_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Monstruos contados

Vicente Molina Foix

¿A qué hora se levantó el asesino y de qué cama? ¿Tuvo tiempo de desayunar? ¿Con apetito? ¿Dio un beso a un ser querido antes de dirigirse al lugar del crimen? A menudo, incapaces de entender las cosas del mundo, nos hacemos preguntas sin respuesta, con la esperanza de que alguien las saque de esa nebulosa de lo aún-no-dicho y nos dé una. Coincide, no por casualidad, que suelen ser los artistas -por muy confusos o apresurados que sean arbitrarios y hasta fantásticos- quienes realizan esta modesta pero imprescindible tarea de saneamiento social, que consiste no en salvar sino en hacer que los unos vean mejor a los otros.Hace unos días leí en estas páginas una columna de Vicente Verdú a propósito de la película Días contados que me produjo rabia. Viniendo de otra persona no le habría dado más importancia, pero conozco, leo y admiro desde hace muchos años a Verdú, con quien comparto no sólo el nombre de pila sino la propia pila donde fuimos bautizados. Y tanto le respeto que, estando en un desacuerdo radical con él y sintiéndome concernido por varias de sus acusaciones, no se me ocurrió responder. Lo que sucede es que, escrita su columna en el calor del asesinato de Fernando Múgica y el pase televisivo de la película, el terror ha seguido dando golpes, y con ellos las reflexiones, las fotos, las cábalas y preguntas sobre la personalidad de quien es Capaz de matar tan vilmente a inocentes que, por añadidura, eran defensores de la libertad. Y volví a ver Días contados, a pesar de que en su día la vi tres veces, pues debo ser, en efecto, uno de esos "beatos cinéfilos" que aplaudió, se emocionó, votó y defendió por escrito, en una larga crítica, la película de Imanol Uribe, y por ello también sería reo de la culpa proporcional que según Verdú "merece la sociedad que la premió primero y la tolera aún".

Aquí, naturalmente, no voy a hablar de estilo, de factura, de nivel interpretativo; el mismo Verdú parece admitir la calidad de esos componentes, sólo que para lamentar aún más la eficacia que le confieren a esa "película proterrorista" que enseña a "querer a un terrorista" (y que, sea dicho aquí, despertó la antipatía, cuando no la ira abertzale, llegando el periódico Egin a titular "¡tongo!" la noticia del gran premio que obtuvo en el festival de San Sebastián). En mi caso, ver de nuevo Días contados en un tiempo en que dos o tres asesinos sueltos se levantan de una cama en Madrid o salen fríamente de un portal donostiarra para dar un tiro en la nuca de un ser desarmado y pacífico, lejos de inducirme a la simpatía me ayuda a entender que hay a nuestro lado -en ese mismo bar de tu aperitivo, guardando cola en el supermercado detrás de mi- individuos con total apariencia de normalidad, con juventud y puede que hasta una sonrisa simpática, cuya mostración fría, documental, en los momentos de la criminalidad más aberrante es clarificativa, nunca lenitiva o exculpatoria.Uribe, es cierto, alternaba la brutal disciplina y el celo sanguinario de su protagonista con una historia de amor y un final de sacrificio pasional. ¿Un terrorista humanizado? Sólo humano, y en ello estriba no ya la validez artística de la película sino su valor para nosotros, espectadores que, aborreciendo la violencia terrorista, no entendemos "quién puede cometer crímenes así". Ese personaje capaz de desear y ser feliz, era también el monstruo, y a seres reales de su misma calaña les aman y acarician, les entienden y votan y disculpan otras personas no menos humanas, padres, hermanos, novios, atados a sus crímenes no por una monstruosidad natural, sino por el vínculo de un cariño atávico. Lo cual por cierto explicaría, en una sociedad tan matriarcal y, si se me permite la palabra, tribal como la vasca, (y en particular la de la Guipúzcoa rural), la base estable del voto a HB, que sólo puede ser ciegamente sentimental más que política.

La ley la policía, los maestros, la sociedad civil con su codificada pero noble suma de poderes, ha de ser la encargada de velar y juzgar, perseguir y educar, a veces, sí, prohibir o denunciar lo intolerable. Pero seguirá habiendo bestialidades sin respuesta. Y entonces, de vez en cuando, algún artista amargo y lúcido, venciendo la tentación de la condena fácil o el silencio fácil, mirará el horror en que él y nosotros vivimos y nos dará la imagen completa, sin paliativos, de lo que también somos.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_