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Entrevista:John Boyne | Escritor

"Tuve la sensación de que la voz de un niño me decía lo que tenía que escribir"

Un soplo de inspiración, y dos días y medio de escritura.

Ése es el punto de partida de El niño con el pijama de rayas, que se ha adentrado en la ruta de un fenómeno literario global. Lo ha hecho con la secreta complicidad de esos lectores que con sus recomendaciones crean una estrategia paralela a la del marketing, desafiando los grandes lanzamientos. John Boyne (Dublín, 1971) es su autor. Es irlandés. Un tímido treintañero de rostro juvenil que ve cómo su singular versión del Holocausto es traducida a 30 idiomas, mientras asiste en Budapest al presagio de su encumbramiento: el rodaje de su versión cinematográfica.

Es el embrión y la metamorfosis de un éxito.

Todo está en penumbra. Y todo es silencio para escuchar la lectura de dos pasajes de la novela que hace el propio Boyne en el auditorio del Festival Internacional de Galgway, al oeste de Irlanda. Una fábula de la Shoah a través de la inocencia de Bruno, el niño de un alto oficial nazi en medio del horror, como metáfora del mundo resistido a creer que el ser humano pudiera alcanzar tan abisales monstruosidades. "Sólo cuando terminó la guerra comprendieron que el genocidio era verdad. Pero ya era tarde", explica el escritor ante la intervención de un asistente. Más preguntas, más respuestas. Las luces vuelven, y son el preámbulo de un nuevo e inevitable ritual en la vida de este escritor: la firma de libros.

"Sólo cuando terminó la guerra comprendieron que el genocidio era verdad. Ya era tarde"

La de una novela que borra fronteras entre la literatura juvenil y adulta. Una historia que va a uno de los centros del mal de la II Guerra Mundial, donde fueron asesinados más de seis millones de judíos por orden de Adolf Hitler, entre 1939 y 1945.

Al día siguiente, John Boyne ya ha vuelto a su casa de Dublín, después de atravesar en coche la ondulada Irlanda. Vive en uno de esos conjuntos residenciales de calles que serpentean custodiadas de césped con oasis de árboles. Allí recuerda que tras confirmarse el genocidio "lo único que unió a todo el mundo fue un ¡oh, oh!", y su rostro juvenil adquiere los años reales, sentado en la pequeña mesa del salón-comedor que esa mañana goza de gran claridad gracias a un despistado sol primaveral.

Hace tres años empezó todo. O, mejor, afloró. Resultado de lecturas sobre la guerra y la vivencia de los muros en Irlanda del Norte. Aunque Boyne había escrito tres novelas de otros temas, el Holocausto lo rondaba. Entonces vivía en otra casa cuando, al amanecer del 28 de abril de 2004, tuvo una revelación. Un rapto de inspiración al ver pasar por su cabeza la historia de Bruno. ¡De principio a fin! Fue a su ordenador y empezó a escribir durante dos días y medio, sin apenas interrupciones. "Tuve la sensación de que la voz de ese niño me decía lo que tenía que escribir. Esa voz habitó en mí durante la escritura. Había algo en mí que me decía: 'No pienses, no lo analices, deja que hable el niño'. Cuando acabé, tuve la sensación de que había escrito algo especial", confiesa este novelista que con esta experiencia queda emparentado a escritores como Marguerite Duras, quien decía escribir lo que una voz susurraba a su oído.

Es precisamente la presencia nítida de esa voz infantil en las 217 páginas de El niño con el pijama de rayas lo que le da la unidad. Acompañando las frases con sus manos, Boyne desvela más secretos: "Durante el posterior proceso de escritura, me convertí en un niño de nueve años. Fue un acto de memoria. Reviví mi infancia y recordé lo que pensaba y cómo pensaba, en busca de dar mayor credibilidad a la historia".

Hasta que todo vuelve a ser más terrenal. Reconoce en la constancia el aliado ideal de la inspiración. "¡Absolutamente!, porque, aunque la inspiración es importante, la escritura funciona con trabajo, y a veces éste es el que propicia ese encuentro mágico. El mejor consejo me lo dio Malcolm Bradbury, en el taller de escritura: 'Escribe algo todos los días, que algún día saldrá algo".

