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Ignacio Carrión narra el desahucio moral de dos ancianas

El escritor y periodista publica una novela tragicómica, sobre la soledad de la vejez

Andrés Fernández Rubio

Ganador del Premio Nadal 1995 con Cruzar el Danubio, Ignacio Carrión presentó ayer en Madrid su tercera novela, Desahucio (Ediciones Destino), una cruda historia sobre dos ancianas que se enfrentan a un doble deshucio: el del piso en que viven y el de la decadencia física y moral. "El libro es una meditación, en cierto modo tragicómica (porque la vida contiene ambas cosas), del fenómeno de la muerte, el deterioro y la soledad", dice el autor.

Como periodista, Carrión hizo hace tiempo un reportaje sobre Leisure World, una ciudad para jubilados en Estados Unidos donde existen varios niveles de vivienda: para parejas de ancianos, para cuando falta uno de los dos y, por último, el retiro a unas torres cuando necesitan ser atendidos. "Y de ahí al nicho o al crematorio, donde, además, la muerte queda camuflada", dice Carrión, que critica ese enmascaramiento progresivo de la muerte en las sociedades occidentales. "A mí me parece que lo que en este momento nos puede frenar del desquicie, la prepotencia y una cierta locura es la reflexión diaria sobre esto", afirma.Carrión ha intentado que en su libro quede reflejada la angustia existencial "y la lucha por afrontar la muerte y el dolor". La longevidad creciente del ser humano, la compañía monocorde del televisor, "un ser que existe las 24 horas", y la tragedia del desarraigo son asuntos que el novelista trata en Desahucio. "En el fondo, en su aturdimiento, los viejos no pueden escapar de esas cuatro cosas que les pasan a todos: que se les cae la dentadura, que los hijos no van a verles (y cuando lo hacen van como buitres, generalmente a expoliarlos), y que los tratan únicamente como viejos en la mayoría de los casos. Y el viejo tiene la percepción de saber que es considerado un estorbo".

A través de Diamantina y Flor, de 87 y 84 años, Carrión ha hecho dialogar a dos mujeres originarias de la misma ciudad, consuegras y apresadas en un piso de 420 metros del que deben ser desahuciadas tras el incendio del Liceo de Barcelona. "Cuando yo tenga una edad más avanzada no desearé, tal vez porque no tenga valor, meterme dentro de la piel de estos personajes octogenarios con los que he vivido una experiencia en cierto modo agónica", concluye el escritor.

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