El hutu salvador
Se llama Paul Rusesabagina, es hutu y era gerente de un hotel en Kigali (Ruanda) cuando se produjo, en 1994, el genocidio de los tutsis a manos hutus. Él salvó a un millar de la muerte. Ahora su historia se ha hecho película, 'Hotel Rwanda'. Esta noche compite por los Oscar.
"Imagínese una jaula llena de ratones rodeada de gatos, gatos que entran y salen de la jaula cuando les da la gana", dice Paul Rusesabagina. "Imagínese eso y quizá podrá empezar a tener una idea de lo que vivimos los que nos refugiamos dentro del hotel durante el genocidio".
Paul es el personaje de la vida real en cuya historia se basa la película Hotel Rwanda, aclamada en festivales de cine europeos y americanos y candidata a tres Oscar en la ceremonia que se celebra esta noche en Los Ángeles. La jaula tiene un nombre: hotel Mille Collines de la capital ruandesa, Kigali. Los ratones fueron las más de mil personas que se refugiaron en dicho establecimiento durante el genocidio de 1994 bajo la protección del ratón jefe -el gerente del hotel-, Paul Rusesabagina. Los gatos eran los extremistas hutus que tomaron el poder en abril de 1994 y durante los siguientes 100 días hicieron todo lo posible para erradicar a la etnia tutsi -con la que habían convivido durante siglos- de la faz de la tierra. Pese al desinterés total de los países poderosos del planeta, que eligieron que el destino siguiera su curso en Ruanda sin interrupciones ajenas, los genocidas no lograron su objetivo. Al menos, no del todo. Aunque llegaron a matar a cerca de un millón de hombres, mujeres y niños, casi todos ellos a machetazos.
Entre los muertos figura un reducido número de hutus que se negaron a ser cómplices del genocidio. Paul es uno de los pocos hutus que se dedicaron a salvar vidas tutsis y lograron también salvar la suya. Convirtió su hotel en un santuario, algo que no consiguieron las decenas de iglesias ruandesas donde se llevaron a cabo masacres. "Decir que no siendo hutu, decir que no todo el tiempo cuando te pedían a gritos que participaras en las matanzas, no fue fácil, no fue nada fácil", suspira Paul al comienzo de una entrevista con El País durante el festival de cine de Berlín. "En la película se reduce todo a un par de horas, pero en realidad todo esto duró 100 días. Me tuve que enfrentar a los milicianos y soldados genocidas durante 100 días. Cada día , no, cada hora; duró una eternidad".
Al estilo de Oskar Schindler, el alemán que salvó a un millar de judíos de los campos de exterminio nazi, Paul llevó a cabo su misión de rescate utilizando no la fuerza, sino la psicología y la astucia. Una de las primeras escenas de la película relata lo que pasó el día después de que se iniciara el genocidio, cuando 26 vecinos huyeron a la casa de Paul en busca, como él dice en tono irónico, "de asilo político".
"Era lo que me faltaba. Mi mujer es tutsi, lo cual significaba que tanto ella como nuestros cuatro hijos corrían gravísimo peligro. Y al poco tiempo de presentarse todos en mi casa aparece un convoy de soldados en la puerta al mando de un joven y agresivo capitán".
Paul, que tenía 39 años entonces, era un hombre inusualmente hábil. No cualquier ciudadano de Ruanda, uno de los países más pequeños y pobres de África, llega a ocupar el cargo de gerente en un hotel perteneciente a una empresa europea -en este caso, Sabena, de Bélgica, país que colonizó Ruanda hasta 1962-. El Mille Collines era (y es) el hotel más importante del país. "Lo primero que me dijo el capitán fue que si yo sabía que habían matado ya a todos los demás gerentes de hotel en Kigali. Le dije que no lo sabía, aunque la noticia no me sorprendió, ya que en mi propia vecindad se habían estado amontonando los cadáveres la noche anterior. Pero, a continuación, el capitán agregó que yo tenía suerte. 'Hoy', me dijo, 'no te vamos a matar, pero tú sí matarás. Matarás ahora mismo a todas estas cucarachas tutsis que tienes en tu casa'. O sea, que quería que matara a 30 personas, sin excluir a mi mujer. Me dio una pistola y me dijo: 'Anda, empieza".
Paul intentó razonar con el capitán. Y sorprendentemente, éste le escuchó. "Que no sabía utilizar un arma, le dije; que de qué le servía matar a toda esta gente; que qué amenaza representaba para él un señor mayor que se encontraba ahí en nuestro grupo, y además que reflexionase un poco, que pensase cómo se sentiría de aquí a unos años cuando pensara en la sangre que tenía en sus manos. Al final respondió que, bueno, que si cada una de aquellas personas le daba equis miles de francos se lo pensaría. Yo le dije que esta gente no tenía dinero, pero si él nos llevaba a todos al hotel, ahí tenía algún dinero guardado en la caja fuerte, dinero al que sólo yo podía acceder ".
