 24 de junio. Pruden ha cortejado a Catalina durante horas sin resultado alguno. Cada vez que intentaba montarla, ella se deshacía de él con golpes enormemente eficaces de las patas traseras.

Día 25 de junio. Decido cambiarles la alimentación. Sustituyo la levadura que me han proporcionado en el laboratorio por un pedazo de manzana que se empieza a descomponer enseguida. Catalina y Pruden, como si reconocieran sus orígenes biológicos, se pasan el día sobre la manzana. Es evidente que disfrutan con ella más que con la levadura. Llamo al laboratorio y me dicen que es normal. Antiguamente les preparaban una papilla de manzana y plátano. Pero la levadura resultó más higiénica.

Día 26 de junio. El trozo de manzana está lleno de larvas que hacen túneles en su interior. Decido cambiarlo por razones de higiene (de mi higiene), tirando a la basura todo ese proyecto biológico en marcha.

Día 30 de junio. Catalina y Pruden cumplen hoy 18 días de vida. Son dos insectos ancianos. El abdomen de Pruden se ha vuelto prácticamente negro y el de Catalina se ha oscurecido mucho. Apenas vuelan o saltan, sólo caminan, aunque con mucho nervio. El vientre de Catalina continúa hinchado y su producción de huevos sigue siendo muy alta. Pruden la corteja con menos virulencia, quizá con más escepticismo y sin muchos resultados. Comprendo que he hecho una cosa atroz: he hecho un matrimonio de moscas, lo que en la naturaleza jamás habría sucedido. Las moscas no son insectos sociales (al modo de las abejas o las hormigas), pero están condenadas a encontrarse en los mismos lugares (donde hay una fruta en descomposición, por ejemplo). Telefoneo al Centro de Biología Molecular, hablo con Manolo Calleja. Le pregunto si las moscas duermen y me dice que no, pero que tienen un ciclo circadiano, de manera que su actividad disminuye en función de la luz. Le pregunto también por qué la realidad no está llena de moscas, pese a que se reproducen en una progresión geométrica, casi exponencial, y me explica que viven en un medio muy peligroso. Les gusta el vinagre, por ejemplo, que es simultáneamente un alimento fantástico y una trampa mortal, a la que con frecuencia quedan pegadas por las patas y las alas. A menos que sean muy jóvenes, no logran despegarse y mueren. Les encanta el vino también, pero se ahogan en él. La selección natural, en el caso de la Drosophila, y dado que su hábitat deviene con frecuencia en su tumba, es atroz. Las frutas en descomposición son como pantanos de los que resulta difícil salir si te hundes, sobre todo a partir de cierta edad. A todo esto hay que añadir la cantidad ingente de depredadores (lagartijas, pájaros, arañas, etcétera) en cuyos estómagos pueden caer. Cuando una especie pone muchos huevos, añade Calleja, es porque las posibilidades de éxito son pocas. Compensan a base de cantidad las altas tasas de mortalidad. La parte maldita, me digo, recordando el célebre título de Bataille, es decir, la cantidad de individuos que han de sacrificarse para que unos pocos salgan adelante. El éxito, en todos los órdenes de la vida, debe su existencia al fracaso, así que menos humos.

Continuamos hablando. Le digo que Catalina y Pruden han envejecido. Le enumero los síntomas y le parecen normales. "A partir de ahora", me dice, "perderán motilidad y observarás un deterioro claro. Quizá se les quiebren las alas". Manolo Calleja habla sin darse cuenta del daño que me hace. Yo he visto salir a esta hembra del huevo, la he observado en su fase de alien, astutamente incrustada en el cuerpo de una larva; la he visto emerger como una reina del capullo. He visto cómo desplegaba sus alas. La he visto copular, volar, saltar, poner huevos. Es una crueldad que hablemos de su vejez apenas a los 20 días de su nacimiento. Me dice también "y esto me rompe el corazón" que al hacerse viejas se abandonan, se vuelven sucias, prescinden de sus hábitos higiénicos.

Día 1 de julio. Ha muerto Pruden. Lo descubrí por la mañana en la base de la jaula, boca arriba. Me pareció que movía un poco las patas. Tomé la lupa, lo observé durante un rato y asistí a su agonía. Pereció con naturalidad, sin muchos aspavientos. Advertí entonces que la levadura estaba un poco seca, por lo que la mojé con una gota de agua. Luego introduje un pedazo de manzana en el cilindro. La manzana, pensé, podría restituir los niveles de humedad al tiempo de animar a Catalina, que en apariencia se encuentra bien. Todavía es capaz de trepar hasta el techo por las paredes del receptáculo. Su vientre sigue perdiendo color, pero continúa lleno de vida. He telefoneado a Manolo Calleja y me ha dado el pésame (por Pruden).

Día 2 de julio. He observado durante horas a Catalina y apenas se limpia ya con ese gesto tan característico de las moscas (pasándose las patitas por la cabeza). Espero que no tenga ácaros. El ácaro de la mosca del vinagre mide 0,1 milímetros (el 10% aproximadamente del tamaño de ella). Cabría pensar que se trata de un individuo simple, pero nada más lejos. Lo he visto al microscopio y se trata de un arácnido absolutamente complejo, como usted o como yo. Cumple una función esencial en la eliminación de desechos, pero personalmente preferiría no tenerlos en casa.

