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Para bajar al moro

Vicente Molina Foix

Morocco es Marruecos en inglés y una palabra de la voluptuosidad internacional. Un café de provincias se llamaba así cuando yo era enteramente provinciano además de niño, y aún me inquieta el misterio de sus reiteraciones: las dos ces del nombre, las dos palmeras curvas del luminoso. En muchas otras ciudades he ido encontrando después moroccos asociados al gremio de la hostelería: bares de alterne y bares de ambiente, barras americanas servidas en top less, tiendas del sexo con y sin actuaciones, cabarés. También la Mecca del espectáculo ha echado mano con frecuencia de esa palabra libidinal en títulos y tramas y localizaciones más o menos pintorescas, pero nadie de Hollywood la utilizó mejor que Von Sternberg en su propia mente llamada Morocco, en la que una cabaretera Marlene Dietrich se enamoraba del legionario Gary Cooper y acababa sus días -y la película- siguiéndole descalza por la arena de un desierto que le quemaba menos que su deseo.Estos meses, como todos los veranos, los europeos irán siguiendo, con deseos no tan acuciantes, las rutas de Marruecos; en la mochila los traveler"s cheques y las guías sincopadas que igualan hoy al turista en la rutina de unos itinerarios sin sorpresa, sin verdadero propósito de conocimiento. En los viajes hay poco tiempo para leer, y será raro ver en un zoco a un español con las manos ocupadas por Mil y una voces, el interesante libro de entrevistas de Jordi Esteva que se propone extraer del islam las tensiones entre una cultura de la relajación tolerante y un dogma religioso cada día más sellado por el integrismo de los fanáticos.

El occidental que viaja al sur del Estrecho ya no tiene ni la inseguridad ni el privilegio descubridor del orientalista de 100 o incluso 30 años atrás. La mundialización ha llegado a todas las dunas, y avanza con más glotonería que la arena. Hay latas frías y otras comodidades de la modernidad en puntos calurosos del Atlas, pero ni siquiera en un país de gente tan comunicativa como Marruecos es previsible que el viajero programado entre en la casa de los nativos, física o figuradamente. Por un lado hay que contar con la desaparición de las mujeres, que da a muchos de los paisajes y situaciones vividas un aire de campamento militar. Recuerdo un baño en una playa llena del norte de Túnez; la única mujer entre las sombrillas era una inglesa brava y ya no joven, rodeada por la legión tebana de los bañistas locales, que preferían, antes que refrescarse en el mar, mirar calenturientos su carne sazonada por los años de alimentación a base de bacon frito, alubias en salsa rosa y pies amazacotados. Es un leitmotiv del libro de Esteva; "las mujeres quedan fuera de la ciudadanía", dice Sami Naïr, y la mayoría de los intelectuales árabes, hombres y mujeres, convocados, insisten, hablando del velo, el matrimonio o la ablación del clítoris, en este escamoteo del factor femenino en la realidad de sus distintos países.

Por eso es un enigma la sexualidad en lugares donde una mitad de la población no tiene cara ni expresión de deseo y la otra parece dispuesta a tirarse a cualquier palo de escoba de uno y otro sexo, por placer o por un cigarrillo. Las leyendas del turismo erótico. Dicen que la primacía de Cuba o Tailandia en el hit parade de los tour operators está basada en que allí los nativos y las nativas, incluidos los niños y las niñas, se prostituyen por igual. En Fez un guía espontáneo que nos llevaba por la medina aseguró que mi acompañante, muy velludo de pecho y espalda, sería -por esa abundancia rara entre los varones árabes- el rey de la casa entre las mujeres de su familia, calculando su valor de cambio físico en seis camellos. Los muchachos que follan fogosamente con los gays de visita responden indignados si se les insinúa la menor tendencia homoerótica. Pero yo he leído las dos novelas autobiográficas del joven estudiante de Marraquech Rachid O. (L"enfant ébloui, Plusieurs vies, publicadas con éxito por Gallimard y no se sabe por qué aún no traducidas al español) y en ellas se cuenta un despertar homosexual no muy distinto al de cualquier joven europeo. Este verano los turistas pasarán noches de fábula en los oasis, pero nos queda por oír la voz de los relatos, bastantes más de mil, de esos lejanos vecinos y antepasados. La que pide ayuda, es un ejemplo, antes de que naufrague la patera.

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