Bárbara y Tito
Aquella noche no estaba Bárbara, y por eso Tito estaba solo, moviendo los dedos como si contara pétalos. Ella se había quedado en el hotel, con jaqueca, y su marido había acudido a la cena con ese aire degollado que tienen los hombres que parecen provisionales cuando echan a alguien en falta. Poco a poco se fue animando y terminó siendo Tito el de siempre, ingenioso pero genial, callado y exacto, convencido de que las pocas palabras son a veces demasiadas. En un momento de la noche le preguntaron:-Tito, ¿y desde cuándo te llaman Tito?
-Fueron mis padres: les daba apuro llamarme Monterroso.
Ahora que ha ganado el Premio Príncipe de Asturias le escribieron el siguiente telegrama: "¿Y podremos seguir llamándote Tito ahora que eres el Principito?".
Aquella noche no estaba Bárbara; pero Bárbara está siempre; escritora también, Bárbara Jacobs parece una dama joven de Bloomsbury; suave pero firme, tiene los ojos grandes y oscuros como su pelo, y es la otra parte, exactamente la otra parte pero complementaria, de Tito Monterroso. Como es notorio que él es bajito, y de ello ha hecho un sexto sentido, digamos que Bárbara es ligeramente más alta que él, y desde la ligera distancia que les diferencia lo mira con el aire enamorado que ya es legendario en la pareja; caminan de la mano por calles y por plazas, y así aparecen también en los actos públicos; andan lentamente, nunca tienen prisa, o por lo menos nunca se les ve apresurados; sólo un día los vi con prisa, Tito se sintió indispuesto y se volvió a México como si Madrid le quemara, pero siempre están así, pausados y hablando muy quedo con sus amigos innumerables que hablan de ellos, de los dos, con un afecto que excede la natural y profunda admiración literaria.
Los dos forman una pareja inolvidable, y por separado siempre parece que les falta alguien, porque en efecto alguien les falta cuando cada uno está solo. Juntos han vivido muchas aventuras que Bárbara ha contado en libros suyos; ella es una escritora poética e intuitiva, inclinada a la autobiografía y poseída por un sentido del humor que conecta directamente con el sentido del humor de Monterroso. Es hija de un brigadista norteamericano de la Lincoln en la guerra civil española, Emil Jacobs, y del paso de su padre por la ciudad de Alicante en plena contienda guardan ella y su familia -con su hermana Paty hizo hace años una excursión conmemorativa- un recuerdo emocionado que jamás le abandona. El padre murió hace poco, nonagenario pero activo; había sido periodista, crítico teatral, y nunca se perdonó a sí mismo que la República española hubiera perdido su guerra; semanas antes de morir fue testigo, además, de una hazaña casi bélica de Augusto Monterroso.
Es notorio que el nuevo Príncipe de Asturias es un hombre de paz, y que además ha contribuido a la paz de su país, Guatemala, pero es también un hombre valiente; lo demostró ese día. La historia llegó a España de la mano de Javier Rioyo, que conoció al padre de Bárbara Jacobs cuando hacía con José Luis López Linares y Frida Torresblanco un documental sobre los brigadistas internacionales; comía el matrimonio Monterroso en casa de la familia Jacobs, un domingo a mediodía, en México; de pronto irrumpió en el comedor un grupo de rufianes que los obligaron a todos a echarse al suelo y a indicar dónde estaban las joyas, el dinero, las cosas de valor. En su silla, el padre de Bárbara, perjudicada su memoria por la edad, preguntaba: "¿Y estos señores se quedarán a almorzar? Habrá que buscar más sillas". Mientras, Tito rebuscaba en su mente tranquila alguna treta que no fuera sólo verbal y que ahuyentara a los forajidos. La situación era difícil, porque los bandidos estaban armados y en aquella casa no había pistolas y tampoco había forzudos que pudieran hacer frente a la fortaleza de los asaltantes. Tito, además, es un hombre que impone por su literatura, breve pero imprescindible, ligera sólo en la apariencia irónica de su indudable peso, pero no impondría jamás en un combate de boxeo, aunque él hubiera sido un espléndido peso mosca.
Pero se armó del valor que tiene, descubrió cerca de sí un teléfono inalámbrico y se dispuso a llamar sigilosamente a la policía. De pronto, la situación dio un quiebro y uno de los forajidos, apuntándole pero acobardado, gritó desde la puerta:
-¡Ese pendejo llamó a la policía! ¡Vámonos!
Cuando llegó la policía, Tito les mostró su arma, el inalámbrico, y empezaron a comer. No se habían llevado ninguna joya.
Después de ese hecho siempre pensé que si Tito no hubiera sido el gran escritor que es, a veces secreto, siempre genial, habría sido un gran guardaespaldas. Del Príncipe, por ejemplo. Pero que a nadie le quepa duda: la fuerza le viene de Bárbara, de la fuerza de Bárbara Jacobs.
Babelia
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