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Reportaje:

El corazón de La Mancha

Argamasilla de Alba, Puerto Lápice, El Toboso, Campo de Criptana. Recorremos los pueblos emblemáticos de la tierra del 'Quijote' buscando su rastro. Y tan profundo es en el corazón de la gente que muchos piensan que el caballero andante y Dulcinea fueron personajes de carne y hueso.

De cómo una región transfigura la realidad al incorporar la novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha a su propia historia. De cómo sus pobladores, sepan o no que es un libro de Miguel de Cervantes Saavedra, se refieren a su personaje como si hubiera existido y dan como ciertos los hechos narrados. Ésta es una visita a los cinco pilares que esta fantasía ha clavado en la Tierra: La Mancha, la patria; Argamasilla de Alba, el origen y la cuna; Puerto Lápice, el bautizo del caballero; Campo de Criptana, el paso a la madurez con su más popular aventura, y El Toboso, donde vivía la dueña de sus pensamientos y duquesa de la hermosura. Es la fascinación por un mito literario tras el cual asalta la pregunta: ¿qué habría sido de estos pueblos sin Don Quijote?

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Tras los pasos del hidalgo

01 La Mancha: Patria y leyenda

Los restos de Don Quijote están en La Mancha, a la sombra de cualquier encina de esos campos que él mismo despejó de miedos hace cuatro siglos mientras su corazón era cautivo de Dulcinea. Y si no que se lo pregunten a algunos manchegos que consideran verídica la historia del personaje creado por Miguel de Cervantes en 1605. "Es que de aquí era Don Quijote. Por aquí estuvo. Y yo lo sé no porque haya leído el libro, porque, qué quiere que le diga, yo no sé leer, sino porque las pruebas están por todas partes", cuenta Mauricio Cantón López, de 69 años, en un descanso de sus caminatas diarias por los bordes de Argamasilla de Alba, donde las calles se convierten en senderos para adentrarse en los campos manchegos.

Allí, Don Quijote es como un antepasado. Y esa creencia se convierte en un pasadizo por el que van y vienen la verdad y la ficción, creando una nueva realidad. Una nueva historia que Anastasio Muñoz Quintanar prefiere "porque, aunque sé que todo aquello no existió, es como si hubiera pasado, y eso es más importante; además, ya es parte de nuestra memoria", confiesa en medio de los molinos de viento que desafió Don Quijote un verano.

Ése es el compadreo que hace que La Mancha real esté vivificada por La Mancha cervantina. La de un paisano difunto que puebla la zona con su silueta metálica, o cuerpos de piedra, madera o mármol, y las más de las veces acompañado por su escudero, Sancho Panza. Súbditos de Felipe II (1556-1598) y Felipe III (1598-1621) en tierras que entonces eran paso obligado de buena parte de la humanidad y de lo que ella creaba, como esas novelas de caballerías cuyas lecturas desquiciaron a un tal Alonso Quijano hasta llevarlo a recorrer España como un arcaísmo andante.

Pero de aquellas épocas poco queda en La Mancha, salvo los soles que podrían derretir el cerebro de algún andariego, los cielos que no cesan de recordar las gamas de los azules y los campos ondulados de tierras rojizas donde no paran de crecer viñedos, olivos y cereales. En cambio, lo que son pastores, borricos, molinos, ríos, galgos, barberos o ventas descritas en la novela han empezado a correr la misma suerte que la del Caballero de la triste figura: ser leyendas.

Por allí, el tiempo ha sido fullero; incluso los andantes de La Mancha ya no son caballeros, y se ha dado paso a inmigrantes de Marruecos y Suramérica a quienes han seguido los rumanos, cuya presencia es la más notoria desde hace dos años. "Gracias a ellos se sacan adelante las cosechas y la construcción", asegura Ángel Muñoz. Algunos, como los pastores Victor y John, de Transilvania, saben algo de la novela -"en casa había un libro", dicen-, mientras la camarera Mariana, de Bucarest, apenas la ha oído mentar. En cambio, los organizadores de los festejos y la mayoría de los manchegos saben que el Quijote es una parodia de los libros de caballerías, aunque todos, en el momento de referirse a él, se olvidan del objetivo de burla de Cervantes y aplauden el lenguaje y la manera como se expresan Don Quijote y Sancho. Salvo unos cuantos muchachos, que preferirían un libro con un lenguaje más actual.

