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A la luz de una candela

Una lámpara de pie iluminando el teclado del piano con el resto de la sala a oscuras. La partitura siempre presente aunque se haya tocado la pieza mil veces. Sviatoslav Richter era un pianista diferente, un caso aparte. De expresión seria y concentrada, buscaba la intimidad en la comunicación únicamente a través de las notas musicales. El mundo social y el profesional le resbalaban. Su camino estaba al margen de los que normalmente utilizan las primeras figuras. Y él, sin embargo, era de los más grandes.Podía dar un recital en Albacete o en el conservatorio más escondido de Italia y cancelar una y otra vez sus conciertos anunciados en las grandes salas de toda Europa. Su último recital en el Auditorio Nacional de Madrid, por ejemplo, fue tras varias suspensiones. El prefería el contacto directo y sosegado con los estudiantes de música de provincia o con los lugares donde no se creasen excesivos climas de expectación. Era un ruso errante que encontraba siempre su acomodo a la luz de una candela.

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Su repertorio no era limitado, pero continuamente volvía a los mismos autores: Haydn, Mozart, Beethoven, Chopin, Schubert, Chaikovski, Rachmaninov... Le gustaban mucho los estudios, esas piezas un poco teóricas que siempre introducen en la profundidad de los sonidos a los aprendices de músico. De las pequeñas piezas para piano de Chaikovski conseguía extraer una fantasía ilimitada de colores. Haydn era también uno de sus companeros de viaje permanente.

¿Qué rememoraríamos de Richter en un homenaje urgente? Probablemente, su Schubert. Se movía a través de sus sonatas con una complicidad que iba mucho más allá de lo comprensible. Se recluía en el fraseo schubertiano con tal identificación que podría pensarse en algún pacto oculto, en alguna relación extraterrestre. Era una intensidad confidencial la que transmitía. Uno tiende a pensar que su desaparición es una forma particular de celebrar el bicentenario de Schubert: ha ido a reunirse con él. Les unían lazos más fuertes que los de la amistad y los de la existencia. Les unían los lazos de la música.

Richter ha muerto. Con él se va un artista único en su forma de hacer música, en su antidivismo y en la búsqueda de una comunicación afectiva a través del sonido. Le llorarán más que nadie los pequeños conservatorios, los centros de cultura locales, algunas escuelas de música europeas. Donde a nadie le importa allí estaba él con su piano y su lámpara dispuesto a repartir con generosidad felicidad musical a manos llenas.

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