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Crítica:La lidia | Feria del Aniversario
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Torerísimo Perera

Antonio Lorca

Miguel Ángel Perera salió a morir y consiguió la vida. Qué otra cosa, si no, es la puerta grande de Madrid para un torero. La gloria, acaso, fuerza necesaria para ser figura. Y Perera ya lo es, vaya que sí, porque sólo siendo figura puede entenderse su firmeza y disposición ante el quinto toro de la tarde, con casta, recorrido y nobleza, al que había que poder y someter. Y torear, que es lo más difícil.

Perera no tardó ni esto en decirle a la plaza que salía a hombros o acababa en la enfermería. Y esos mensajes no escritos se captan en un segundo. Miren: se echó el capote a la espalda, se cruzó de verdad delante del toro, aleteó suavemente los vuelos, y susurró ¡eh...! Y el toro se arrancó como una bala. Impávido quedó el torero, asido a la arena, y los pitones despertaron los hilos de seda de la taleguilla; y otra gaonera, y otra, hasta cuatro, ceñidísimas, imposibles. Y cuando remató entre el entusiasmo popular, ya estaba todo el mundo convencido: Perera viene a por la puerta grande.

Cuvillo/El Cid, Perera, Talavante

Toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación, —el primero, anovillado—, inválidos los dos primeros; encastados y nobles tercero y quinto; aplomados, cuarto y sexto.

Manuel Jesús, El Cid: estocada (silencio); pinchazo, estocada que asoma y un descabello (ovación).

Miguel Angel Perera: pinchazo y estocada (palmas); estocada —aviso— (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande.

Alejandro Talavante: casi entera atravesada y un descabello (oreja); —aviso—, tres pinchazos y estocada (silencio).

Plaza de las Ventas. 6 de junio. Cuarta corrida de la Feria del Aniversario. Lleno.

Perera no tardó en decirle a la plaza que salía a hombros o a la enfermería
Las Ventas vibró como en la tarde ya histórica por unos momentos
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El toro tenía tranco y alegría, lo que demostró en el caballo y banderillas, y allá que cogió el torero la muleta y se fue al centro a brindar. El toro que lo ve y galopa hacia la boca de riego. El corazón que se encoge -el de los espectadores-, y el torero recibe a su oponente con dos pases cambiados por la espalda auténticamente escalofriantes.

Y llega el toreo de verdad. Perfecto de colocación, valentísimo, con una entrega total y trasfigurado en un maestro, Perera hilvanó unos derechazos largos y ajustados, el toro embebido en la muleta, con fijeza y recorrido, y con un poderío total del torero. La segunda tanda fue vibrante y espectacular; casi con toda seguridad, de los mejores muletazos que se han dado este año en esta plaza.

Lo intentó con la zurda, y sólo brotó un largo natural, porque el toro salía de la suerte con la cara muy alta y deslucía el encuentro. Volvió a la diestra y tuvo tiempo de volver a demostrar la pureza y hondura de su muñeca. Concluyó su obra con unas bernardinas ajustadísimas. Montó la espada y se volcó en el morrillo del toro con su alma, corazón y vida. Porque es verdad que estaba dispuesto a morir. Y el que murió fue el toro tras una agonía lenta, es verdad, pero sin puntilla.

Las dos orejas, sin lugar alguno a la discusión, fueron a las manos de Perera. Era una figura del toreo que había encandilado a la plaza con un toro encastado para el que se pidió la vuelta al ruedo, honor que hubiera sido inmerecido.

Por unos momentos, Las Ventas vibró como en la tarde ya histórica. Es lo que suele ocurrir cuando un señor sale a jugarse la vida a sabiendas de que puede perderla.

El resto no fue igual. La misma plaza, la misma gente, toreros hechos y derechos, pero faltaba algo. Faltaba el misterio, ese halo invisible que lo envuelve todo; algo inexplicable, pero que pone los vellos de punta y la tensión a flor de piel.

El resto de la corrida tuvo algunos detalles importantes, pero faltó el misterio. Para empezar salió un novillo impresentable en primer lugar y le tocó a El Cid. ¡Qué decepción más grande! ¡Cómo podía presentar batalla con semejante gato...! Un novillo, además, amuermado que sólo producía vergüenza. Y el torero sevillano quiso enmendarlo todo en el cuarto, al que Alcalareño banderilleó de lujo, y lo toreó con hondura en dos tandas muy cortas por el lado derecho, pero aquello no llegó a cuajar porque el animal se aburrió. Se esperaba mucho de El Cid. ¿Aceptaría el reto que le habían lanzado el día anterior? ¿Se dejaría matar para vivir y mandar? Todo quedó diluido en una tarde sin suerte y grisácea.

Antes, Perera y Talavante habían competido en quites en el segundo por gaoneras y chicuelinas, y el extremeño no pasó de una labor insulsa ante un toro con poca clase.

Y Talavante cortó una oreja al tercero. Había comenzado por estatuarios, y unos magníficos naturales, templadísimos y largos, hacían presagiar un nuevo misterio. Mandó, y mucho, por la derecha, y ligó -ésa fue su principal cualidad- muletazos de excelente factura. Todo esto es verdad, pero faltó vibración. Talavante tiene sentido del temple y valor, pero parece que le falta sangre en las venas y que le puede una especie de mangla caribeña que lo entristece todo. Algo de eso parece que le ocurrió ante el soso sexto, al que pasó con celeridad, limpieza y grandes dosis de aburrimiento.

Pero, de verdad, de verdad, el único misterio lo dijo Miguel Angel Perera. Por eso, quizá, su triunfo fue incontestable. Y se lo llevaron a hombros. Lo que son las cosas...

Miguel Ángel Perera, a hombros para salir por la puerta grande, saluda a la afición de Las Ventas.
Miguel Ángel Perera, a hombros para salir por la puerta grande, saluda a la afición de Las Ventas.CLAUDIO ÁLVAREZ
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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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