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VALENTINO | Diseñador | Homenaje a un grande la moda

“Es mejor dejar la habitación cuando está llena de gente”

Eugenia de la Torriente
El modisto Valentino, posa delante de uno de sus últimos diseños a la entrada de su exposición retrospectiva  en el Museo de Artes Decorativos del Louvre en París.
El modisto Valentino, posa delante de uno de sus últimos diseños a la entrada de su exposición retrospectiva en el Museo de Artes Decorativos del Louvre en París.Daniel Mordzinski

Los ojos tardan un segundo en ajustarse a la penumbra. Entre las chispas provocadas al abandonar la claridad de las escalinatas del Louvre, aparece una nube rosa. No es de caramelo, sino una capa hecha con pétalos de organza. Un vestido de noche que, de espaldas, da la bienvenida a la exposición Valentino: temas y variaciones. Primera sorpresa: es rosa. Esquivando el tópico del rojo valentino, la muestra deja claro desde un principio que su objetivo es mostrar otra cara del modista, que abandonó la moda en enero. Al menos, de su obra.

Porque el rostro del hombre lucía el viernes el mismo bronceado que le ha hecho famoso. Paseaba entre las vitrinas que repasan su carrera y exhibía esas maneras de estrella a las que, en cierta forma, ha estado obligado desde la cuna. Después de todo, Valentino Garavani (Voghera, 1932) le debe su nombre a la pasión de su madre por Rodolfo Valentino. Y el martes verá cómo el Museo de Artes Decorativas de París inaugura una retrospectiva sobre sus 49 años en la moda. Un análisis que reivindica su legado, más allá del espectáculo, la vida fabulosa de yates, Jackie Kennedy y el resto de las reales amistades.

Pregunta. ¿Siente nostalgia rodeado por todo esto?

Respuesta. No, me encanta ver estos vestidos por enésima vez. Y es muy importante para mí entrar en el Louvre. Sobre todo, porque soy el primer diseñador extranjero con este honor. Estoy muy agradecido a Francia, tengo la legión de honor, la medalla de oro de la Villa de París...

P. ¡No les queda ya nada por concederle!

Quiero ser recordado como un hombre que amó a las mujeres

R. No, es cierto. Estoy muy orgulloso y honrado de que me hayan acogido así.

P. Hace un año, días antes de celebrar su 45 aniversario en Roma con fiestas, exposiciones y desfiles, le pregunté si pensaba retirarse y dijo que no. En septiembre, anunció lo contrario. ¿Cuándo lo decidió en realidad?

R. ¡Es que entonces no iba a hacerlo! Después de aquella gran fiesta en julio, pensé: "¿Qué voy a hacer que sea más grande y mejor que esto?". Creo que es mejor dejar la habitación cuando está llena de gente.

La moda es arte: creas algo nuevo a partir del cuerpo humano

P. De una forma u otra, lleva casi un año diciendo adiós: se despidió del prêt-à-porter, luego de la alta costura... ¿Se ha acostumbrado ya a su nueva vida?

R. Dejé de trabajar en enero, así que son apenas unos meses los que llevo "dando vueltas". La verdad es que he estado atareadísimo. Tengo casi más trabajo que antes. No he tenido tiempo de pasármelo bien, ¡excepto por la semana que pasé en el Carnaval de Río de Janeiro!

Valentino se detiene frente a un puñado de maniquíes vestidos con variaciones de su pieza más emblemática: el vestido rojo. El diseñador revela que fue en las butacas del Liceo barcelonés, al ver a las mujeres formar un ramo sobre ellas, donde nació su devoción por el sangriento tono. Las que se contemplan en el Louvre son una pequeñísima porción de las variaciones existentes. Hay muchas más entre las 3.000 piezas que componen el archivo de la fundación que han creado el diseñador y su eterno socio y antigua pareja sentimental, Giancarlo Giammetti. Un fondo que, tal vez, alimente un museo en Roma. "El antiguo alcalde se lo prometió a Valentino", revela Giammetti. "Pero con el nuevo [el neofascista Gianni Alemanno] hay que volver a empezar a negociar. Así que estamos metidos en un tedioso proceso burocrático".

