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La horca y el paredón tienen trabajo en EE UU

Dos nuevas ejecuciones dan lustre a la vieja imagen del salvaje Oeste

Antonio Caño

En la madrugada de mañana antes de que den las tres, Bill Bailey será colgado de una soga en una prisión de Delaware, de acuerdo al procedimiento de un viejo manual del Ejército. Para la cuerda se utilizan nueve, metros de cáñamo de Manila, previamente hervido para hacerlo más resistente y engrasado para que el nudo corra sobre el cuello de la víctima sin degollarla. Es recomendable atar previamente al condenado a una tabla de madera para evitar que sus movimientos dificulten la faena. Una capucha negra le cubrirá la cabeza, y un saco terrero probará poco antes la trampilla que se abrirá a sus pies.Si la operación se efectúa de manera eficaz y limpia, la espina dorsal se fracturará bruscamente, y Balley, de 49 años, morirá de inmediato. Pero varios doctores advierten que lo más probable es que la muerte llegue tras un lento estrangulamiento.

Delaware y Washington son los únicos Estados del país que mantienen vigente la horca. Bill Bailey, que la ha elegido voluntariamente para su ejecución, será el cuarto ajusticiado por ese medio desde que la pena de muerte fue reimplantada en 1977.

Bailey, condenado por la muerte de dos ancianos hace 16 años, ha confesado que encuentra la horca más "legal", más apegada a las tradiciones del país. Según un investigador sobre la pena capital, desde el siglo XVII han sido ahorcadas unas 19.000 personas en Estados Unidos. Los métodos más modernos, como la silla eléctrica y la inyección letal, sólo están vigentes desde los años veinte, aunque han sido los únicos utilizados para ejecutar a las 56 personas que murieron en prisiones norteamericanas a lo largo de 1995, y los más frecuentes en las 300 ejecuciones de los últimos 19 años. Ayer mismo fue ejecutado en Virginia con una inyección Richard Townes, de 45 años, por un atraco con asesinato de 1985.

El comienzo de este año ha querido ofrecer una imagen especialmente cruel de la pena de muerte en EE UU. Una noche antes de la de Bailey, para la pasada madrugada, estaba prevista la ejecución en Utah de John Taylor, condenado por el asesinato de una niña de 11 años, a manos de un pelotón de fusilamiento. Los mormones, que son mayoría en ese Estado, creen que los pecados sólo se limpian con la sangre del pecador, y mantienen vigente el paredón, igual que mantienen la legalidad de la poligamia en una tierra que vive bajo reglas del siglo XIX mientras se prepara para los Juegos Olímpicos de Invierno del año 2002.

John Taylor tendrá dos minutos para pronunciar su última voluntad ante un grupo de testigos integrado por nueve periodistas, nueve funcionarios del Gobierno y tres invitados del condenado. Tras sus palabras será colocada una diana a la altura de su corazón, y el oficial a cargo dará la orden de fuego. El anterior fusilado en Estados Unidos, Gary Gilmore, en 1977, provocó una gran campaña de solidaridad en su favor. En esta ocasión no ha sido tanta la repercusión de este caso, aunque Amnistía Internacional y varias organizaciones norteamericanas contra la pena de muerte han hecho esfuerzos intensos en favor de la conmutación de la pena tanto para él, que todavía se declara inocente, como para Bailey, a quien consideran mentalmente irresponsable. La semana pasada, la presión de estas organizaciones consiguió la clemencia para Guinevere García, condenada a muerte en Illinois.

Si no se puede acabar con la pena capital porque cuenta con un amplio respaldo de la opinión pública y de los principales partidos, las organizaciones en su contra piden que, al menos, sean abolidos los métodos más crueles. "Muchos políticos han incluido en sus programas mano dura contra el crimen. La palabra clemencia es algo que ha quedado en el pasado", dice Richard Dieter, director del Centro de Información sobre la Pena de Muerte. Roger Roy, el legislador que introdujo la inyección letal en Delaware, ha dicho que el ahorcamiento de un perro desataría más protestas en su Estado que las escuchadas por Bailey.

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Tiene razón. En el pueblo de Bailey, un reportero de The Washington Post sólo encontró el sentimiento de que este hijo de una familia de 23 hermanos y delincuente desde los 12 años debería haber sido ahorcado antes.

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