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Columna
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Algo se mueve en Oriente Próximo

Los optimismos suelen ser prematuros en Oriente Próximo, pero es imposible no tomar nota de que la diplomacia norteamericana está más activa que nunca y pretende, tirando por elevación, enmarcar el proceso de paz palestino-israelí en una nueva visión de las relaciones de poder en la zona. El movimiento de las fichas es el siguiente:

1. La Operación Irak. A medio y largo plazo, la intervención norteamericana puede ser muy poco beneficiosa para los intereses de Washington, en la medida en que un Gobierno iraquí de componente mayoritario chií sea tan -o más- inmanejable que el del propio Sadam Husein, y aún peor, que su anti-israelismo tienda a asimilarse al de Teherán, pero en el corto plazo la liquidación del anterior régimen y el periodo de tiempo, todavía prolongado, durante el que Irak no estará en condiciones de pesar en Oriente Próximo, favorecen a Israel y restan un apoyo diplomático y económico a la línea más radical del palestinismo.

2. La retirada militar siria de Líbano, que exige Washington y se producirá tan completa como rápidamente por muchos gambitos que haga el presidente Bachir el Asad, acentúa la soledad de la Autoridad Palestina. Nunca han sido especialmente buenas las relaciones entre Damasco y la AP -tanto con Arafat como con su sucesor, Mahmud Abbas-, pero mientras Siria conservara un margen de maniobra en Líbano y aspirase a recuperar el Golán, ocupado por Israel desde 1967, existiría una comunidad de intereses entre sirios y palestinos. Pero, aun suponiendo que el presidente Bush se conformara con la retirada para dejar de amenazar a Asad con males mayores, Damasco deja de contar como factor estratégico en la zona, disolviendo aquella coincidencia de apetitos.

3. El propio Líbano, depurado de la presión directa de Siria, y con la pretensión de volver a ser un Estado soberano, podría enfrentarse a los aliados de Damasco en el propio país de los cedros, la guerrilla de Hezbolá, ésta sí que aliada a los radicales palestinos, y quién sabe si Washington entretiene la idea de que un Líbano en el que los cristianos volvieran a ser fuerza mayoritaria podría ser el tercer país árabe -tras Egipto y Jordania- que firmara un tratado de paz con Israel. Y un Irán sin Siria, Líbano ni Hezbolá se encuentra más aislado que nunca, con Estados Unidos a la espera de que fracasen las negociaciones con Europa sobre el enriquecimiento atómico del país.

4. El anuncio de Hosni Mubarak de que va a haber verdaderas elecciones democráticas a la presidencia de Egipto, al igual que las recientes elecciones municipales sólo para hombres en Arabia Saudí, pueden ser movimientos sólo tácticos para aplacar a Estados Unidos, pero no dejan de mostrar la debilidad de sus Gobiernos respectivos, y con ello, su más que probable anuencia a todo lo que se le ocurra probar al presidente Bush en la zona.

Este súbito movimiento de piezas, aparte de demostrar que, contrariamente a lo que muchos creíamos, EE UU tiene sólidos planes para Oriente Próximo, obedece también a una notable corrección de rumbo. Ya no es la democratización de Irak -se produzca ésta o no- la que va a ayudar a resolver el embrollo palestino, sino que es una ofensiva general -diplomática, pero también militar, si es preciso- la que trata, de un lado, de liquidar o poner a la defensiva a las fuerzas del radicalismo árabe, con objeto de que Israel se sienta en la mejor de las coyunturas para ser generoso, y, de otro, reducir al pueblo palestino a una debilidad tal que su líder, Abbas, piense que lo mejor que puede hacer es tomar lo que le ofrezcan y apretar a correr.

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Ante esa convergencia de movimientos envolventes se alza, sin embargo, un considerable obstáculo. La borrachera del éxito puede hacer que Sharon quiera alzarse a la vez con el santo y la limosna. ¿Es capaz el firme partidario del muro de acero contra los árabes, que quería erigir su patrón histórico, Zeev Jabotinsky, de abandonar casi todo lo conquistado en 1967? Una paz con posibilidades de consolidación exigiría sacrificios que Sharon jamás ha dado la más mínima prueba de estar dispuesto a hacer. En este caso, lo mejor sería el más temible enemigo de lo bueno.

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