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Plisétskaya desvela en sus memorias los secretos de su danza

Revela la dureza de la URSS con los bailarines

Bajo el título Yo, Maya Plisétskaya (Editorial Nerea) aparecen en España las memorias de la más importante bailarina rusa del siglo XX y una de las figuras míticas del ballet de nuestro tiempo. Un libro que trasciende la especialidad de la danza para convertirse en un documento vivo que toca la cruda realidad de los artistas bajo el régimen soviético, la supervivencia moral en medio de aquellos años oscuros y su visión de la danza como grito de libertad.

Con una manera de narrar intensa, llamando a las cosas por su nombre, la legendaria bailarina rusa Maya Plisétskaya (premio Príncipe de Asturias de las Artes 2005 junto a la española Tamara Rojo) publicó estas memorias en 1994. Inmediatamente aparecieron traducciones de éxito al inglés, francés e italiano. La edición española ha debido esperar 12 largos años. Era una espina para la artista, de 81 años llevados con una gallardía ejemplar, que ninguna editorial se interesara por su libro, un relato dramático que recorre más de medio siglo de vida artística personal y del Teatro Bolshoi de Moscú, su primera casa natural.

Pero Maya pormenoriza zonas oscuras de su biografía, desde el internamiento y posterior ejecución de su padre por orden de Stalin hasta las severas medidas de vigilancia a que la sometían los servicios secretos soviéticos. El libro denota su rebeldía, un carácter apasionado e inconforme que ella llevó a la escena misma del ballet clásico transformando para siempre la idea convencional de la estrella de la danza. Y hay relatos jugosos, desde la conversación con Nikita Krushov a la reunión con la temida ministra de Cultura Ekaterina Fúrseva tratando de prohibir su ballet Carmen. Entonces Maya se encaró a la ministra y le dijo: "Si prohíben Carmen, me marcharé del teatro". Y Fúrseva le gritó: "¡Es una traidora al ballet clásico!".

Maya ha sido siempre una luchadora nata, y el libro da detalles de su fuerza y su tesón, las penurias burocráticas, los miedos de los artistas, la eterna rivalidad entre los teatros de Leningrado y Moscú.

Y están reseñados encuentros míticos con Maurice Béjart, Roland Petit, Prokófiev, Chagall (quien la pintó), Serge Lifar o Coco Chanel (quien la vistió antes de que Pierre Cardin se convirtiera en su sastre particular), que matizan una vida rica y azarosa donde ha habido muchas lágrimas, soledades y un desdén por los laureles del triunfo. Con nostalgia, rememora Maya su encuentro en una gala organizada por Martha Graham en Nueva York con Rudolf Nureyev y Mijaíl Baryshnikov. Pero eso de compartir escenario con disidentes tan notorios no gustó en Moscú y otra vez hubo gresca, vetaron su nombre en los diarios, volvieron a acosarla sin piedad.

La mitad de Maya Plisétskaya se llama Rodion Schedrin; el compositor moscovita, su marido, la ha acompañado siempre en todas las aventuras de la vida; él ha compuesto música para sus ballets y la relación de complicidad entre estos artistas queda muy detallada en las memorias. Al describir esos más de 35 años juntos, inseparables, ofrecen un relato ejemplar de dedicación mutua y amor a prueba de fuego.

Casi al final, un capítulo amargo y desgarrado cuenta su estancia en España al frente del Ballet Nacional Clásico, que ya para entonces había cambiado tres veces de nombre y se nominaba Ballet del Teatro Lírico Nacional. La queja de Maya es dura y lacerante: se sintió manipulada por terceros y al final abandonó. Hoy el ballet español no existe.

Maya Plisétskaya, durante la presentación de sus memorias.
Maya Plisétskaya, durante la presentación de sus memorias.EFE
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