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Tribuna
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Oír con los ojos, ver con los oídos

Uno de los grandes aciertos del recientemente inaugurado Museo de Instrumentos Musicales de la Cité de la Musique de París ha sido convertir una exposición de objetos en un espectáculo de alcance didáctico. Y no es que la colección de instrumentos procedente en gran medida del Conservatorio parisiense sea desdeñable. Al contrario. Posee más de 4.000 piezas, algunas de ellas tan significativas como el Stradivarius de Sarasate o una guitarra de Berlioz, y sus orígenes históricos se remontan a la época de la Revolución Francesa. Lo que ocurre es que exposiciones permanentes de instrumentos hay en muchos lugares, desde la entrañable del Castello Sforzesco de Milán hasta la que alberga el mismísimo Museo Metropolitano de Nueva York, sin olvidar, claro, las de Bruselas, Londres, Berlín, Múnich, Viena y hasta Barcelona.La diferencia del Museo de la Música parisiense estriba en que uno puede realizar un viaje por la historia de los sonidos no solamente viendo, sino también oyendo, gracias a unos cascos facilitados a la entrada que permiten escuchar aquello que en cada momento se está mirando debido a un sistema de comunicación-dirección de recepción en función de la posición, sin necesidad de ninguna manipulación manual. Uno se detiene ante un clavicémbalo y escucha su sonido original, retrocede para compararlo con un clavicordio y automáticamente aparece el de éste, va hacia adelante para escuchar un pianoforte y sucede otro tanto.

El recorrido está dividido en nueve grandes bloques atendiendo a criterios cronológicos: La Italia del barroco, La música en Versalles ' La ópera y los salones de París, Los conciertos públicos, La orquesta romántica, Gran ópera y drama lírico, Músicas de aire libre, Las exposiciones universales y Las rupturas instrumentales. Cada uno de ellos tiene la reproducción en una gran maqueta de algún espacio representativo. Por ejemplo, en La Italia del barroco se reproduce una de las salas del palacio ducal de Mantua, donde se estrenó Orfeo de Monte verdi, oyéndose, naturalmente la música de esta ópera. La maqueta de Versalles se ilustra con Alceste de Lully, y así sucesivamente desde la del teatro de ópera de Bayreuth hasta la del Ircam de París.

El contenido no se limita a la música lírica, sinfónica e instrumental, sino que se amplía a músicas populares y étnicas como las del gamelán javanés, al jazz, e incluso contempla una muestra de música ligera del siglo XX. El carácter didáctico y la amenidad son obvios, lo que unido a la buena presentación y sentido del espectáculo, propicia visitas masivas de familias y de un público juvenil. El reto de la Cité, levantando un entramado musical con el Conservatorio, la sala modular de conciertos, el Ensemble InterContemporain, y otros servicios avanzados, en una zona periférica al noreste de París, puede que tenga con este museo su consolidación e impulso definitivo. Otro éxito más de la política cultural francesa, de especial mérito por la descentralización que supone, y que complementa en gran medida otras políticas musicales regionales como las que modélicamente se practican en el sur de Francia.

Las comparaciones respecto a lo que se está haciendo aquí en este terreno son seguramente impertinentes. Pero no quiero pasar la ocasión sin resaltar dos iniciativas que, en cierto modo, tienen algo que ver con lo que se desarrolla en la Cité de la Musique. La primera de ellas está relacionada con los instrumentos musicales: se inaugura hoy una exposición (hasta el 20 de abril) en el Instituto Italiano de Cultura de Madrid sobre la historia y artesanía de los célebres violines Stradivarius, acompañándose de un concierto a cargo de I Solisti di Cremona con músicas de Monteverdi y otros contemporáneos suyos. La segunda iniciativa, que también se presenta hoy, es el proyecto Gerhard, y la relación con la Cité viene del paralelismo de sus funciones con las que desempeña el Ensemble InterContemporain. Consiste, a grandes rasgos, en la creación de un grupo especializado en música del siglo XX, con una plantilla flexible de 50 músicos, participando unos u otros según las necesidades instrumentales de lo que se interprete, y cuyo objetivo no es otro que el de difundir los clásicos españoles y extranjeros de nuestros días. Su sede es la Residencia de Estudiantes y la dirección artística corresponde a José Luis Pérez de Arteaga, que así continuará el espíritu de la espléndida labor que realizó en los Festivales de Otoño durante varios años con los ciclos Preludio al siglo XXI.

Los tres primeros conciertos son en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y se interpretarán obras de Gerhard, Schómberg, Varese, Stravinski, Webern, De Pablo, Marco y Halffer. No es un proyecto nada fácil. Sería un motivo de orgullo para la música de este país que navegase con mar en calma y viento en popa.

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