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Una estupenda comedia británica hace soportable la programación

Una estimulante comedia británica, Funny bones, de Peter Chelsom, programada en la sección Première y, que cuenta con la inestimable presencia del gran Jerry Lewis, hizo más soportable ayer la programación de esta 28ª edición del Festival de Sitges. Por el contrario, como suele ocurrir casi siempre, y no. sólo en este festival, la cruz la aportó una película a concurso, Institute Benjamenta, de tres hermanos británicos que firman con el nombre de Quayd Brothers, una pretenciosa, huera y decididamente irritante revisión de la novela Jacob von, Gunten y de otros textos del escritor suizo Robert Walser sobre la cual sólo cabe el silencio.

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Justificar lo injustificable

El domingo por la tarde, el enfant terrible del cine gay estadounidense, Gregg Araki, se trajo bajo el brazo un infecto panfleto contra todo que tiene por nombre The doom generation, uno de esos filmes pensados ante todo para provocar, pero que llegan indeciblemente, tarde.Parece paradójico que fuera, por segundo día consecutivo, una comedia la que salvó la cara. a la programación de un festival de cine fántástico;. pero lo cierto es que Funny bones es un arriesgado ejercicio que empieza bajo el signo del asesinato y el contrabando, salta a Las Vegas y el mundo del espectáculo, y resuelve la mayor parte de su denso contenido en la inglesa ciudad de Blackpool, en, el mundo de los artistas de vodevil y de circo. Su director, Peter Chelso m, ha contado con ayudas inestimabjes a la hora de rodar su, por otra parte, muy personal reflexión sobre el precio que hay que pagar por la fama: ahí es nada contar con secundarios como, Lewis, Leslie Caron, Oliver Reed y el archifamoso artista de variedades George Carl, además de un auténtico camaleón, Lee Evans, que borda su personaje de payaso de pasado turbulento.

El filme parece siempre metido en vericuetos extraños, a lo que ayuda una galería de personajes exóticos y una puesta en escena cargada de humor decididamente negro. Pero Chelsom no pierde el rumbo y cuenta con solidez y firmeza esta historia de padres que ahogan artísticamente a sus hijos, de sórdidos conflictos no resueltos a tiempo, que la trama, con sabia dosificación, va planteando continuamente al espectador.

Realizador de un puñadito de películas, que algunos han quendo ver como modernas, el americano Gregg Araki -que hasta ahora había rodado Vivir hasta el fin, una desmadrada película "de carretera"- sorprende ahora con una muestra de lo que el propio cineasta considera "una película heterosexual"se supone que una broma, puesto que pocas películas hay que pongan tan en evidencia "un imaginario que este cronista, heterosexual convicto y confeso,no considera para nada como propio.

Araki aparece ahora como el abanderado de otra manera de rodar, más cuidada en lo formal,con actores mucho más sólidos y con algo parecido a una trama al uso. Lo que no ha cambiado, a pesar de que el filme cuente la historia de dos chicos y una chica que -siempre en la tradición road movie- se enfrentan a numerosos peligros en su vagabundear por Los Angeles y alrededores, es la voluntad del cineasta de querer resultar un ínclito provocador.

De esta forma, el filme presenta a un personaje que se masturba y se lame su propio semen, a una familia coreana que practica un raro ritual de autoexterminio, a una panda de nazis que pretenden violar a la chica con una estatua de la Virgen y al mismo del semen que tiene un Cristo tatuado en su pepe, sólo para que sus compañeros y compañeras de lecho puedan decir esto de "tengo a Cristo dentro de mí". El problema del filme es que todo lo que cuenta no se sostiene en nada más que en la provocación por la provocación.

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