Día 3 de julio. Hoy, a la cuatro de la madrugada, me desperté sudando, víctima de una premonición, como cuando le ocurre una desgracia a un ser querido. Mi familia estaba bien, por lo que fui corriendo a mi cuarto de trabajo. Catalina continuaba viva, aunque muy envejecida. A veces, víctima de la fuerza de la gravedad, se precipita desde las paredes del cilindro al fondo del receptáculo. Entonces efectúa un vuelo muy corto, pero desesperado, y vuelve a caer. Pasa mucho tiempo sobre el pedazo de manzana, donde no ha dejado de poner huevos. Por la mañana, al observarla atentamente, comprobé que había perdido parte de la pigmentación de los ojos. Me sobrecoge la idea de que cada día de su vida equivalga a varios años de la mía. No he sacado el cadáver de Prudencio para no alterar el ecosistema. Tampoco parece molestarle.

Día 4 de julio. ¡Horror! Me ha parecido advertir que a Catalina le faltaba la pata delantera izquierda. ¿Se les caerán las patas a las moscas como a nosotros el pelo? Por fortuna, en una segunda revisión se la he encontrado, pero estaba escondida entre su tórax y su cabeza de tal modo que parecía faltar. Tengo en todo caso la impresión de que no la utiliza. En cuanto al resto de las patas, funcionan con escasa coordinación, como las de un trípode con las articulaciones rotas. ¿Reúma? ¿Artritis? No tengo ni idea. Lo cierto es que la pobre se sostiene a duras penas sobre la pared del cilindro de plástico, que recorre de forma errática. Su abdomen continúa sin embargo hinchado, como si sus ovarios continuaran fabricando huevos a un ritmo industrial.

Día 5 de julio. Catalina ha muerto esta noche. Al despertarme descubrí su cadáver en el fondo del cilindro de plástico, cerca del de Pruden. Un matrimonio pequeño y difunto, muy oscuro. Entre los dos reunían 12 patas, 4 alas, dos pares de ojos, dos tórax, dos abdómenes? No tuvieron otras pertenencias que las somáticas. Han dejado sin embargo una herencia germinal fabulosa. Y es que a las dos horas de descubrir el cadáver de Catalina, el habitáculo comenzó a poblarse de nuevas moscas, procedentes de las larvas descendientes de ella misma. Me pareció un milagro, una coincidencia asombrosa. Conté 12 moscas nuevas, ágiles, vitales, idénticas a sus padres, que en 24 horas comenzarían a poner sus propios huevos. Creced y multiplicaos, tal es el único mandato con el que venimos al mundo, aunque ignoramos de quién procede. ¿Por qué esta necesidad, este empuje que no cesa ni en las condiciones más adversas que quepa imaginar? Viendo pasar las generaciones de moscas a esta velocidad, se relativiza mucho la propia vida. Bien podríamos decir que la vida de las moscas es un mapa, una representación a escala de la de los hombres.

La desaparición de Catalina ha provocado en mí, si no tristeza, cierta perplejidad. Tenía que fallecer, desde luego, y por estas fechas, pero la vida sin ella está más vacía. Sin exagerar, claro, pues no hay dolor, no hay duelo, no hay sufrimiento. De hecho, he tratado de imaginar qué efecto habría producido esta muerte en mí si Catalina hubiera tenido el tamaño de un perro, incluso de un perro pequeño. Hay una relación increíble entre la masa somática y la energía sentimental. Una masa pequeña produce sentimientos pequeños. ¿Dónde se encuentra la frontera en la que desaparece la empatía? La mosca, sin duda, es una de esas fronteras. La mosca es una vida llevada al límite. La mosca es Marte. ¿Seremos Marte nosotros para alguien?

He salido al jardín con el cilindro de plástico y lo he abierto. El día era excepcionalmente luminoso, dorado. El césped y las hojas de la hiedra, así como las uvas de la parra, emitían, desde tonalidades diferentes, un resplandor insólito. En el aire se agitaban multitud de insectos. Las abejas y las avispas libaban. Las arañas tejían sus telas. Los peces, en el estanque, buscaban las larvas de los mosquitos. La tortuga absorbía los rayos del sol como un agujero negro. Los seres humanos leían el periódico. Era hermoso vivir, aunque la vida fuera absurda, quizá por eso. Pensé que para estas pobres moscas mías que vivían desde hacía miles de generaciones en un laboratorio, la experiencia de la naturaleza podría resultar semejante a la de la ingestión de un ácido. Y así debió de ser, porque se resistían a abandonar los bordes del recipiente, como si se encontraran aturdidas o asombradas por el espectáculo de la naturaleza. Tuve que sacudir el frasco para que cayeran. Con las moscas vivas desaparecieron también los cadáveres de Catalina y Pruden. Dos cadáveres diminutos, como los de ustedes o el mío cuando llegue el momento. Todo depende de la escala.

Ha sido ésta una de las experiencias más luminosas de mi vida. Gracias, moscas.

Daniel Sánchez-Alonso
Manual de cortejo para la 'mosca de la fruta'. Juan José Millás relata la vida de una mosca de laboratorio en un reportaje en EL PAÍS SEMANAL.Vídeo: CENTRO DE BIOLOGÍA MOLECULAR / UAM

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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