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Nuevas cenas matrimoniales

A finales del siglo pasado, cualquier disculpa era buena para salir de casa los viernes hacia una peligrosísima cena de matrimonios. Servía cualquier pretexto para invitar o recibir los viernes porque entonces era lo políticamente correcto. Y si asistías a una sola cena de los viernes, no sólo garantizabas la continuidad de la cadena matrimonial porque luego estabas obligado a repetir el mismo rito, con la misma clase social, la misma conversación e idéntica generación de comensales, sino que también aportabas tu granito de arena al debate nacional porque la etiqueta de aquellos tiempos, eso sí, sólo exigía como novedad chic que las nuevas parejas invitadas fueran siempre de ideologías un pelín diversas, aunque sin llegar a la confrontación, siempre jugando en el famoso centro del campo como Gago e Iniesta.

También es cierto que aquellas elegantes cenas de los viernes del siglo pasado, que tanto hicieron por la cohesión social y el diálogo entre centrismos ideológicos, fomentaron el adulterio y fueron causa de tantísimo divorcio. De acuerdo. Pero fue mucho peor cuando a principios de siglo, a finales de la posmodernidad, y sólo por culpa de la moda del hiperindividualismo feroz (no salir de casa: sólo hacer cocooning) y del surgimiento en nuestras costumbres del bipartidismo radical (los chicos, con los chicos, y las chicas, con las chicas), las parejas españolas de repente dejaron de cenar juntas e ideológicamente mezcladas porque ya no había ningún pretexto, disculpa o conversación posible para seguir organizando aquellas reuniones alrededor de los pioneros menús de fusión, una de nuestras grandes exportaciones.

Traigo buenas noticias. Procedente del 'radical-chic' metropolitano nos llega la nueva moda o tendencia de organizar los fines de semana reuniones más o menos matrimoniales para devorar en pandilla (esta vez pandilla transideológica, transgeneracional y transexual) los capítulos y temporadas inéditos de esas estupendas series de televisión que actualmente han mutado las narraciones del planeta y seducen por igual a los sesentones de la progresía, a las nuevas generaciones X del mester de clerecía y hasta a los pequeñitos de generación Y, o del iPod. Ahora se empieza a invitar y recibir por motivos serios; por esas nuevas narraciones televisivas que no admiten en la sobremesa lecturas ideológicas del siglo pasado, excuso decir debates maniqueos y encima matrimoniales a costa de la idea de nación, y que han liquidado de un plumazo el muy reaccionario cocooning.

Volvemos a salir de casa, solos o acompañados. Y aunque siempre se trata de lo mismo, ver la tele, esta vez es muy distinto porque ese nuevo I+D (información más diversión) en formato deuvedé te garantiza de antemano que en la sobremesa del piso piloto Ikea no sólo se cambiará de escala, de tema, de centrismo, de ficción y de agenda política, sino que por fin se cambiará de conversación nacional.

El otro día, cuando me invitaron a una de esas nuevas cenas matrimoniales con DVD para ver los seis primeros capítulos de la segunda temporada de Perdidos, los mismos episodios que acaban de consumir los norteamericanos en su tele (la ABC), acepté de inmediato la invitación. Y rompiendo con todas mis viejas precauciones no pregunté al anfitrión por el resto de los invitados, si se admitían impares o sólo se trataba de parejas, si el sushi estaría vacunado (congelado / descongelado) contra el anisakis, si habría o no güisqui de Malta, y el colmo, sin interrogarle sobre la procedencia de la preciosa mercancía narrativa que nos iban a ofrecer: si Emule, BiTorrent, iTunes, Amazón o qué. Ése era el problema del anfitrión con Teddy Bautista o la ministra del ramo, que no se enteran. Pero también hubiera aceptado inmediatamente la invitación si el motivo de cena hubiera sido la séptima temporada de Los Soprano, la quinta del Ala Oeste de la Casa Blanca, la tercera de Prison break, la segunda de Big love o la primera de Héroes.

Tampoco hay nada de muy original en estas nuevas cenas matrimoniales europeas para visionar series inéditas procedentes de la metrópoli y que nos expulsan del cocooning. Durante la Ilustración no había tele, pero ocurría exactamente lo mismo. No olvidemos que las cenas favoritas de Kant (esencialmente monógamas y machistas) eran cuando llegaban viajeros para narrar las novedades del mundo exterior y en aquellos salones europeos de la aristocracia ilustrada francesa (esencialmente femeninos) convocaban a tertulia en cuanto se recibía una carta inédita de Voltaire.

En esta nueva moda de invitar a cena para visionar series nuevas reconozco lo mejor y peor de la vieja progresía ilustrada y por eso mismo empiezan a arrasar. Por lo pronto, son reuniones clandestinas, ya que hablamos de copias piratas. En segundo lugar, practicamos durante el fin de semana esa nueva versión del internacionalismo que son esas nuevas ficciones de la globalización que han jubilado de un tacazo los grandes relatos de Hollywood, los pequeños de Sundance y, ay, los microrrelatos de los Goyas. Y mientras estamos nuevamente reunidos somos a la vez élite y masa porque consumimos lo más popular días o meses antes que lo consuma la mayoría nacional y también así logramos suspender por unas horas ese pelmazo bipartidismo maniqueo en el que estamos enfangados. Y sobre todo, por último, porque en estas nuevas cenas matrimoniales con DVD pirata de Perdidos, Héroes et alii es obligatorio, por vez primera en nuestras vidas, invitar también a las nuevas generaciones más o menos solteras. Tus hijos jamás te perdonarán un desaire narrativo así, y hasta tus nietos te exigirán cuentas el día de mañana.

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