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CRÓNICAS
Columna
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El pan de cada día

Juan Cruz

Antonio Muñoz Molina, que tenía 20 años cuando apareció EL PAÍS, cuenta este fin de semana, en el suplemento que el diario consagra a sus veinticinco años, que el periódico es el pan de cada día y que ese pan cotidiano lo ha acompañado hasta hoy como la costumbre más permanente de su vida. En un reportaje televisivo (Cartas al director) dirigido por el cineasta Felipe Vega y emitido por Canal+, un lector habitual -y tan habitual: nunca lo ha dejado de comprar- se queja de los múltiples fallos que, según él, ha tenido este periódico a lo largo de su historia; confrontado más tarde con una pregunta general ('¿Qué pasaría si desaparece EL PAÍS?'), el mismo lector responde, entre sorprendido e irritado: 'Yo... me moriría'.

El periódico es el pan de cada día sin el cual uno, quizá incluso literalmente, se moriría. En el mismo reportaje de Vega se recoge la confesión de otro lector que cuenta lo que sucede cuando el periódico deja de salir, en los días señalados por las fiestas absolutas del almanaque: Semana Santa, Navidad, primero de año... Y en una de esas ocasiones ese lector desolado le dice a otro: '¿A usted también le pasa lo mismo, que hoy no sale EL PAÍS?'.

Aranguren -se ha dicho tanto estos días- lo llamó 'el intelectual colectivo'. Se inauguró con un texto que Rafael Alberti había enviado a España antes de que él mismo viajara desde el exilio y la coincidencia que da la vida quiso que fuera a la salida de una verbena del periódico, años más tarde, cuando el poeta español del destierro y, sin embargo, la alegría se lesionara una pierna y ya certificara que la lejana vejez le tocaba... El texto de Alberti en aquel primer número no era una casualidad; el estímulo del tiempo gravitaba sobre un diario que nacía a la historia tratando de impedir que se olvidara el pasado esclarecido y civil de España, luego fracturada e interrumpida por la guerra.

Así, el periódico se abrió a la España del destierro y de la reconciliación, y a pesar de que la media de edad del diario no llegaba a los treinta años (Juan Luis Cebrián, su director, tenía 31), esa voluntad de reconocimiento y de recuerdo fue un factor esencial de su apuesta por una nueva cultura basada en el riesgo (también) de la memoria.

Es muy emocionante trabajar en un periódico, quizá tanto como leerlo cuando coincide con nuestra preocupación y con nuestra esperanza, o como leerlo cuando nos irrita. Siempre un periódico es la emoción de una historia, pues en él late lo que tenemos y lo que nos falta y en sus páginas se va haciendo la vida, como el pan. Cuando EL PAÍS salió, tal día como ayer, la cultura española era la que se estaba haciendo y el periódico la reflejaba en una página, donde se entreveraban la cultura literaria y los espectáculos. Eso y los suplementos literarios que intentaron unir arte y pensamiento resultaban en aquella España que iba a cambiar tanto que no la conocería ni la madre que la parió (eso anuncio Alfonso Guerra: ha tenido razón) apuestas insólitas en un campo yermo, entonces más preocupado por hacer política que por hacer literatura... El libro más vendido de la Feria del Libro de aquel año, según contó entonces Ángel Sánchez Harguindey, uno de los primeros jefes de Cultura del periódico, fue El manifiesto comunista... Ahora la media de páginas que este y otros periódicos dedica a las noticias culturales supera las cinco páginas diarias y las convocatorias de los actos que ocurren en cualquier ciudad española superan los que Madrid organizaba en aquellos meses en que comenzaba su agonía la larga mano del franquismo...

Vasco Prattolini le hace decir a uno de sus personajes en Crónica familiar: 'Tenías 20 años y eras sincero'. Ahora es difícil decir cómo éramos, porque los espejos retrospectivos están deformados, pero se puede reproducir con nitidez que aquella, la generación que hizo este periódico que ahora multiplica por 25 los años de su experiencia, estaba llena de la ilusión que dan la curiosidad y la rabia. Y la memoria. Del respeto por lo que pasó, de la esperanza por lo que podría pasar, surgió este intelectual colectivo que aquí está, otro día, como el pan caliente.

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