Aunque esa familiaridad con estos dos personajes ha traspasado la región y ha contagiado a más de un extranjero que ha ido tras las huellas del Quijote, desde Alejandro Dumas hasta Orson Welles, quien al filmar su versión cinematográfica se refirió a ellos diciendo que "Cervantes les ha dado una dimensión festiva, como si fueran dos criaturas de ficción que al mismo tiempo son más reales que la vida misma". No en vano, manchegos como Raimunda García de la Rica no descartan que los restos de Don Quijote estén por ahí -"¿por qué no?, si por aquí anduvo"-. Al fin y al cabo, como dice el filólogo Javier Fernández Martínez, "Don Quijote está donde están todos los muertos que han existido realmente".

La verdad es que casi todos los que por allí viven lo hacen en calles que homenajean el libro más importante en lengua española, con nombres como Cervantes, Alonso Quijano, Don Quijote, Caballero de la Triste Figura, Rocinante, Sancho Panza, Dulcinea, Aldonza Lorenzo, Bachiller Sansón Carrasco, Caballero de la Blanca Luna, Del Verde Gabán… Eso sin contar los bares, hoteles, restaurantes o lugares de ocio. Nombres puestos especialmente en cuatro de los municipios indiscutibles de esta historia: Argamasilla de Alba, el lugar de La Mancha del que no se habría querido acordar Cervantes; Puerto Lápice, donde habría sido armado caballero Don Quijote; Campo de Criptana, cerro que contempló el combate con los gigantes, y El Toboso, tierra de la sin par Dulcinea. Lugares que parecen perpetuados en el tiempo de la siesta y habitados por los descendientes de aquellos manchegos descritos por Don Quijote como gente "tan colérica como honrada y que no conciente cosquillas de nadie". Gente de rostro serio, pero de fácil conversación, y herederos, o descendientes, orgullosos de un personaje literario que se apropia de la ficción, y a quien tributan en su misma línea al sacarlo de sus páginas y traerlo al mundo terrenal de La Mancha como uno de los suyos.

02 Argamasilla de Alba: La cuna del hidalgo

Aunque en el lugar del amañado olvido viven 6.800 personas, su silencio apenas es interrumpido por los coches de una carretera que pasa de largo y parte el pueblo en dos. Es Argamasilla de Alba, el poblado que expertos cervantistas como Azorín y Martín de Riquer señalan como el mismo al que se refiere Cervantes en su célebre "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…". Los argamasilleros no tienen dudas de que viven en el lugar. Una creencia heredada por la tradición y porque varias pistas literarias y reales señalan a su localidad. Tanto que es uno de los cinco municipios que forman parte de la Comisión Nacional del Quijote, junto a Alcalá de Henares (lugar de nacimiento de Cervantes), Esquivias (donde vivió el escritor), El Toboso (residencia de la amada de Don Quijote) y Barcelona (hasta donde llegó el caballero).

"Ese señor de ahí es Don Quijote, o, bueno, de ahí salió", dice Pilar Aliaga Serrano, de 70 años, con una voz que resuena entre las paredes de la iglesia de San Juan Bautista, del siglo XVI, mientras su mirada señala un cuadro sin dejar de fregar los suelos de esa iglesia que ayuda a limpiar cada semana junto a otras amigas como María del Prado López. Es una prueba de cuna, de inspiración, de Don Quijote. Un cuadro de la Virgen de Illescas ofrecido como exvoto por Rodrigo de Pacheco, quien aparece en la parte inferior con un anexo en grafía de la época que reza: "Apareció la Virgen Nuestra Señora a este caballero estando malo de una enfermedad gravísimo desamparado de los médicos vísperas de San Mateo año 1601, encomendándose a ésta prometiéndole una lámpara de plata llamándola de día y de noche de un gran dolor que tenía en el celebro de una gran frialdad que se le cuajó dentro".

"Cervantes tuvo que ver ese cuadro porque él venía por aquí a trabajar y hacer sus cosas", añade Pilar. "Y si no me cree, también está la Casa de Medrano, donde estuvo preso y empezó a escribir la novela", dice convencida esta mujer que vive en una de las esquinas de la citada casa. Una casona remodelada que funciona como centro de cultura y en cuyo sótano está la Cueva de Medrano, hasta donde se llega tras descender por 14 escalones de piedra que desembocan en un aposento rectangular que aloja una cama de piedra, una mesa con su silla de madera y, en la pared, un baciyelmo y una lanza que dejan ver la claridad de dos ventanucos que dan a la calle. Muchos turistas y estudiosos han pasado por ahí, e incluso Juan Diego Hartzenbusch imprimió ahí en 1863 y 1864 sus ediciones del Quijote.

