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Columna
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Cuando la sociedad civil pide las cuentas

Andrés Ortega

Incluso en democracia, la complejidad de la vida actual hace cada vez más fácil para el sector público evitar rendir cuentas sobre ingresos y gastos, amén de otras actuaciones. Algunas ONG, como Transparency International, intentan hacer menos opaca la corrupción, que si en nuestros países se producen no digamos ya en los que tienen ingresos del petróleo y son directamente cleptocracias. Uno de los peores ejemplos es Guinea Ecuatorial, donde fluye el maná del oro negro directamente a las arcas del presidente, Teodoro Obiang, y sus allegados. La renta por habitante ha superado los 20.000 dólares, pero la inmensa mayoría de los guineanos vive en la miseria. Y esto está pasando en una parte creciente de la muy contradictoria África, que ahora proporciona un 15% del petróleo que consume EE UU y un 20% del que se traga China, importancia que ha quedado reflejada en la reciente cumbre Asia-África y en el viaje de Hu Jintao a la región.

George Soros, financiero filántropo, tiene, según manifestó en una reciente conversación en Davos, dos cosas muy claras: no llevarse a la tumba la fortuna que posee y, movido por su filosofía de la sociedad abierta, contribuir a hacer más transparentes los Estados, de forma que rindan cuentas. La prensa no lo logra como debería, pues requiere dinero, pericia y tiempo. Tampoco los parlamentos que aprueban los presupuestos. Los tribunales de cuentas van por detrás, y en muchos países ni existen. A través de su fundación, Soros está lanzado en la creación de Institutos de Control de los Ingresos (Revenue Watch). Uno de los países por los que ha empezado, y de los que parece haber conseguido la colaboración, ha sido Nigeria, uno de los principales productores africanos de petróleo. Su fin es lograr saber cuánto ingresa por el crudo que extrae y en qué se gasta ese dinero. Pues hay mucho "malgastador". Según Soros, también Azerbaiyán está dispuesto a colaborar.

El objetivo es que esa información se pase al Fondo Monetario Internacional (FMI) y a otras instituciones que actúan de prestamistas o avalistas. El problema es que ahora hay otros que pueden cumplir esta función, comenzando por China, que se está convirtiendo en un país tan ávido de petróleo como los demás, sólo que con una actitud mercantilista. Por ello, Soros necesita convencer a China, una de las sociedades más cerradas en este y otros sentidos, de cooperar. No le resultará fácil. También sería útil la información micro que desde el terreno pueden aportar los ciudadanos a través de los nuevos medios de comunicación participativos.

Soros se propone también impulsar leyes de Libertad de Información, y utilizar las que existen para extraer información de los gobiernos. Es algo que considera relativamente barato (se ha gastado unos 2 millones de dólares hasta ahora en ello). Quiere también crear un European Watch para monitorear el gasto del presupuesto de la UE. No es una actitud antieuropea. Todo lo contrario. Soros se está reuniendo con diversas personalidades -Joschka Fischer o Emma Bonino, entre otros-, para ver cómo avanzar en el lanzamiento de un Consejo Europeo de Política Exterior, independiente, desde la sociedad civil, que hiciera las veces de lo que en su origen fue en EE UU el Council on Foreign Relations, creado en 1921 para impulsar una actitud más internacionalista en lo que hoy es la superpotencia. Se trata, desde el optimismo, de impulsar los valores europeos, de los que muchos europeos no son conscientes, pero que han quedado manchados por el escándalo de la actitud de algunos gobiernos ante los vuelos de la CIA y las torturas de prisioneros. Europa ha bajado la guardia de forma vergonzante. Se trata también, evitando entrar en el debate sobre la Constitución Europea, de revitalizar "desde arriba y desde abajo" el papel de Europa y tratar de convertirla en un polo en el mundo multipolar en el que estamos entrando. Y evitar que sea EE UU quien fije de forma unilateral la agenda mundial. aortega@elpais.es

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