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FESTIVAL DE AIX-EN-PROVENCE

El Gamelán de Bali y Pierre Boulez conviven en un concierto de rituales

La confrontación Oriente-Occidente marcó el lunes el Festival de Aix. Por un lado, estreno absoluto de una obra de Gamelán, a cargo de unos músicos de Sebatu (Bali). Enfrente, el Rituel in memoriam Bruno Maderna, de Pierre Boulez, obra compuesta y estrenada en 1974, que dirigió el propio compositor con la Academia Europea de la Música. Fue un estimulante encuentro-intercambio de tradición y contemporaneidad. En la contienda de mundos sonoros, ganó, claro, la música.

Sebatu es una pequeña villa de 1.800 habitantes en el centro de Bali (Indonesia), donde conviven una decena de grupos de músicos y bailarines, que actúan especialmente para ceremonias religiosas y festividades agrícolas. La orquesta de Gamelán, que se presentó en Aix-en-Provence está compuesta por dos docenas de músicos, que llevan en sus caras, en sus atuendos, en sus pintorescos instrumentos, en su ceremonioso comportamiento, las huellas del paso del tiempo. La tradición marcaba un estreno preparado desde enero para su actuación en Europa. Únicamente variaba el enfoque respecto a las prácticas orientales, pues no es una música pensada para el teatro o la danza sino para ser escuchada sin más. Salieron radiantes de la prueba. El público estaba embelesado ante la precisión de ritmos, el equilibrio de los sonidos surgidos desde los metalófonos, gongs y una pequeña flauta, con la sutil dirección de dos tambores (masculino y femenino). Cincuenta minutos duró la pieza y tuvieron que dar una propina ante las aclamaciones.

La segunda parte del concierto correspondía a Rituel in memoriam Bruno Maderna, de Pierre Boulez, compuesta y estrenada un año después del fallecimiento del célebre compositor y director de orquesta italiano. Boulez dirigió desde el centro de la sala a ocho grupos instrumentales de la Academia Europea, situados en las zonas más exteriores del espacio. Cada grupo incorporaba un percusionista con recursos diferentes. El público estaba en el suelo, entre los músicos y el director, dejándose llevar por sonidos que llegaban de todos los lados. La composición de los grupos es: un oboe; dos clarinetes; tres flautas; cuatro violines; un quinteto de viento; un sexteto de cuerdas; un septeto de viento-madera y un grupo de 14 instrumentos de viento-metal (este último, con un segundo percusionista).

Boulez, muy locuaz, explicó antes de empezar que sincronizaría las lentas secuencias impares de la obra y no las pares. Lo explicaba por el deseo de compartir su música. Está encantado y encantador Boulez. "He estado siempre muy influenciado por las músicas no europeas. Incluso diría exagerando que me han salvado del academicismo vienés", dijo. Se refiere al academicismo de después de Schönberg y Webern. Ha revelado además la importancia que para él han tenido las orquestas de Gagaku, música de la corte imperial japonesa; las músicas de ceremonias africanas de Baga (Guinea), las arpas andinas por su modulación, y cómo no, la música de pipe-band escocesa y el Gamelán de Bali con el que ha compartido sus dos primeros conciertos en el Festival de Aix-en-Provence.

Tocaron estupendamente los instrumentistas de la Academia Europea, seleccionados en Berlín, Ucrania, Utrecht, París y Nueva York, y preparados a conciencia por los experimentados músicos del Ensemble Intercontemporain de París y el pianista Alain Planès, antes de vivir su sueño dorado de la puesta de largo con Boulez.

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