Pero para muchos más, la prueba definitiva de que Argamasilla es el lugar está en la misma novela. Al final de la primera parte, Cervantes cuenta que los pergaminos que hablaban de la tercera salida de su caballero los encabeza el siguiente texto: "Los académicos de la Argamasilla, lugar de La Mancha, en vida y muerte del valeroso Don Quijote de la Mancha". Y no hay que olvidar, según el alcalde José Díaz Pintado, que en la segunda parte del libro, en 1616, Cervantes "refuta o desmonta muchos de los temas del Quijote de Avellaneda, pero nunca el de que sea Argamasilla la patria de Don Quijote".

"No hay duda de que él era de aquí, no hay más que ver el cuadro de la iglesia. O mejor dicho, lo que pasó es que Cervantes conocía al del cuadro y decidió contar la historia a su manera", coinciden los hermanos Ventura y Jesús Seco, de 80 y 70 años, en la esquina de la plaza de Alonso Quijano, junto a un grupo de amigos entusiasmados por los festejos que se avecinan. "Es que ellos sí saben, leen mucho", comentan como en secreto los amigos cuando son interrumpidos por el propio Jesús, quien recomienda que "para saber lo que es el Quijote hay que leerlo varias veces, porque hay que leerlo y pensarlo".

Fue aquí y así como de Rodrigo de Pacheco saldría Alonso Quijano y de éste un hidalgo caballero que tenía claro que su "oficio y ejercicio" era "andar por el mundo enderezando entuertos y desafiando agravios". El primero de los cuales fue él mismo, cuando al final de su primer deambular aquel viernes de julio, ya autoproclamado Don Quijote de la Mancha, a lomos de Rocinante y decidido a que Dulcinea del Toboso fuera la "señora de sus pensamientos", se topó con una venta por los lados de Puerto Lápice y con que aún no había sido armado caballero.

03 Puerto Lápice: El bautizo del caballero

El tiempo cervantino se ha reinventado en la orilla del antiguo camino real entre Madrid y Andalucía llamado Puerto Lápice. El lugar donde dicen que estaba la venta a la cual llegó Don Quijote al final de su primer día como retador de peligros y donde se armó caballero. No es la misma, pero sí es venta. Ya nadie hace noche allí, pero pasan el día. Ya no es el cruce de destinos o punto de reunión de los prototipos de españoles que allí llegaban con hambre, cansancio, sueño o huyendo de algo, pero sí el de turistas que van o vienen camino del sur o de la propia Mancha. Por eso en esta venta tampoco reciben ya las mozas que aliviaban los apuros de los hombres, y, en cambio, ahora lo que se promete es saciar el hambre con la gastronomía de la novela.

"Autores hay que dicen que la primera aventura que le sucedió fue la de Puerto Lápice, otros dicen que la de los molinos de viento", escribe Cervantes. Y Puerto Lápice sigue ahí, sólo que la ruta del antiguo camino real ha pasado a llamarse Nacional IV. Está a 40 kilómetros al noroccidente de Argamasilla de Alba, en un paso estrecho de las montañas que comunica las provincias de Ciudad Real y Toledo, con sus casas aferradas a la ladera de la montaña en medio de la sequedad y el viento.

"Ésta no es la venta donde veló sus armas Don Quijote, pero es la más antigua del lugar", aclara José Luis Legorburu Gutiérrez, un vasco que en 1966 transformó la Venta de Juana María en la Venta del Quijote, la más popular de la región. Mencionada también por Azorín, es una de las ventas que han sobrevivido junto con las de la Posada del Rincón (dedicada a viviendas particulares) y la de Dorotea Jiménez (residencia de sus herederos).

La casona es un compendio de la arquitectura urbana de la comarca en aquellos tiempos medievales: una gran puerta de madera abierta de par en par que da paso a un zaguán que se abre a un patio central en torno al cual se levanta la casa de dos plantas con sus habitaciones, que hoy alojan una tienda de artesanía, una de recuerdos manchegos, un bar que conserva las enormes tinajas de vino y, donde estaban las caballerizas, un restaurante que tienta con la comida que aparece desde el primer párrafo de la novela: "Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos".

El historial de los platos favoritos de los turistas-comensales es variado, salvo en el aperitivo, porque "siempre hay que empezar con vinos y quesos de La Mancha para abrir el apetito y comer lo que cuenta el Quijote", dice Paolo, un mochilero italiano en su segundo viaje por el sur de España y extraviado en medio de unos 200 japoneses. "Al principio, casi todos dudan", reconoce Alfonso Dorado, el cocinero de la venta, "porque la cocina manchega es muy variada; pero luego se suelen decantar por el pisto, las gachas y las migas. Aunque, para mí, donde estén unos buenos duelos y quebrantos…", y sube las cejas y sonríe al confesar su debilidad gastronómica.

