_
_
_
_
_

El baile de Cortés conmueve a Roma

Más de 3.000 personas vibran en el Foro Itálico con 'Mi soledad', su nueva creación

El bailarín-bailaor Joaquín Cortés (Córdoba, 1969) protagonizó el jueves en Roma un rotundo triunfo de público en el estreno de su nueva obra, Mi soledad, donde se bate en solitario sobre la escena: casi dos horas de danza pasional y entregada acompañado de una orquesta de 20 músicos y cantaores. El estreno estuvo precedido por la cancelación sugerida por el propio artista dos días antes, al no cumplir el escenario del Foro Itálico con las condiciones técnicas exigidas. Tras una época de imprecisiones y dudas, Cortés regresa ratificando que es el mejor de su generación.

En el espectáculo hay intimidad, recogimiento y hondura

La calurosa tarde del pasado martes, Joaquín Cortés se acercó hasta el Foro Itálico para un ensayo general con sus músicos y cantaores; la sorpresa fue mayúscula: el escenario había sido levantado a casi dos metros de altura, con lo que las más de 600 localidades de la platea principal, las más caras, no veían más que la cara del bailarín. Sin dudarlo, Cortés decidió suspender: "No se puede engañar al público. Esto hay que arreglarlo con toda conciencia", dijo. Los organizadores locales aceptaron su error, al parecer debido a una cota equivocada en el proyecto, y el concierto se trasladó a la noche del jueves, dentro de las 48 horas reglamentarias que prevé el famoso decreto 9 de la Ley del Espectáculo italiana, que así exonera a la empresa de devolver el importe de las localidades. Se habían vendido algo más de 4.000 entradas de un aforo de 5.300. Por fin, la platea fue elevada un metro y así esas localidades recuperaron una visión total de la escena.

La prensa italiana ha dedicado páginas enteras estos dos días con elogios a la seriedad del artista cordobés, que prefirió sacrificar su debú romano (verdadera pista de despegue de su gira europea) antes de hacer una chapuza de recital. Antes de Roma, la obra se representó en dos ciudades con éxito y sin problemas: Padua y Turín, en ambas con todas las entradas vendidas (aún le faltan siete ciudades italianas en las próximas semanas). Cortés sabía que también con esa decisión sacrificaba aforo en Roma: a la cita del jueves por fin acudieron 3.000 entregados espectadores: "Ha valido la pena. Hay que hacer las cosas bien y, sobre todo, con un público que me es fiel y que exige de mí esa misma fidelidad", declaró antes de la velada. La noche transcurrió entre aplausos y con una gradería que se caía literalmente de emoción, como en un concierto de rock. Y es que este bailarín singular trabaja en un formato de esas características y escala, algo que en la danza no pasaba desde los tiempos de Maurice Béjart y su Ballet del Siglo XX, que también llenó estadios durante dos décadas.

La obra Mi soledad es una prueba de fuego y de resistencia que sólo se puede sostener por la calidad misma de su baile y que retoma una idea muy propia del espectáculo unipersonal. Dividido en seis partes sin intermedio, con apenas tres breves zonas instrumentales en las que el bailarín se cambia de vestuario, que, por cuarta vez, ha diseñado para él Giorgio Armani. Joaquín Cortés ha vuelto a sus raíces desde sus presupuestos rupturistas y contemporáneos.

La obra empieza con el bailarín desnudo sobre el suelo. Desde allí se alza y se pone unos gastados vaqueros llenos de cortes y huellas de maltrato, dando una secuencia de pasos entre clásicos y modernos, desde un arabesque muy clásico a unas fortísimas recuperaciones desde el suelo: es algo de carácter casi neoexpresionista que se liga luego sin rozaduras al zapateado virtuoso, con una intensidad latente y que verifica sus capacidades para el dramma en su sentido más clásico.

Los bailes se suceden sobre una música inspirada donde no faltan el violonchelo, el contrabajo, el acordeón y unos excelentes percusionistas de origen cubano que dan un potente ritmo interior y que se suman a las cajas de sangre local. En medio, Joaquín se esmera en darlo todo con una geometría a compás, un dibujo expansivo y que se ajusta bien a la escala monumental del espacio. Con todo, hay intimidad, recogimiento y hondura en todo el espectáculo, lo que se dice desde el título a las letras: "Mi soledad es una fiesta interior gitana". Y eso está brillantemente expresado.

En el desarrollo de Mi soledad hay citas expresas de las verónicas del toreo, sutiles pero bien imbricadas en la danza, y allí es donde una vez más Joaquín Cortés da sopas con honda a puristas y enterados, a los timoratos y a los modernillos de postín, demostrando que la fusión es un hecho serio y consumado, que lo que se necesita es energía creativa, inventiva teatral y seriedad en los planteamientos. Y es por ello que Cortés en Roma se lanza a una aventura larga y complicada que culminará en febrero de 2006 con una serie de conciertos en distintos teatros de ópera que lo llevará, entre otros, al Covent Garden de Londres, Marinskii en San Petersburgo, la Ópera de París y La Scala de Milán. Es un sueño merecido para un artista que representa muchas cosas a la vez, pero sobre todo transgresión y rigor amalgamados por su talento y la calidad de su danza única. Cortés está ahora mejor que hace dos años, su baile ha recuperado fuerza, brillantez, seguridad y esos detalles vernáculos que lo ligan a lo mejor del pasado y le asientan aún como lo más prometedor del presente.

Un momento de la actuación de Joaquín Cortés en Roma.
Un momento de la actuación de Joaquín Cortés en Roma.MAX PUCCIARIELLO
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_