Discusiones como ésta, que en Hotel Rwanda transcurren en apenas dos minutos y en la realidad duraron dos horas, se repitieron constantemente a lo largo de los terroríficos 100 días siguientes. Casi siempre, Paul se salió con la suya. Lo cual, cuando uno lo contempla en la pantalla, resulta inexplicable. Porque una vez que se les pagaba el dinero, ¿qué era lo que impedía a los soldados incumplir sus promesas y matar a las cucarachas-ratones? Mentir era un pecado inocuo en un lugar donde se despedazaba a una media de 3.000 personas por hora, donde los niveles de eficacia exterminatoria superaban los de los métodos industriales usados por los nazis.
"La clave consistía en convencerles de que se detuviesen a negociar. Una vez que logras eso, ya tienes la batalla medio ganada", explica Paul, cuyos poderes de persuasión pasarán -a través de la película- a la historia. "Y para convencerles, para que se iniciase el diálogo, lo que había que hacer antes que nada era adoptar el tono correcto: darles el honor de tratarlos como gentlemen. Con honor, y con mucho, mucho respeto, como si fueran hombres muy importantes, que era a lo que más aspiraban en la vida y lo que realmente eran en aquel momento, porque tenían, literalmente, en sus manos el poder de la vida o la muerte sobre ti, y tu familia, y tus amigos, y todo el país. Y una vez que los has enganchado, apelas a lo mejor que puede haber en ellos -que no van a ganar nada y perder mucho si matan inocentes- y después apelas a su codicia. Les ofreces dinero y se lo das. Les dices, en resumen, todo lo que quieren oír".
Otra forma de expresarlo es decir que utilizó métodos corruptos para combatir a gente corrupta. Pero lo que no pudo hacer Paul, ni tampoco su amigo el comandante de las tropas de la ONU en Ruanda, el coronel Oliver (papel que interpreta Nick Nolte), ni los pocos periodistas que se encontraban en el país cuando el genocidio empezó, ni nadie, fue despertar a Occidente de su letargo africano; convencer a europeos y estadounidenses de que, dado que se estaba llevando a cabo la atrocidad más grande que había visto el mundo desde la II Guerra Mundial, debe-rían pensar seriamente en una intervención militar. O al menos amenazar con esa posibilidad, lo cual hubiera podido servir para convencer a los organizadores del genocidio del repudio internacional y de que tarde o temprano el coste para ellos sería muy alto (Bill Clinton dijo después de dejar la presidencia norteamericana que de lo que más se arrepentía después de sus ocho años en la Casa Blanca había sido de no haber hecho nada para frenar la matanza en Ruanda).
Incluso peor fue, desde el punto de vista de los que se refugiaron en el hotel Mille Collines, que a los pocos días se marcharon, primero, los huéspedes blancos; después, los periodistas, y al final, los pocos soldados que quedaban de la ONU. También a Paul se le agotó el dinero, con lo cual el soborno dejó de servir como arma de autodefensa, y lo único que le quedaba era su extraordinaria rapidez mental. Y su valentía. Cuando las provisiones se agotaban tenía que salir del hotel, lo cual le enfrentó no sólo a grandes peligros, sino a escenas más que dantescas de horror. "Lo que se puede ver en la película no se aproxima ni de cerca al espanto que vivimos en Ruanda", dice Paul. Pero éste es uno de los méritos del filme. Existía la posibilidad de mostrar escenas de violencia insoportable, pero en Hotel Rwanda las imágenes del terror apenas se ven. Siempre, en cambio, se intuyen.
La película, aunque filmada en Suráfrica, recrea la atmósfera que se vivió en Ruanda, el clima de amenaza permanente, con convincente verosimilitud. Esto no hubiera sido posible sin la colaboración constante en el proyecto de Paul, el gerente de hotel que fue primero taxista (trabajo que desempeñó durante tres años en Bélgica) y después dueño de una empresa de transportes en Zambia, antes de pasar a convertirse en -casi- cineasta. Fue del relato de todo lo que le ocurrió, sentado alrededor de una mesa con el norirlandés Terry George (director, productor y guionista de Hotel Rwanda) y su coguionista Keir Pearson, de donde nació la idea de hacer una película capaz de sacudir las conciencias. Pero eso sólo fue el comienzo de la aventura de Paul en el mundo del cine. El guión se elaboró durante cinco días de intensas conversaciones entre él y George en Nueva York, y hasta que se llegó a la versión final no se le dejó de consultar. Por eso, si esta noche Hotel Rwanda gana el Oscar al mejor guión, buena parte del reconocimiento se lo tendrá que llevar Paul Rusesabagina.
