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Los talibanes ya no gobiernan, pero Karzai tampoco

El Gobierno provisional es una ficción sometida a enormes fricciones entre los tayikos y los pastunes

Guillermo Altares

El cambio más obvio en Afganistán tras el 11 de septiembre es que los talibanes ya no están en el poder. Otras cosas siguen igual: EE UU no sabe dónde está Osama Bin Laden, el país asiático continúa lleno de minas, pobreza y mujeres sometidas a la tortura del burka y el futuro de uno de los Estados más pobres de la Tierra está en el aire, con el fantasma de la guerra civil entre señores de la guerra que destrozó el país entre 1992 y 1996 peligrosamente presente. ¡Queda tanto que hacer! titula esta semana The Economist su artículo sobre Afganistán, seis meses después de los atentados contra Washington y Nueva York.

Siempre se puede ver la botella medio llena o medio vacía. Es cierto que Afganistán está gobernado (una palabra bastante poco adecuada para este indomable país) por un Ejecutivo multiétnico presidido por el pastún Hamid Karzai; que Occidente ha prometido una lluvia de millones para reconstruir su devastada economía; que las mujeres han recuperado, al menos sobre el papel, sus derechos civiles; que una fuerza multinacional, la ISAF, ha sido desplegada en Kabul; que los afganos se han librado de la tiranía de las milicias enloquecidas del clérigo Omar y que este país ya no es el campo de entrenamiento descarado de los terroristas de Al Qaeda.

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Pero también es cierto que los señores de la guerra son cada vez más poderosos y belicosos; que la mayor parte del país vive en un permanente descontrol y que la distribución generalizada de la ayuda humanitaria es imposible por la inseguridad y la carencia de infraestructuras; que la guerra contra Al Qaeda, como se puede comprobar en las montañas del este del país, está muy lejos de haber acabado; que el Gobierno provisional es una ficción sometida a enormes fricciones entre los tayikos y los pastunes. Lo peor es que, si hay una enseñanza que se puede sacar los últimos 23 años de la historia de Afganistán, es que resulta muy difícil ser optimista. El proceso de Bonn culminará con unas elecciones generales democráticas en 2004, y eso es mucho tiempo.

'Cogieron a todas las mujeres y a las niñas y comenzaron con mi hija de 14 años. Lloraba mucho y les imploraba que no le hicieran eso, porque era virgen. Un hombre la apuntó con su fusil y la violó tres veces'. Este relato, difundido esta semana por Human Rights Watch, resume las brutalidades que está sufriendo la comunidad pastún en el norte del país. Ese ambiente de violencia y brutalidad generalizadas fue el que provocó la subida al poder de los talibanes, a mediados de los años noventa, con el apoyo de la etnia pastún, que representa casi el 40% de la población. Y ahora vuelve a empezar.

'Hoy Afganistán es un país sin Estado ni servicios públicos dignos de este nombre. El camino de su Gobierno está lleno de minas y por eso tenemos la obligación de apoyar a Hamid Karzai', escribió Alain Boinet, director de la ONG Solidarios. El Afganistán posterior al 11 de septiembre necesita la paz que este Estado perdió hace 23 años y, desde luego, lo último que necesita es un vacío de poder. Si el mundo no quiere que la historia se repita, debe aportar dinero y seguridad.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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