P. ¿Cómo le gustaría ser recordado?

En cada detalle, en cada drapeado, en cada escote se reconoce mi estilo

R. Como un hombre que amó a las mujeres. Un hombre que trató de que se vieran elegantes y femeninas. Sexies, pero nunca vulgares. Llenas de encanto y sofisticadas. Eso es Valentino.

P. Le gusta coleccionar arte. Al entrar en el Louvre con su propia obra, ¿se siente más cerca de ser un artista?

R. Si lo piensas cuidadosamente, la moda es arte. Haces estudios a lápiz, luego trabajas con el material y lo domas según tu voluntad. Lo dotas de expresividad cuando eliges el tejido, el bordado... Creas algo nuevo a partir del cuerpo humano, que debe atraer como un cuadro o una escultura. Desde luego, la moda es arte. ¿Por qué no? ¿Sólo porque esté hecho en chiffon en lugar de piedra?

Siempre he soñado con hacer el vestuario de una ópera o un ballet

P. ¿Y se siente un artista?

R. Sí. Desde luego, no me siento como un obrero que trabaja en Fiat. Eso seguro.

P. ¿Podría elegir una pieza que resuma toda su carrera?

R. Cada vestido es como un hijo porque todos los hice con auténtica pasión y entrega. Hay vestidos que me traen estupendos recuerdos, pero cuando los veo todos juntos como ahora no puedo distinguir a uno sólo. Me encanta que al unir piezas de los años sesenta y de 2007 no se vean dispares. Eso demuestra que mis ideas siempre han seguido una dirección común, que es la mía, y que no me he dejado manejar por la moda o por otros. Considero mi trabajo como el de un escritor que escribe una gran y única historia de la que cada colección es un capítulo.

P. Hay una cita suya en la que habla de alcanzar una caligrafía propia y original. Mientras trabajaba, ¿era consciente de estar construyendo un estilo?

R. Querida, antes me preguntaba si esto es un arte. Y yo le dije que sí. Por lo tanto, tiene que ser reconocible. Un artista debe tener un sello. En cada detalle, en cada drapeado, en cada escote puedes reconocer a Valentino. Cuando llegué a París a los 18 años como aprendiz soñaba con triunfar. Pero a esa edad lo que quieres es trabajar, gustar y pasártelo bien. Fue después, al establecerme por mi cuenta en Roma, cuando empecé a aspirar a lo más alto.

París, años cincuenta. Las coordenadas de la época dorada de la alta costura. Valentino se formó como ayudante de Jean Dessès y Guy Laroche. En 1959 volvió a Italia para crear su propia firma. Sus padres financiaron la operación, pero la empresa no funcionó hasta que en 1961 Giancarlo Giammetti entró en escena. Se ocupó del negocio y creó un imperio que vendieron en 1998. La empresa ha cambiado tres veces de manos en nueve años y la última venta cifraba su valor de mercado en 2.600 millones de euros. Esa evolución ilustra la conversión de una profesión artesanal en una gran industria. "Cuando empecé a trabajar con él lo que más me fascinaba era verle dibujar. Lo hacía con acuarelas y se pasaba horas", explica Giammetti. "Él y Saint Laurent son los únicos a los que he visto pintar con semejante habilidad. Ahora se trabaja en equipo, con números y datos del mercado. Siempre intenté que eso le fuera ajeno. Él estaba solo y feliz diseñando. Ésa es la diferencia entre Karl, Yves y Valentino y el resto, entre el ayer y el hoy, y la razón por la que Valentino fue feliz dejándolo".

P. Hace pocos días asistió al funeral de Yves Saint Lauren. ¿Es el fin de una generación?

R. Fue muy triste. Con él se nos ha ido una columna vertebral de la moda internacional. Es cierto que tras mi retirada y su muerte quedan muy pocos haciendo las cosas a nuestra manera...

P. Está Karl Lagerfeld, pero él rechaza de plano la nostalgia, no quiere homenajes y no celebra aniversarios. Es más, critica que otros se regodeen en glorias pasadas.

