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Crítica:DANZA: 'LA BAYADERA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reverencia en la gran noche

La gran noche del año, sin duda. El ballet del teatro Kirov-Marinskii ha hecho su gran debut a ballet completo en Santander con uno de sus títulos emblemáticos: La bayadera (1877). Y lo mejor y más significativo es que no se trata en absoluto de una producción espuria para viajar, sino de la gran puesta en escena en todo su poderío y grandeza, con sus formaciones completas, sus atrezos y sus decorados (esos telones primorosamente restaurados desde hace más de ochenta años y que son un verdadero patrimonio), sus trajes y, sobre todo, su elenco de primerísima línea, desde el cuerpo de baile a los solistas y a las primeras figuras.Sólo tan excelentes artistas son capaces de mantener viva y hasta actual esa joya que es La bayadera y que supera toda arqueología pasiva para ser un arte eterno, y para lo que hace falta no solamente la mejor técnica balletística, sino un registro mímico depurado y exquisito.

La bayadera

Ballet del teatro Kirov-Marinskii. San Petersburgo. Coreografía: Marius Petipa. Música: Ludwig Minkus. Escenarios: Kuap, Ivanov, Lambin y Allegri.Vestuario: E. Ponornarova. Director de orquesta: Víctor Fedotov. 46º Festival Internacional de Santander. Palacio de Festivales. 11 de agosto.

Al frente del elenco, Faruk Ruzimatov, con su salto intacto, su respiración heroica y unos acentos dramáticos plenos de nobleza que adquieren fuerza en las partes donde debe estar al servicio de su compañera de danza.

Salto elevadísimo

No puede dejar de mencionarse a Irma Nioratze -que fuera la última discípula de Chabukiani en su Tbilisi natal-, que posee una técnica prístina, un salto elevadísimo cuyo mayor mérito es su silencioso regreso a tierra ¡y vaya armonía y brazos musicales en su difícil papel de Gamzzatti, la mala de la película! Y encarnando a la bondadosa víctima Nikiya, la bayadera, estuvo Julia Majálina, que entra en una hermosa madurez expresiva de alto fuste. Bellísima, con largos arabesques muy actuales que ella dosifica hasta, por ejemplo, en el segundo acto, retomar a la inolvidable Gabriela Kónleva, cuando era la bayadera herida de muerte; Majálina, en su acto de las sombras, fue sobria aplicando la concentración que exige esa despedida triunfal hacia las tinieblas y demostrando que hoy ya tiene majestad de estrella y que domina el difícil estilo exótico de este ballet orientalista. Una breve mención al joven Vicheslav Zamadurov en el papel del ídolo de oro, que encandiló al prácticamente lleno auditorio con sus. saltos virtuosos de la mejor tradición petersburguesa.Simplemente, este ballet del gran teatro Kirov-Marinskii hay que verlo muchas veces, pues siempre es una perfecta lección del concepto de mantenimiento del gran ballet clásico-imperial que huye enciclopédicamente del oropel vanguardista y del lujo fácil que da el dinero y al que son tan dadas las casas de ópera occidentales, recurriendo con rigor a los factores verdaderamente teatrales.

Esta honestidad en la puesta en escena se siente hasta en la experta batuta de Fedotov, decano entre los decanos y verdadero maestro a la hora de matizar y engrandecer la partitura de danza.

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