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Entrevista:

"Cuando actúo no soy consciente de lo que me ocurre"

Su perfección y brillantez técnica convirtieron a Meryl Streep en la mejor actriz de la década de los ochenta para los críticos de cine norteamericanos. Pero esta mujer, nacida en Nueva Jersey hace 47 años, nunca se ha librado de quienes la tachan de fría y calculadora. La protagonista de Los puentes de Madison, cuya última película, La habitación de Marvin, se acaba de estrenar en España, asegura sin embargo que, lejos de lo que pueda parecer, su método de trabajo consiste en "dejar se llevar". "Cuando estoy realmente metida en el personaje me abandono. No pienso en nada a excepción de los ojos de la otra persona, del aire que existe a mi alrededor. Vivo para esa sensación. El resto desaparece". Una sensación que la actriz ilustra con un experiencia de hace "muchos, muchos, muchos años", cuando una pelea con un novio acabó en paliza. Aunque no paraba de recibir golpes, la actriz asegura que logró dejar de sentir dolor y fue capaz dé presenciar toda la escena desde fuera. "La sensación es parecida cuando actúo. No es que le vite, pero no soy consciente de lo que me ocurre". Streep parece no disfrutar hablando de su trabajo en Kramer contra Kramer (1981), por el que ganó su primer Oscar como actriz secundaria o en La decisión de Sophie (1982), donde consiguió su segunda estatuilla, esta vez como mejor actriz protagonista. Tampoco se vanagloria de sus 10 candidaturas a este galardón, un logro sólo conseguido por otras dos actrices en la historia de los oscars: Bette Davis y Katharine Hepburn. Ella prefiere hablar de su vida en un rancho de Connecticut (EE UU), donde su única relación con el mundo son sus cuatro hijos (Henry, de 17 años; Mary Willa, de 13; Grace, de 10, y Louisa, de 5) y su marido, el escultor Don Gummer. "Cualquiera de mis decisiones artísticas depende por completo de mis hijos",, afirma la actriz.

Por su familia, Streep mantiene un exilio forzoso de aquellas cosas que tanto ama como el teatro, su mayor pasión, del que lleva 15 años separada, o rechazar las ofertas que ha recibido para dirigir una película. "Son cosas que me llevaría un tiempo del que no dispongo insiste. "Yo no sé cómo lo hacen los demás, pero soy incapaz. Además, mi sueño de toda la vida fue ser madre, no ser actriz". Durante los rodajes, un helicóptero la espera diariamente a que acabe sus escenas para devolverla a su entorno familiar. No importa que sea el mismísimo Robert de Niro quien le haga repetir la toma, Streep es capaz de abandonar el rodaje una vez que ha llegado su hora de regresar a casa. "Es una lucha continua, en la que tengo que hacer muchos compromisos con mi familia y con los que me rodean, pero merece la pena".

Su última película, La habitación de Marvin, dirigida por Jerry Zaks, a partir de la obra teatral escrita en 1991 por Scott McPherson, no es el único caso en el que su familia ha tenido un voto decisivo. Ellos son fundamentales a la hora de aceptar sus papeles, descartando aquellos que puedan tener una mala influencia en la juventud. "Tampoco me desnudo delante de las cámaras, porque si estás casada y tienes una vida organizada no resulta demasiado agradable". De Lee, su personaje en La habitación de Marvin, dice que tan sólo le molestaba que era una fumadora empedernida. Pero, tras una consulta con sus hijos, llegó a la conclusión de que su forma de fumar era tan compulsiva que, lejos de hacer el tabaco agradable para los espectadores, podía convertir su. interpretación en el mejor anuncio antitabaco que existe en el mercado.

"Sabía que La habitación de Marvin sería una película maravillosa, con Diane Keaton y Leonardo di Caprio a mi lado. Una apuesta que no podía fallar, aunque siempre te queda el miedo al fracaso", comenta la actriz sobre esta historia de dos hermanas que han optado por un camino completamente diferente a la hora de enfrentarse al sufrimiento. Aunque se cree más cercana a Betsie, el papel que interpreta Diane Keaton, Streep prefirió el de Lee, "que prefiere huir de la responsabilidad a afrontarla". En su opinión, era el momento de interpretar una mala madre, pues su carrera está demasiado cargada de personajes de buena.

A finales de los años ochenta, la actriz entró en un periodo más experimental, un cambio que la crítica nunca pareció perdonarle. Incluso su paso como heroína de acción en Río salvaje (1995) fue recibido de manera irregular. Pero Streep afirma que no le preocupa lo que se diga de ella: "Si llegara el caso, si me preocupara mi imagen en Hollywood o deseara tener más éxito de taquilla, nunca hubiera hecho filmes tan extraños como Ironweed o Un grito en la oscuridad", aclara. Tampoco es un deseo de redefinir su imagen o de probar nuevas aguas. Se trata simplemente de encontrar el personaje adecuado. "Puede ser en televisión", añade. "Siempre busco gen te con personalidad y no son tan fáciles (le conseguir, especialmente para mujeres de mi edad".

A pesar de la seguridad que todos los demás tienen en su trabajo, Streep si gue considerando que no es más que un problema de "ensayo y error", donde unas veces se gana y otras no, y con cada película hay que comenzar de nuevo. Entre sus recuerdos están las palabras de Un conocido productor, del que prefiere no dar el nombre, que en una ocasión le dijo que, después de todos sus éxitos, lo único que le preocupaba era el terror al fracaso. "Ése no es mi caso, pero puedo identificarme fácilmente con la idea, porque el éxito no existe. Llega hoy, y mañana hay que empezar de nuevo". Y recurre a la maternidad para explicar que nunca podrá reconocerse como buena actriz, como nunca se describe como buena madre. "Es una tarea que nunca llega a completarse para ponerle tal adjetivo".

Meryl Streep deja escapar un súbito enrojecimiento de timidez al tener la sensación de haber pontificado demasiado. "Por eso no me gusta mucho conceder entrevistas, porque pienso que tengo que decir algo inteligente". Otro helicóptero la devolverá a la soledad de su vida familiar, donde podrá preparar su próximo trabajo, por el que todavía no se ha decidido. "Si soy completamente honesta, el único sitio donde renuevo mi energía es en el avión. Es mi único momento de soledad", explica, "aunque ahora también me quieren dejar sin ese respiro y me ponen teléfono en los asientos".

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