Y en 50 países está ese algo. Un algo que siempre creyó especial, aunque nunca esperó este éxito de ventas. La clave podría estar en la perspectiva. No contar la Shoah a través de niños judíos de quienes hay diarios, autobiografías, novelas o películas como La vida es bella, sino desde el otro lado. Desde una mirada infantil donde sueñan los verdugos. "El reto es buscar nuevas perspectivas", explica Boyne mientras el aroma perezoso del té que sirve se queda en el comedor."Se trata de un punto de la Historia que sigue interesando, pues refleja las profundidades en las que se hundió la humanidad. Y esta novela permite volver a ese tema desde un ángulo original".

El mal. Su latir. La cotidianidad en que se engendra. La visita a ese epicentro es otra novedad y coincidencia de esta novela con títulos recientes como Les bienveillantes, de Jonathan Littell, premio Goncourt 2006. ¿Para qué mostrar las entrañas del mal? "La intención del escritor es llevar al lector lo más cerca posible sobre aquello que se narra. En este caso, al campo de concentración. Cuando escritores, cineastas o artistas abordan este tema tan terrible de la Historia, lo que intentan es buscar una respuesta de por qué sucedió". Un infinito y desvelador porqué que gira perpetuo sobre sí mismo. Pero la tarea y el reto del escritor, enfatiza Boyne, "no es dar con la respuesta, sino formular mejor la pregunta. En los libros del Holocausto, cada autor lo que intenta es ir cerrando el cerco, e ir enfocando mejor las preguntas. Así, entre todos, esperamos dar un día con el porqué".

Boyne afinó y amplió todo esto después de aquella primavera reveladora de 2004. Su agente leyó la novela... hasta que la envió al editor David Fickling, descubridor de obras exitosas como El curioso incidente del perro a media noche, de Mark Haddon. Al año siguiente, la historia de Bruno llegó a las librerías; y, poco a poco, los lectores fueron creando sin saber una red de comentarios que se extendieron hasta llevarlo a obtener varios premios, incluido el Libro del Año de Irlanda, y trepar a los títulos más vendidos (en su país lleva 45 semanas en el número uno). Un destino que se repite adonde llega. En España la publica desde febrero Salamandra, con 50.000 ejemplares vendidos. Su edición ya la tiene el narrador irlandés en la balda de su salón, junto a las traducciones japonesa, polaca, rusa, francesa...

Pero lo que John Boyne quiere cuando sea mayor es tener una estantería con libros que haya escrito. Y tener interacción con los lectores. El primer deseo apenas lleva una esquina de esa estantería. El segundo ya lo cumple. La semana pasada estuvo en Galgway, y los próximos dos meses irá a Australia. Ahora es la parada de Budapest. Asiste al rodaje de la película de Miramax / Disney, bajo dirección de Mark Herman (Tocando el viento y Little voice). El responsable de arrostrar los horrores agazapados y dar cara a un niño cuya inocencia lo aboca a un desenlace que iluminará pantallas en diciembre.

El Holocausto para jóvenes y mayores

Los adultos son los que más recomiendan la novela. Ésa es una de las claves del éxito de El niño con el pijama de rayas, que borra las etiquetas entre literatura juvenil y adulta. "Quería que se interpretara en diferentes niveles. Que los menores también conocieran la barbarie del exterminio judío. La ficción es la mejor vía de conocer la Historia, de no olvidarla", asegura John Boyne.

La obra funciona como un espejo que trasciende épocas. Las alambradas en Auschwitz son como muros entre Bruno y su amigo Shmuel, afirma el autor irlandés. "Es un reflejo donde se ven los unos a los otros. Lo que los divide es la buena o la mala suerte. Muestra en qué tiempo o lado de la vida te ha tocado vivir".

Insiste en la subsistencia de los muros. "Alambradas como éstas existen en todo el mundo por diferentes motivos". El escritor recuerda cómo los sistemas totalitarios ven en la cultura y en la lectura a un enemigo, e intentan anular la imaginación. "Y al igual que entonces, hoy también está en crisis la diversidad de opiniones y pensamientos".

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