La irrupción de las minorías
En 'La fuerza de los pocos', Andrés Ortega analiza los derroteros de un mundo en el que el mensaje radical de los pequeños grupos crece y se proyecta con las nuevas tecnologías
Las reglas de juego han cambiado desde hace mucho. Con la caída del muro de Berlín acabó un paradigma y se inició una nueva época, en la que estamos y donde no terminan de definirse las líneas maestras que van a definir nuestro futuro. Tiempos de transición: tiempos de transformación y en los que una densa neblina no deja ver el panorama exacto de las diversas contradicciones que azotan al mundo globalizado. En ese contexto aparece ahora La fuerza de los pocos (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), donde Andrés Ortega (Madrid, 1954) explora cómo la arrolladora corriente unificadora de la globalización ha propiciado, paradójicamente, una proliferación de minorías empeñadas en subrayar sus señas de identidad.
"Lo que me parece más grave no es la falta de relatos, sino los relatos inventados"
"El hombre ya no se define esencialmente por lo que produce, por cómo lo produce ni por lo que consume. El hombre siente necesidad de diferenciarse para identificarse, y son precisamente las diferencias culturales las que lo definen", así arranca el nuevo ensayo de Andrés Ortega, licenciado en Ciencias Políticas y actualmente columnista en EL PAÍS y director de la edición española de Foreign Policy. "Cuando hablo de cultura, me refiero al conjunto de ideas y creencias desde el cual cada tiempo vive, como explicaba Ortega y Gasset", dice. "Pienso en el mundo de referencias, de valores, de comportamientos, en la manera de enfrentarse a la vida y la muerte, en su forma de concebir la familia...". La globalización iba a hacernos a todos iguales y resulta que lo que ha generado es una variedad infinita de culturas diferentes.
El jueves, en un desayuno de prensa, se presentó en Madrid La fuerza de los pocos. El escritor y periodista Juan José Millás, tras definir el libro como "un diagnóstico de endocrino del mundo actual", se dedicó a preguntar. Andrés Ortega respondió. Y así, a saltos, poco a poco, fueron apareciendo las complicaciones con las que convivimos.
Todo está fragmentado y gracias a las nuevas tecnologías cada cual puede elegir su nicho y aislarse del mundanal ruido, le dijo Millás. Ortega le contó que una de las grandes revoluciones recientes es la de la televisión por cable. "Los inmigrantes que llegaban antes a Alemania o Francia, por ejemplo, no tenían más remedio que ver la televisión alemana o francesa, y a la larga se integraban. Ahora tienen acceso a los mismos o parecidos programas que veían antes de trasladarse, y conservan su identidad, se mezclan menos, existe menos diálogo".
"Antes todos comentábamos en la oficina lo mismo, porque veíamos la misma televisión", continuó Ortega. "Ahora, en las sociedades desarrolladas que atraen a miles de inmigrantes, las diferencias de cultura se han vuelto factores de identidad. Como se ha producido, por la oferta extensa de canales televisivos, una fragmentación de las audiencias, éstas muchas veces se radicalizan". El diálogo de culturas se vuelve así más difícil, el viejo anhelo universalista se va convirtiendo cada vez más en una utopía irrealizable.
Millás comentó, aludiendo al libro clásico de Freud (Malestar en la cultura), que hoy cada vez es mayor el malestar en el consumo. Le dio pie a Ortega para que comentara que en las democracias adelantadas, los ciudadanos se convirtieron en consumidores y que ahora van camino de ser usuarios. "Algo de autonomía hemos recuperado", dijo Ortega, que considera que estamos llegando a un punto en que para ser hay que ser usuario, no estar interconectado equivale a no existir. El problema es que en el camino se pierden noermas, valores, referencias. "China es un ejemplo. Los comunistas liquidaron el confucianismo, ahora los usuarios de la red van camino de triturar el legado comunista en su vertiginosa transformación capitalista".
En el diálogo entre Millás y Andrés Ortega emergieron los más variados temas sobre el telón de fondo de La fuerza de los pocos. "La política en el mundo occidental es cada vez más la lucha por el poder. Se quiere el poder, pero no para hacer cosas, sino simplemente para ocuparlo", comentó. "No hablo de Dios, pero sí del regreso de las religiones. Las que más fuerza tienen son, además, las más radicales. Europa es ya una isla del laicismo. Y las cosas van a cambiar necesariamente con la llegada de los inmigrantes. Cambian ellos, pero también cambiamos nosotros. Pero tenemos que convivir, y para ello no se trata de convencer y menos aún de convertir".
Particularmente rica fue la conversación sobre la identidad. Millás dijo que "lo que no tiene relato, no existe", y se refirió a la generación de Rodríguez Zapatero que "aún no se ha contado a sí misma". Andrés Ortega aseguro que todas las generaciones, tarde o temprano, terminan por construir su relato. "Lo que me parece más grave no es la falta de relatos sino los relatos inventados. Y lo que está ocurriendo ahora es que tanto nacionalistas como fundamentalistas islámicos se inventan su propia historia. Al Qaeda ha elaborado en los distintos textos que dirige a sus seguidores un relato sin raíces en el que no les importa que haya una tergiversación del pasado, como limitar Al Andalus a Andalucía. El problema es que cada vez convencen a más gente".
Babelia
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