R. Bueno, cada cual tiene su forma de hacer. Lagerfeld es un gran diseñador y es el único que queda, junto a Lacroix y Gaultier, al frente de la auténtica alta costura. Ellos, y se acabó.

P. ¿A qué se refiere? ¿A la alta costura?

R. ¡Espero que no! Además, por primera vez en muchísimo tiempo se vuelven a ver chicas jóvenes en las primeras filas.

P. Algunas de sus costureras llevaban más de 30 años trabajando para usted. En su último desfile lloraban desconsoladas tras el escenario. ¿Ha vuelto a verlas?

R. He estado viajando mucho, pero cuando vaya a Roma iré a verlas desde luego. Porque me quieren mucho. Hemos estado juntos durante muchísimo tiempo. Me echan de menos, claro. Y yo a ellas. Pero así es la vida. No puedo estar allí hasta el fin de mis días haciendo ropa. Ahora quiero hacer otras cosas.

P. ¿Por ejemplo?

R. Siempre he soñado con hacer el vestuario de una ópera o un ballet, pero nunca he tenido tiempo. Creo que ése será mi próximo proyecto, aparte del documental sobre mi vida que se espera estrenar en el festival de Venecia.

P. La joven diseñadora Alessandra Facchinetti debutó en febrero al frente de su marca. ¿Qué opina de su trabajo hasta el momento?

R. Espero que lo haga muy bien. Porque es mi nombre el que está ahí. Tiene que trabajar muy duro para que la marca Valentino mantenga la elevada posición. Tiene mi firma en sus manos.

La sonrisa forzada delata que no es un tema del agrado del maestro. Cuando acaba de atender a los medios, se pone las gafas aún en la penumbra y, rodeado de su séquito, sale a la luz de la rue de Rivoli donde aguarda una fila de coches. Al modista le gusta rodearse de gente, de su gente. Pero al frente de la familia Valentino no está solo. Le acompaña el temperamental Giammetti, a quien le une una extravagante relación lejos de las definiciones. "Es única", admite Giammetti. "Nunca he oído de dos personas, casadas o no, que hayan tenido algo tan especial durante tanto tiempo. Está marcada por un enorme respeto y complicidad. Ninguno de los dos somos personas fáciles; hemos pasado 24 horas juntos durante casi 50 años. Por mi parte, he sido muy paciente, porque Valentino es muy energético en sus reacciones, y muy humilde porque nunca he sentido que mi trabajo no fuera reconocido".

Una terca y romántica defensa

"Es muy raro poder analizar una carrera cerrada y justo después de que un diseñador se retire. Y la de Valentino lo es: empieza en 1959 y acaba, voluntariamente, en 2008", explica Pamela Golbin. La comisaria de la exposición es la ideóloga del original planteamiento de la muestra, que huye de la frivolidad a menudo asociada al diseñador italiano.

La sorpresa del vestido rosa continúa con una sobria primera planta, dominada por el blanco, el negro y un breve apunte de rojo. La drástica reducción de la paleta cromática centra la atención en la estructura y la silueta. La crudeza del blanco y negro subraya un curioso efecto: aún quietos, los trajes de Valentino se mueven. "Cuando mencionas el nombre Valentino, lo primero que te sugiere es un estilo de vida, riqueza y opulencia; pero cuando te adentras en su trabajo comprendes cuán riguroso y sólido es. Muy pronto desarrolló un vocabulario estilístico que refinó durante casi 50 años".

Tras la contención inicial, la segunda planta estalla gracias al estudio de la decoración a través de estampados animales o geométricos, profusa ornamentación y alardes de técnica en los plisados. Fantasía y virtuosismo que nunca han evitado que a Valentino se le reproche su conservadurismo. La terca y romántica defensa de su clásica noción de la belleza queda clara en una muestra que organiza 225 vestidos por temas y evidencia la dificultad de distinguir entre un vestido de los años sesenta de otro de este siglo. "Comprendes que hay una completa coherencia en cinco décadas de trabajo. Valentino vuelve una y otra vez a las mismas ideas. Con este concepto se subrayan los valores que defiende su obra".

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