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CRÓNICAS El informe del zapatero

Juan Cruz

En la reciente Feria del Libro de Guadalajara (México) Manuel Vicent contó una famosa anécdota para ilustrar un famoso desastre: el de la relación cultural entre España y América Latina, referida sobre todo a la difusión de la lectura en el idioma que nos une, el español. El desastre: las distintas administraciones, las pasadas y las presentes, las españolas y las americanas, se han pasado la vida buscando fórmulas para mejorar la difusión de nuestras letras, a un lado y al otro del océano y los escritores han gastado el tiempo haciendo exactamente lo mismo. Los resultados: las administraciones lo dicen en un papel, cuando lo dicen, pero luego creen caer en una evidencia: no hay lectores, y si no hay lectores para qué hacer el esfuerzo. No hay lectores, es verdad: una buena tirada en España alcanza los 10.000 ejemplares, una buena tirada en la mayor parte de los países de América Latina no llega a la mitad; los medios de comunicación, de un lado y de otro, no han apurado -¡ni han iniciado!- una disponibilidad para atender a los nuevos nombres y es muy difícil difundir la literatura ajena en un sitio y en otro. Pero en medio de la evidencia de ese desastre siempre viene algún avispado, con las mejores intenciones, qué duda cabe, y les dice que es posible crear lectores, mejorar la situación, etcétera, y entonces hacen algún ejercicio, con tan poca convicción que luego vuelven con las maletas llenas de deseos fracasados.

Y en cuanto a los escritores: se pasan la vida añorando el contacto, la distribución exterior, la mejora de su relación con sus colegas de otras partes -sobre todo si están cerca, ésta es la verdad-, y cuando llegan al sitio -léase Guadalajara, por ejemplo- se dedican a reproducir el color de su alma, buscándose en las listas y enviando mensajes a su país como si al otro sitio hubieran ido para encontrarse en éste. No hay lectores, y los escritores no siempre encuentran que es más útil acercarse a ellos que a sus colegas, sobre todo si llevan en la mano los cristales rotos de su alma. Pero, en fin: la evidencia es que no hay lectores, que caben en un estadio de fútbol y que si las cosas siguen como están, pues así seguirán.

En ese contexto fue en el que Manuel Vicent contó en Guadalajara la famosa anécdota del zapatero. Éste era un industrial valenciano que envió a dos mensajeros a un lugar conocido por la resistencia de sus habitantes a ponerse zapatos. Así que el industrial envió allí a un informante pesimista y a otro más dado al optimismo. El telegrama del primero era descorazonador: si jamás había habido allí zapatos, ¿para qué habría que hacer la ingente inversión de fabricarlos, empaquetarlos y enviarlos a un lugar donde jamás nadie había sentido la necesidad de calzarse?

El informe del enviado optimista era de un tenor muy distinto: si jamás había habido allí zapatos, y teniendo en cuenta que la necesidad de calzarse se iba a imponer en todo el mundo, pues resulta evidente que es más cómodo cubrirse los pies que tenerlos a la intemperie, como se ve que son las cosas en la televisión y en la vida, ¿cómo no pensar que la divulgación del uso de los zapatos será imparable muy pronto en este lugar?

En Sinuhé el egicio, de Mika Waltari, hay un lema que cubre la novela de principio a fin: "Así ha sido y será siempre". En el mundo de la cultura del español, allí y aquí, pero sobre todo aquí, ha dominado el mensaje del enviado pesimista, aquel que piensa que las cosas serán como siempre fueron, y es ahora un buen momento para buscar otros mensajeros, que no sólo lleven en sus mochilas el conocimiento de la realidad sino también el estímulo para entusiasmar sobre el futuro. Emiliano Martínez, el nuevo presidente de los editores españoles, decía el otro día, que tan buen conocedor es de la realidad latinoamericana, que el futuro se hará creando lectores y hasta la Administración española crea organismos para asegurar al menos las primeras escrituras de esos mismos propósitos... Ojalá esté viajando ya el zapatero optimista del cuento de Vicent.

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