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45º FESTIVAL DE GRANADA

Se desata la Fura dels Baus en 'Atlántida'

El grupo teatral catalán convocó una gran multitud en la plaza de las Pasiegas granadina

Anoche, la plaza de las Pasiegas se llenó hasta los topes de un público variopinto: gentes de erudición, seguidores de "lo que se lleva" y, mayoritariamente, público llano y sin prejuicios, dispuesto a participar en todo acontecimiento que considera importante. Y este acontecimiento era Atlántida, la obra póstuma de Falla, completada por su más destacado discípulo, Ernesto Halffter. Se había escuchado ya la obra en Granada, tanto en el monasterio de los Jerónimos, ante un retablo que puede competir con las más ambiciosas invenciones de un gran escenógrafo y en versión de concierto, cuando el centenario del nacimiento de Falla. Pero lo de ahora debía ser y fue distinto, pues el montaje estaba en manos de La Fura dels Baus, grupo o movimiento teatral de tan gran fuerza creativa como rica pluralidad. El suceso estuvo a la altura de las expectativas que había creado.

Con ellos estuvo la Orquesta Sinfónica de Barcelona, el Coro de Valencia, la escolanía granadina de La Presentación, todos ellos gobernados por el maestro Josep Pons. El éxito fue claro y sin disensiones, aun cuando no particularmente entusiasta, quizá porque la asistencia se encontraba, por lo pronto, con algo sorprendente.Atlántida es obra difícil y problemática. El planteamiento mismo de su forma osciló en el ánimo de los autores entre la cantata escénica y el oratorio con ilustraciones plásticas, que debía realizar el pintor José María Sert. Al fin, quedó la partitura, inspirada parcialmente en el poema de Verdaguer y el resto en textos religiosos latinos. Tras la labor de terminación de Halffter y su posterior revisión por él mismo, la obra vale doblemente: como testimonio histórico, artístico y sensible del último Falla y no menos por la belleza intrínseca de sus pentagramas.

Sin grandes estrellas líricas, la versión de Pons tuvo altura suficiente. Destacó en el Corifeo, el barítono Manuel Lanza y en la reina Pirene, la mezzo Josefina Brivio y no tanto, la soprano Virginia Parramón, en El sueño de Isabel en La Alhambra, uno de los trozos más difíciles de Atlántida, aunque se escuche como algo aparantemente sencillo. Joan Cabero, Francisco Vas y Ángel Ódena en el Tricéfalo; Estrella Estévez, Pilar Jurado, Silvia Tro, Margarida Lladó, María Luisa Maeso, Svetlana Sidorova y Montserrat Torruella fueron las Pléyades.

Pons trabajó con seguridad y me parece que ha iniciado un largo camino como intérprete de Atlántida que le llevará a mayores perfecciones. La de la Fura dels Baus resulta ejemplar, cualesquiera que sean sus planteamientos y soluciones. Dio la sensación de que, en el fondo, su punto de partida para Atlántida encerraba cierta intención desmitificadora pero que, al fin y una vez más, el genio de Falla les había ganado la partida y casi los llevó a su terreno.

Con una profesionalidad osada y hasta arriesgada, se sucedió ante nosotros un repertorio inagotable de invenciones, unas veces unidas a la música, otras simplemente superpuestas. Disfrutamos de momentos tan bellos como El hundimiento, El incendio de los Pirineos, la sobriedad para los himnos y cantos, el feliz hallazgo para las tres cabezas de Gerión, son muy superiores a la escena de Isabel y La noche suprema, con la iluminación de la catedral de Alonso Cano y la transparencia de sus vidrieras, mucho mejor que el atormentado acompañamiento plástico de El peregrino, música serena y mística allí donde las haya. En fin, el añadido de la aventura y la crisis de tres figuras ligadas a Atlántida -Verdaguer, Sert y Falla- era tan innecesario que ni siquiera molesta y podría prescindirse de él.

Nunca un montaje de Atlántida superó en imaginación e invención paralela a la de la Fura dels Baus. La versión escénica corresponde a Alex Ollé y Carlos Padrissa; éste y Jaume Plensa tuvieron a su cargo la escenografía, el vestuario y el atrezzo; Sabine Dahrendorf movió la escena -¡y cómo!- y Quico Gutiérrez gobernó la iluminación. En resumen, la expectación ante el espectáculo no se vio defraudada y la Atlántida echa a andar por una de las muchas rutas que le son posibles a las obras maestras de la música.

Estamos no ante una reliquia, sino ante una obra de arte capaz de alzarse por encima del tiempo y de las mutaciones estéticas. Y habita en este gran retablo el ser de la entera tradición general hispana, esta vez entonada en catalán y latín.

El descubrimiento, en el clima de permanente fervor hacia Falla que se respira en Granada, de la perdurabilidad de Atlántida, viene a renovar mensajes muy lejanos y a la vez sustantiva mente actuales. Que la obra más contemporánea es, precisamente, la que sobrevive y palpita en tiempos muy diversos de la historia.

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