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Reportaje:MODA

Trajes fuera del tiempo

Han tomado medidas a James Bond, Kofi Annan o Gary Cooper. Son sastres de élite que visten a los poderosos del mundo en los talleres y tiendas de Brioni. La firma italiana que revolucionó el vestir masculino en los cincuenta, cumple 60 años bajo el mando de Umberto Angeloni, un gestor que escapa a los fríos tópicos.

Iker Seisdedos

El consejero delegado y presidente de Brioni tiene un hábito. Cada cierto tiempo necesita llevar la mano al cuello de su traje cortado en mohair procedente de cabras surafricanas. Levantarlo y acariciar el forro, siempre de cachemira, nunca de fieltro. En definitiva, asegurarse de que ese detalle, invisible para el resto, continúa allí. Donde él lo quiso y así lo pidió a los maestros sastres que trabajan en la firma que dirige, epítome de la elegancia italiana. Los mismos que emplearon más de 40 horas en acabar el traje y 18 minutos de media en cada uno de sus 12 ojales cosidos a mano; que colocaron una tira de goma en la cintura para sujetar la camisa y un botón metálico en el dobladillo de los pantalones, y, al fin, cosieron los bolsillos secretos, imperceptibles, pues siguen idéntica dirección que la que dibuja el hilo.

"Nuestros clientes tienen un cierto 'ADN'. No es sólo la ropa. Son sus lecturas o la comida. Se emocionan al verse únicos. No diferentes"

Umberto Angeloni, delicado y elegante como todo lo que, aparentemente, le rodea, no entiende otra forma de hacer su trabajo: "Mi labor es ser único en mi especie, un testimonio vivo de la filosofía de Brioni", explica.

Estamos en el sótano de la nueva tienda que la marca, recién cumplidos los 60, ha abierto en Madrid (Claudio Coello, 28). La luz es tenue y el silencio sólo se ve quebrado por el discurso parsimonioso de este romano de 63 años. En el sanctasanctórum de la sastrería más exclusiva del mundo, cualquiera familiarizado con el estilo de Pierce Brosnan, Kofi Annan o Clark Gable reconocerá los trajes clásicos, inconfundibles, de Brioni. Este hombre -mitad negocios, mitad ideas-, sin embargo, ve tarjetas de visita de la marca por doquier. "Ésta es nuestra seña de identidad", dice enmarcando con un gesto la solapa de un traje azul marino. "El ojal".

Ese elemento que permanece inalterable desde el principio de esta historia. Es 1945, y, en París, Christian Dior está a punto de revolucionar la moda con su new look. Mientras los sastres londinenses de Saville Row se duermen en los laureles, arrullados por 200 años de hegemonía, en Roma, Nazareno Fonticoli y Gaetano Savini inician la aventura de Brioni al abrir una boutique que bautizan como una isla del mar Adriático. Fonticoli, el sastre de la pareja, formado en Penne, aficionado a destripar creaciones británicas e investigar sus costuras. Y Savini, el hombre de negocios, un genio en exportar sobre los cuerpos de Rock Hudson o Gary Cooper un nuevo vestir masculino regido, según el novelista Jay Mc Inerney, por "una paleta de colores más brillantes, tejidos más ligeros y un patronaje menos restrictivo". Juntos, los protagonistas de lo que el Boston Herald denominó en 1955 y con desbocado entusiasmo "el segundo renacimiento italiano".

Medio siglo después, Brioni factura 151 millones de euros y emplea a 2.000 trabajadores entre las nueve fábricas y 23 tiendas que tiene repartidas por el mundo. Trescientos de ellos, formados durante cinco años en la Escuela Superior de Sastrería de Nazareno Fonticoli, representan parte de la élite sartorial del mundo. Aunque cuando Angeloni llegó a tomar las riendas en 1990, procedente de la banca internacional, halló poco más que un maravilloso legado. "No era, desde luego, mi campo. Para hacer mi trabajo no hay que ser un sastre o un diseñador. Más bien, entender que vendemos placer, lujo, actitud. Un estilo de vida que tienes que comprender a la perfección". En 15 años, este hijo de un juez romano encargado de redactar la Constitución del escenario de su infancia, Somalia, graduado en Económicas por la Universidad de Chicago, ha protagonizado el resurgir de la marca al multiplicar por 10 su volumen de ventas a costa de hombres que "no se fían de las modas" y, por descontado, disponen del dinero preciso (entre 2.000 y 4.000 euros) para un traje de Brioni. Se trata de una clientela nutrida por "los poderosos del mundo, que expresan a través de su forma de vestir su punto de vista sólido, que no cambia al ritmo de las tendencias".

Pero Angeloni es mucho más que un exitoso gestor. Ejerce de diletante y bon vivant; dedica su tiempo a escribir libros sobre la historia del ojal; a plasmar sus visiones acerca del wellness y el whisky de malta, o a recopilar sus poemas preferidos en un volumen que encuentran bajo la almohada los huéspedes que duermen en la suite Brioni del hotel Four Seasons de Milán (a 2.400 euros la noche, aproximadamente). "Nuestros clientes tienen un cierto ADN", aclara Angeloni. "No es sólo la ropa. Son sus lecturas, sus vacaciones o la comida. No hallan emoción en mostrar su riqueza, su estatus. La emoción viene de dentro. De verse únicos. Y digo únicos. No diferentes".

Es el universo Brioni, donde todo gira alrededor del traje, venerado hasta el punto de que cada pieza se somete a 100 procesos manuales distintos, incluidos 40 planchados. "Buscamos algo fuera del tiempo", afirma Angeloni mientras observa el trabajo del sastre destinado a la tienda de Madrid. Por su dedal pasan prendas prêt-à-porter o chaquetas a medida. Para la sublimación de la individualidad, los bespokes, trajes cortados sobre el cuerpo, es necesario acudir a los talleres de Milán o Roma. Pasaportes a un club que forman 70.000 clientes y que llevan cerca de 40 horas de trabajo. "Como dice la historiadora de moda Anne Hollander, el traje es la evolución definitiva del vestir masculino", asevera Angeloni. "Es imposible de mejorar. No se ha conseguido en los últimos 200 años. Y ése es en realidad el tiempo que se toma en hacer un traje de Brioni. Dos siglos de perfeccionamiento y transmisión de un saber".

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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