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Crítica:CLÁSICA | Orquesta de Cámara Australiana
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sonó la flauta

Para quienes la conocieran por sus discos no debió de ser una sorpresa, pero los que la escuchaban por primera vez se quedaron de piedra ante esta Orquesta de Cámara Australiana que llegaba en mal día y peor hora, y que acabó despidiéndose entre ovaciones. La verdad es que, en su formato, hay muy poquitas formaciones como ésta, con esa sonoridad límpida y redonda, con esa exactitud en los ataques, con esa fuerza expresiva. Traían un programa peligroso, pues en Vivaldi hemos aprendido mucho gracias a los grupos con criterios historicistas, Brett Dean (1961) era para muchos un perfecto desconocido y se ofrecían, además, transcripciones de piezas no escritas originalmente para cuerda. Los conciertos para flauta del veneciano se entreveraron con los movimientos de los Cinco interludios para orquesta de cuerda del australiano Dean -aforismos que él mismo relaciona con su interés por Webern, Satie y Kurtág-, con la intención de que lo escuchado fuera una suerte de confrontación o de complemento, según se mire. No suelen funcionar estas ideas. Son músicas que no tienen nada que ver unas con otras.

Ciclo de la Complutense

Orquesta de Cámara Australiana. Richard Tognetti, director. Emmanuel Pahud, flauta. Obras de Vivaldi, Dean, Brahms-Angerer y Beethoven-Tognetti. Auditorio Nacional. Madrid, 13 de mayo.

La música de Dean es excelente y hubiera lucido mejor sola, sin un marco que, en cierto modo, la disimulaba. Pahud y Tognetti, quien dirige desde su posición de concertino, firmaron unas versiones sensacionales de los conciertos de Vivaldi, de lo mejor que podemos escuchar hoy con instrumentos no originales. Y no sólo por la ejecución impecable -el francés es un flautista fabuloso-, sino por el concepto, por la intensidad dada a páginas como el concierto denominado La noche, de una plasticidad asombrosa. Para este crítico fue la primera vez que una orquesta no especializada le demostraba palpablemente lo injusto de esa opinión de Stravinski acerca de la falta de imaginación del sacerdote pelirrojo. La segunda parte se iniciaría con el coral para órgano O Gott, du frommer Gott, de Brahms, en arreglo de Paul Angerer, una obra que en esta versión para cuerda no pierde ese carácter crepuscular y meditativo que caracteriza las últimas de su autor. Y para cerrar, otro arreglo, el del Cuarteto número 11 de Beethoven a cargo del propio Richard Tognetti. El trabajo es muy serio y salva cualquier sospecha inicial al respecto, sobre todo si se resuelve como lo hicieron los australianos, con una claridad y un conocimiento de los porqués de esta música compleja donde las haya. Hubo un par de propinas, obras de Walton y Piazzolla -un precioso Oblivion- que confirmaron las delicias de este concierto del que, bien pasada la medianoche, todo el mundo salió feliz.

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