Puerto Lápice es donde aparece por primera vez uno de los sitios claves en la novela, tanto porque Don Quijote da con un ventero alcahuete que le arma caballero como porque allí confluye toda clase de gentes de la España que acaba de asomarse, a principios del siglo XVII, a la transición que lleva de la grandeza del imperio al declive. Un lugar poblado entonces por voces, historias, discusiones, virtudes y bajezas de malhechores, bachilleres, curas, pastores, nobles, truhanes, barberos, doncellas, escritores, putas, campesinos, enamorados, cocineros, hechiceros, desengañados, mentecatos o cuerdos y chiflados. Ese antiguo refugio de micromundos ha dado paso a la romería de turistas que llegan, husmean, hablan, comen, beben, cuchichean, sonríen, sacan fotos… Alrededor de la venta, mientras tanto, Puerto Lápice sigue su vida normal y tímida. Un pueblo que vive de la hostelería; de la industria, que incluye fábrica de muebles, de somieres, de aceite y una empresa vitícola; mientras, la mayoría de sus tierras están destinadas a la agricultura, la vid y el olivo.

04 Campo de Criptaza: La hazaña más popular

Altivos y desamparados, pero idénticos a la memoria. Así se ven a lo lejos 10 de los más de 30 gigantes desaforados a los que retó Don Quijote en la explanada del cerro de Campo de Criptana. Son los molinos que han sobrevivido. "Hemos crecido con esa historia, y por aquí hemos venido a jugar de niños imaginándonos al Quijote", dicen Anastasio y Vicente, dos jubilados que por las tardes suelen pasear por el cerro y charlar con los turistas. "Cada vez vienen más por aquí, y entre más vengan, más nos distraen", añade Anastasio Muñoz Quintanar, que ya tiene dos álbumes de fotos que le envían los japoneses. Ha leído la obra maestra, y cree, como tantos otros, que es más bonito pensar que esa historia ocurrió. Ambos han crecido muy cerca de los molinos, por eso recuerdan muy bien hasta cuándo funcionaron: "Fueron bien entrados los años cincuenta. Y hasta subía gente de los pueblos vecinos". Pasado un rato, los dos empiezan a canturrear la cancioncilla del molinero: "Tin… tin / de una fanega un celemín, / y si es de rico, / otro para el barrico. / Y si la molinera tiene roto el jubón, / un celemiñón. / No me vengas con trampillas / que te meto la cuartilla".

Ahora el progreso no quiere saber de ellos. Todos han quedado mirando con sus aspas desnudas al occidente, cara a cara con los cuatro molinos del cerro de enfrente en Alcázar, detrás de los cuales cae el sol. Estos 10 de Criptana, muy blancos ahora, tienen cada uno su nombre; tres conservan la maquinaria, y el primer domingo de cada mes se hace una demostración. Desde allí se divisa buena parte de La Mancha, de una llanura que por estos días está esparcida de columnas de humo por la tradicional quema de sarmientos, las podas de la vid necesarias tras la vendimia para preparar, esta vez, la cosecha Quijote. La del cuarto centenario.

Poco saben de los festejos del cuarto centenario los inmigrantes rumanos como la camarera Mariana y los pastores Victor y John. Llegaron hace dos años. Los pastores han venido a trabajar en lo mismo que hacían allí, como sus padres y abuelos. "Es que ya nadie quiere trabajar en esto, es algo muy sacrificado hoy día, y si no fuera por ellos, no sabemos si habría ovejas", asegura Ángel Muñoz, hijo del propietario del rebaño del Puente San Benito, uno de los pocos que quedan. Son parte de una peregrinación permanente que ha llevado a la empresa de autobuses que funciona por allí a ofrecer rutas hasta Rumania por 200 euros ida y vuelta.

Eso también les une a Don Quijote: buscar aventuras lejos de sus tierras y hacerlo con los pensamientos ocupados por la mujer, el marido, los amores o los familiares dejados a dos días y medio de carretera. Varios días que también llevaron al Caballero de la triste figura a dar con el palacio de su amada en El Toboso, en cuyos bosques ahora desaparecidos grabó alabanzas como ésta: "Es aquí el lugar adonde / el amador más leal / de su señora se esconde, / y ha venido a tanto mal / sin saber cómo o por dónde. / Tráele amor al estricote, / que es de muy mala ralea, / y así, hasta henchir un pipote / aquí lloró Don Quijote / ausencias de Dulcinea del Toboso".

