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Reportaje:

Los astilleros de Solidaridad naufragan

La empresa de Gdansk, símbolo de la libertad de Polonia, se vende a una firma ucrania

Cristina Galindo

Los históricos astilleros de Gdansk, donde nació el movimiento de protesta del sindicato Solidaridad de Lech Walesa que fue clave para la caída de la dictadura comunista polaca en 1989, se enfrentan a un nuevo conflicto. Pero esta vez el enfrentamiento no se dirime en la ciudad a orillas del Báltico, sino en los despachos de Bruselas. La empresa, símbolo de la lucha por las libertades, se ve amenazada por la quiebra si la Comisión Europea le obliga a devolver un paquete ilegal de ayudas estatales por 1.300 millones de euros. De momento, la compañía ucraniana Donbass ha llegado al rescate: pagará 400 millones de dólares (320 millones de euros) por el control de los astilleros públicos.

Desde la caída del telón de acero la industria portuaria entró en crisis
La UE pide a Varsovia que recorte la producción o devuelva las ayudas públicas
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Una campaña sucia

Pese a los problemas económicos, la actividad continúa en esta gigantesca fábrica de barcos que intenta salir a flote en un mercado en el que es casi imposible competir con Corea del Sur, que domina el negocio gracias a sus bajos costes de producción. En la entrada, tres enormes crucifijos de hormigón recuerdan a los trabajadores que murieron durante los enfrentamientos con la policía en las huelgas de los años setenta y ochenta, desencadenadas por los bajos sueldos. Una vez dentro, se extiende una miniciudad en la que antes trabajaban 17.000 personas y ahora quedan 3.000.

Uno de ellos es Adam Zawacki, de 27 años. Monta cascos de buques, como hizo su padre hace más de 20 años en los astilleros, entonces llamados Lenin. Su salario, salvando las distancias, no es mucho mejor: gana 3.000 zloty brutos al mes, o unos 800 euros, horas extras incluidas. A diferencia de su progenitor, él no protesta. "Estoy aquí porque quiero y porque para mí estos astilleros son todavía un símbolo". Como muchos otros, ha tenido ofertas más atractivas: "Unos noruegos me querían pagar el triple, pero me quedo".

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Su entusiasmo no sirve para garantizar el futuro de los astilleros. Pese al acuerdo alcanzado esta semana con Industrial Donbass Union, uno de los grandes grupos industriales de Ucrania, para comprar el 83% (el resto queda en manos estatales), el principal escollo está en Bruselas. La Comisión negocia con Varsovia para que recorte la producción o devuelva las ayudas públicas que los astilleros han recibido desde la entrada de Polonia en la UE, en 2004. Una portavoz comunitaria explica que el objetivo no es cerrar los astilleros, sino asegurarles "un futuro viable". "Sabemos que han desempeñado un papel crucial en la historia europea", añade, "pero tenemos que asegurarnos que los astilleros europeos compiten en igualdad de condiciones".

Muchos empleados echan la culpa de todo a la entrada en la UE, aunque cada vez son más conscientes de la necesidad de reestructuración. Bajo el comunismo, los astilleros vivieron una etapa de bonanza gracias a los buques que construían para la Unión Soviética. Con la caída del telón de acero, la empresa entró en crisis. Hasta ahora. La privatización da motivos para un mayor optimismo. "Donbass se ha comprometido a negociar con Bruselas y está dispuesto a devolver las ayudas", explica el presidente de los astilleros, Andrzej Jaworski.

El anuncio de la venta se produce unos días antes de las elecciones parlamentarias del domingo que enfrentan al actual partido gobernante, Ley y Justicia de los hermanos Kaczynski (derecha conservadora), y la Plataforma Cívica de Donald Tusk (derecha liberal). Los tres dirigentes provienen de Solidaridad y son de Gdansk, pero ninguno ha convertido la crisis en el astillero en punto central de la campaña.

Los problemas del astillero y la poca incidencia que está teniendo en la política ponen de manifiesto las contradicciones que vive la economía polaca. En Gdansk hay un Ikea más grande que el aeropuerto, las empresas de alta tecnología empiezan a poblar el paisaje y los complejos turísticos se desarrollan al calor del mar Báltico. "Conviven dos economías: la vieja y la moderna", explica Marcin Nowicki, analista del Instituto de Estudios de Mercado de Gdansk. "La región de Gdansk puso en marcha hace tres años un plan para atraer inversiones alternativas y está dando resultados", agrega. Menos optimista es con el futuro de los astilleros: "Hay tensiones internas, porque los trabajadores quieren subidas de sueldos, que son muy bajos, y competir con Corea será muy difícil".

Un trabajador barre en el astillero de Gdansk, cerca de uno de los últimos barcos construidos en las instalaciones, en 2005.
Un trabajador barre en el astillero de Gdansk, cerca de uno de los últimos barcos construidos en las instalaciones, en 2005.REUTERS

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Sobre la firma

Cristina Galindo
Es periodista de la sección de Economía. Ha trabajado anteriormente en Internacional y los suplementos Domingo e Ideas.

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