Se publica la correspondencia entre Gerardo Diego, Jorge Guillén y Pedro Salinas
La mayoría de las 163 cartas de los poetas de la Generación del 27 son inéditas
Lo cuenta García Márquez: desde que se enteró de que un amigo, urgido por ciertas calamidades económicas, vendió a una universidad, un montón de cartas personales, entre ellas muchas suyas, el autor colombiano no escribe cartas. Deja la amistad en manos del teléfono, o a veces del fax, Pero no siempre ha sido así. La prueba son las 163 cartas, la mayoría inéditas, de aquel trío de poetas-profesores del 27, Gerardo Diego, Jorge Guillén y Pedro Salinas, que ha preparado José Luis Bernal para la editorial Pre-Textos y que se presenta el martes en la Biblioteca Nacional.
Una amistad franqueada que se mantuvo, sin más grietas que los avatares que tuvieron que sufrir (alejamiento de España, en Guillén y Salinas), hasta el final de sus vidas, pues estas cartas abarcan desde 1920 hasta 1983 (en el caso de Gerardo Diego, del que se cumple en octubre el centenario de su nacimiento, y de Guillén, que murió en 1984; Salinas había muerto en 1951). A Manuel Borrás, editor de Pre-Textos le gusta encontrarse "con el aspecto humano de un escritor, al que conocemos por su obra y no a través de su cotidianidad". "Se corre el peligro", añade Borrás, "de que esas cartas nos desvelen, tal vez, aspectos miserables o poco brillantes, pero nos dan una imagen total del escritor".De Correspondencia (1920-1983), este epistolario tripartito que ahora aparece, comenta: "En esas cartas se recogen datos y variantes de poemas, y siguiendo sus opiniones podemos hacemos una idea de hasta qué punto determinados escritores influyen en la conformación de un gusto estético e incluso de una estética generacional, y eso es muy importante para estudiar aquel periodo literario. Además, se nos muestran muy autocríticos y críticos con los demás: es admirable esa lealtad que se tienen, ese no apostar por una relación diplomática o de concesión recíproca".
Aunque Pedro Salinas en Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar fuera partidario de este género que permite, más allá del tiempo y del espacio, mantener una amistad y una relacion vital y literaria, lo cierto es que, tal como apunta Borrás, "estas cartas no se escribían en clave de escritor; acaban siendo cartas de escritores, es evidente, pero al escribirlas no piensan que se podrían publicar, cosa que no ocurre en Francia, en donde los escritores escriben sus cartas casi como un ejercicio de estilo, dándoles una intencionalidad pública".
Este andar leyendo cartas privadas, íntimas en su origen, por muy de escritores que sean, plantea la cuestión de si es lícito publicar las cartas que en su día sólo tuvieron un destinatario natural. "Yo establecería", comenta Borrás, "una cierta deontología epistolar; no pretendo, por supuesto, censurar nada, pero sí soy partidario de salvaguardar la intimidad de las personas". Es consciente de que los investigadores tienden a escudriñar todas las gavetas de los herederos en busca de papeles que den una visión totalizadora del autor objeto de estudio.
En su opinión, los autores deberían en vida suscribir las cartas que quisieran ver publicadas y respetarles aquello que no quisieran que se diera a la luz. "Por cierto, si los escritores supieran que en el futuro aquellas cartas fueran a ser publicadas, serían, sin duda, más comedidos".
Babelia
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