05 El Toboso: Las tierras de su amada

A quien quiera oírla, ella le confiesa su secreto: que es Dulcinea. No lo puede ocultar desde hace ya unos cuantos años, cuando "unos húngaros de Hungría" la descubrieron. Pasaban ellos por El Toboso y al verla deambular muy risueña por sus callejuelas la llamaron y le preguntaron su nombre: "Feliciana. ¡Y sé cantar!", les contestó esta mujer de unos 55 años. Entonces empezó a cantar: "A La Mancha manchega / que hay mucho vino, mucho pan, / mucho aceite, mucho tocino. / Y si vas a La Mancha / no te alborotes / porque vas a la tierra / de Don Quijote". Los húngaros la aplaudieron y le hicieron un corrillo para pedirle que no se ocultara más, que ya sabían que era Dulcinea. "¿Cómo lo supieron?", fue su pregunta sorprendida, y sin esperar respuesta salió corriendo por las calles. Y de vez en cuando ella sale por este pueblo de casas muy blancas que en muchas esquinas tiene frases de la novela de Cervantes. El lugar de donde era nativa Aldonza Lorenzo, la labradora que idealizó Don Quijote, y donde sus 2.200 habitantes saben muy bien de las cuitas del hidalgo. Y de nuevo la ficción se difumina en la historia real, esta vez en su lado más romántico. "Yo no sé leer", aclara Raimunda García de la Rica, de 73 años, "pero el Quijote venía por aquí. Venía de allí, de allá o de más acá, hasta tocar las calles del pueblo y entrar en busca del palacio de Dulcinea. Y fue en una de esas visitas cuando le dijo a Sancho: 'Con la iglesia hemos dado".

El palacio del que habla Raimunda se llama Casa Museo de Dulcinea. Hasta allí se llega siguiendo las frases de las esquinas, por unas calles empedradas y antiguas que convergen en la iglesia de gigante torre. A sus pies, una plaza pequeña con un Quijote hecho de tiras de metal e hincado sobre una rodilla ante una Dulcinea similar. Más frases del libro en las esquinas siguen guiando hasta llegar a la dichosa vivienda, un típico caserón manchego de los de antes.

"Yo conozco esa casa. Y seguro que él lo paso muy mal porque esa muchacha no le dio sino calabazas", cuenta Raimunda mientras acaricia el medallón de la Virgen del Carmen y del Sagrado Corazón. Luego pasa a comentar sus propias penurias de juventud, e incluso confesar que a ella tampoco le gustaron los forasteros para novios. "Y varios que me pretendieron, y otros que andaban ciegos por mí cuando iba con mis padres a cegar o a coger cosechas de vid, lentejas, garbanzos, olivos y hasta gateando para sacar los cominos. ¿Que qué les decía a mis pretendientes? Pues, ¡qué quieres, fulero!, ¡anda, no lo lograrás!". Hasta que a los 23 años se casó con un toboseño, con quien acaba de cumplir las bodas de oro.

Ya ha dicho que en 2005 no se va a quedar atrás en la celebración del Quijote. "Yo siempre he participado en todo", y señala el aparador donde guarda copas, diplomas y premios que ha ganado en toda clase de eventos, desde comparsas de carnaval hasta concursos de caldos, como el recién obtenido en San Agustín "con un caldillo de patatas como el que he hecho toda la vida".

Lo que ya se puede encontrar por allí son los pequeños detalles para recordar el Quijote, como unos marcapáginas con muestras de las plantas que aparecen en la novela y un pin con la forma del baciyelmo del caballero. Desde El Toboso se puede asomar, además, a la andadura de esta novela por el mundo. El Centro Cervantino expone ediciones donadas por múltiples personalidades de los últimos 70 años. Son más de 300 de casi todas las épocas y en 50 lenguas, desde el latín macarrónico hasta el esperanto o el japonés. Ahí en las vitrinas están, como símbolo de su universalidad, Dominus Quixotus a manica (latín clásico), Don Quinchotte de la mancha (francés), Don Kichot (polaco), Don Kíkóti frá Mancha (islandés), Don Kichotas is la mancos (lituano), Der fcharffinnige tunfer Don Quixote von la mancha (alemán), Don Ki¸sotun maceralan (turco), Ðong Ký-khót Hiêp-si Phiêu-Iu`u (vietnamita), etcétera.

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