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Armas químicas abandonadas por Japón en China en 1945 enturbian las relaciones bilaterales

El 12 de agosto de 1978, Pekín y Tokio sellaron el Tratado Chino-Japonés de Paz y Amistad. Los dos enemigos sentaron en él las bases para el desarrollo de unas relaciones marcadas por la guerra. Hoy, 25 años después, los resquemores siguen vivos. Coincidiendo con el aniversario, el Gobierno chino ha vuelto a insistir en que Japón debe resolver el problema de las armas químicas abandonadas en suelo chino durante su retirada al finalizar la II Guerra Mundial. La petición se ha producido después de que 36 personas resultaran intoxicadas la semana pasada al desenterrar varios depósitos con gas mostaza en el norte del país.

El envenenamiento tuvo lugar cuando los trabajadores de una obra en la localidad de Qiqihar (provincia norteña de Heilongjiang) extrajeron y desguazaron cinco barriles de los que salió un líquido aceitoso. Ajenos al contenido, vendieron la chatarra para reciclaje y llevaron la tierra contaminada a otros emplazamientos dentro de los trabajos de construcción. Como consecuencia, 36 personas resultaron intoxicadas, de las cuales 10 se encuentran graves. Las víctimas han pedido compensaciones al Gobierno japonés.

El incidente ha ocurrido justo cuando una delegación japonesa se encuentra en Pekín y el ministro chino de Exteriores está, a su vez, en Tokio para conmemorar el aniversario. China y Japón no restablecieron relaciones diplomáticas hasta 1972. En la delegación participan Yasuo Fukuda, secretario del gabinete del Gobierno e hijo de Takeo Fukuda, que firmó el pacto entre los dos países en 1978 en su calidad de primer ministro, y los ex primeros ministros Ryutaro Hashimoto y Murayama Tomiichi. Durante su cita con el primer ministro chino, Wen Jiabao, éste recordó la importancia de "aprender de la historia", y abogó por "incrementar las relaciones y promover la confianza mutua".

La brutal ocupación por parte de Japón antes y durante la II Guerra Mundial es fuente continua de tensión entre ambos países. Según ha reconocido Japón, sus fuerzas dejaron más de 700.000 armas químicas en territorio chino en los meses que precedieron a su rendición.

Pekín y Tokio quieren impulsar sus ácidas relaciones, pero muchos chinos albergan un fuerte resentimiento contra su vecino, del que opinan que no ha asumido las atrocidades que cometió durante la invasión. Y a esto se refieren los políticos chinos cuando recuerdan a Tokio que hay que "aprender de la historia". Las suspicacias vienen alimentadas también por el creciente papel de China en la economía mundial y la diferencia de sus sistemas políticos.

En julio de 1999, tras años de negociaciones, ambos Gobiernos firmaron un acuerdo para la destrucción de estas armas. Según el pacto, Japón se comprometió a eliminarlas de acuerdo con la Convención para la Prohibición de las Armas Químicas. El coste de la limpieza se estima en 1.000 millones de dólares. Según los abogados de algunos afectados, unas 2.000 personas han fallecido por esta causa desde que finalizó la guerra.

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En mayo, un juzgado de Tokio dictaminó, en contra de un grupo de demandantes, que el Gobierno japonés no tenía que compensar a las víctimas de las armas químicas abandonadas, una decisión que en el continente ha sido calificada de afrenta e injusticia.

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