También si Don Cheadle gana el premio al mejor actor se verá obligado a dar las gracias al hombre que interpreta. "Don se puso en contacto conmigo inmediatamente después de que le eligieran para interpretar el papel y me dijo que me quería ver", recuerda Paul, de físico más corpulento que el espigado Cheadle. "Quería saberlo todo sobre mí, mi familia, mis aficiones, el pueblo donde nací. Hablamos y comimos juntos muchísimo durante esos primeros días que nos conocimos, y después estuvimos casi pegados el uno al otro durante las primeras dos semanas del rodaje en Suráfrica".
Quizá lo más notable de la excelente actuación de Cheadle es lo fidedigno de su acento africano en inglés. Las horas que Cheadle pasó junto a Paul le ayudaron con un desafío que para otros actores norteamericanos habría resultado insuperable.
Luego, Terry George llamó a Paul para mostrarle la primera versión editada del filme. Hubo "algunas cosas" que no le parecieron bien a Paul, y George y su equipo las cambiaron. "Hay tantas cosas que sucedieron que no se pudieron contar, claro Pero diría yo que el 90% de la película refleja fielmente la verdad de lo ocurrido". ¿Y el otro 10%? "Todo buen cocinero sabe que para alegrar un plato hay que aderezarlo un poco", contesta Paul. "Pero también es verdad que lo que nos pasó en el hotel no necesita de mucho aderezo para llamar la atención del público".
Lo terrible fue que no se pudiera llamar la atención de nadie cuando más se necesitaba. Mientras todo el mundo que vea la película en Occidente saldrá preguntándose cómo fue posible que nadie apenas se enterara de lo que estaba ocurriendo en Ruanda, Paul prefiere no sumergirse en el reproche y la amargura, en detenerse a reflexionar sobre la incontestable verdad revelada de manera contundente por el genocidio ruandés: que, para los ricos del mundo, los africanos son, como confiesa en un momento de borracha depresión el personaje que interpreta Nick Nolte, "basura".
"Podría no perdonar, podría hervir con resentimiento el resto de mi vida; pero la vida sigue, a pesar de todo", afirma Paul Rusesabagina. "Tengo que hacer las paces con la gente que nos falló. Pero lo que ayuda mucho es esta película y el éxito que está teniendo. Porque lo realmente importante y valioso de Hotel Rwanda es que por fin -por fin- el mensaje va a llegar a la comunidad internacional. Y a los ruandeses, claro. También, y quizá ante todo, a los ruandeses. El mensaje actúa como un despertador que clama: '¡Vosotros, los seres humanos, habéis fracasado!'. Porque -una terrible ironía-, mientras el genocidio se estaba llevando a cabo en Ruanda, el vicepresidente norteamericano Al Gore estaba en Washington inaugurando el Museo del Holocausto judío Se pronunciaron muchas palabras grandes en la capital estadounidense aquel día, entre ellas la famosa consigna 'nunca jamás'. Y mientras tanto, eso era exactamente lo que estaba volviendo a pasar ".
Todo esto lo verán aquellos lo suficientemente valientes para cumplir con la obligación moral (porque es casi una deuda pendiente, un acto de contrición) de ir a ver una obra que es a veces casi insoportablemente tensa, pero al mismo tiempo tremendamente conmovedora. Hotel Rwanda -una coproducción entre Suráfrica, Reino Unido, Estados Unidos y Canadá- puede llevarse esta noche los tres Oscar para los que ha sido designada candidata. O puede que no los consiga. En cualquier caso, tiene que ser, con diferencia, el largometraje más impactante que se presente a los premios en 2005. Esta noche, Paul Rusesabagina estará presente en Los Ángeles en el gran evento anual del mundo del cine. Quiere que gane Don Cheadle; que ganen los guionistas, George y Pearson; que gane también la actriz inglesa-nigeriana Sophie Okonedo, candidata al Oscar a la mejor actriz de reparto. Quiere que ganen porque son sus amigos y porque es un proyecto que comparte con ellos y del cual se siente enormemente orgulloso, por más razones que cualquiera.
Pero Paul tiene un motivo que va más allá de la gloria y la amistad. "Ante todo quiero que ganemos porque así mucha más gente verá Hotel Rwanda. Y cuanto más gente la vea, más posibilidad hay de que realmente se cumpla de una vez por todas aquel 'nunca jamás'; más posibilidad, también, de que los propios ruandeses recapaciten y se avance en el laborioso proceso de reconciliación que se está intentando poner en marcha en mi país -proceso en el que yo mismo quisiera participar un día-. Por todo esto, y más, mi ferviente deseo es que la película sea vista por el mayor número de personas posible, que llegue al público más amplio imaginable en todos los rincones del mundo donde habitan los seres humanos".
'Hotel Rwanda' se proyecta en cines de toda España. Canal + retransmite hoy de madrugada, en directo, la ceremonia de entrega de los Oscar.
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