De una a otra casa...
Hace apenas unas horas que había estado con él, aún había luces en su interior, que le permitían dibujar una sonrisa al verme. Durante los últimos días sabía que lo que más le confortaba en mis visitas era el poder asomarse otra vez más al balcón que mira sobre la profesión que teníamos en común. En esta última etapa de su vida los lazos familiares me concedieron la oportunidad de hacer el papel del mensajero, del portador de noticias sobre este oficio, del comentarista improvisado de los recientes debates en el ámbito, tan amplio, que lograba encerrar su pasión por la arquitectura. Pasíón incontenible -ni los toros pudieron competir con ella- desde los años en que le conocí, los primeros sesenta, cuando su sensibilidad hacia los problemas sociales y políticos no lograba velar las señales que le llamaban hacia este trabajo. No fue un arquitecto de discursos ni de prosa frecuente, creo sinceramente que no quiso serlo. Todo el tiempo lo quería para invertirlo en el papel de croquis. Hasta el final dibujó. Las pesadumbres de los últimos días no le impidieron pronunciar certezas ortogonales sobre los temas que en estos tiempos tanto confunden y nublan los criterios de las jóvenes generaciones. Entre ellas, testimonios, tan sólidos como cristalinos, sobre muchos compañeros cuya obra sinceramente apreció y aprehendió. No escatimó una sola enhorabuena a ningún competidor en lides francas.Aunque no quiero entrar aquí en la descripción y los elogios que merece su trabajo en obras y proyectos de su Estudio -todos los conocen- probablemente mucho más difundidos que lo que él procuró que estuviesen, no puedo evitar una referencia muy directa. Sus sobrinas -mis hijas-, su hermana y yo vivimos desde hace más de veinte años en una casa que concretó su primer trabajo profesional y los ratos que compartimos hace poco discurrieron en la última de sus obras, cobijo de su desvanecimiento, proyectada y construida en medio de su dramática lucha por la vida. La última es un destilado de experiencia, mesura y eficiencia, una lección en suma. En la primera persiste la explosión de intuición creadora y es imposible no advertir la impronta elocuente de las vanguardias admiradas en su juventud. Desde el principio al fin -de una a otra casa-, su trabajo ha discurrido por una línea nítida, perfilada, sugerente, audaz hasta donde la sobriedad y su ejercitado buen gusto le permitieron apostar.
El destino ha hecho demasiado corto ese trayecto entre ambas.
Le recordaré como un hombre atado a su tiempo, mirando sosegadamente a la historia, olfateando curiosa y ansiosamente los aromas del futuro, dando paseos prolongados y frecuentes por el espacio de su reflexión plural y simultánea, con la compañía de un segundo yo, crítico y severo, del que fue siempre buen amigo, pero también esclavo. Viajó mucho y siempre sin máquina de fotos, prefería abrir los ojos. Galicia le llamó a los orígenes y le sosegó con dulzura algunos de sus últimos meses.
Quienes le hayan conocido sabrán cuánto no cabe sobre Tanis en estos párrafos que probablemente les nublarán la mañana de mañana. A quienes no hayan disfrutado de su trato quiero hacerles llegar mi certidumbre, tanto desde la cotidianeidad compartida con la que he sido premiado como por las claves contenidas en algunos mensajes que de él me llegaron, de que en la búsqueda del futuro, y no sólo en este campo de la cultura, acabamos de perder un necesario guía. Qué dolor, Tanis, no habremos podido ver todos juntos cómo era el amanecer de nuestro milenio. Muchos, algunos también arquitectos, sabemos que te lo preguntabas.
Babelia
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