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Conversaciones con el señor Sammler

Antonio Muñoz Molina

He trabado conocimiento estos últimos días con el, apacible se flor Artur Sammler, y como es locuaz y andarín a la manera de ciertos viejos enérgicos, me paso el tiempo siguiéndolo a, lo largo de sus diatribas y de sus camina tas, que recuerdan, aquel aforismo de Nietzsche sobre los mejores pensamientos que según él son siempre los pensamientos muy caminados no los abotargados por la.sedentariedad. El señor Artur Sammler es un judío muy alto, con el pelo blando y la cabeza pequeña, de unos setenta y tantos años, que nació en Cracovia todavía en los tiempos del imperio austrohúngaro y vive ahora en Nueva York. Sus reflexiones tienen esa culta ireverencia y esa profunda libertad per sonal que sólo pueden encontrarse en algunos viejos que dis frutaron en su infancia y en su juventud de una expelente educa cián humanística, la irreverencia fortalecida de sabiduría y libertad depurada por el desengaño que mostraba Siempre Julio Caro Baro a, y quele permitían decir verdades simples y tremendas . en, medio de un desierto de conformidad maquillada de pluralismo ficticio, o la valiente frescura con que declara lo que piensa Francisco Ayala.La ridícula mitología de lo juvenil lleva siempre a suponer que un joven, es por naturaleza más innovador y más rebelde que un anciano. Se trata de una mentira, o de una forma de superstición, pero ya se sabe que las, supersticiones son más difíciles dedesacreditar quelas, evidencias científicas. El señor Sammler, igual que Ayala o que el difunto Caro Baroja, ha visto demasiadás cosas atroces ¡como para fiarse de las apariencias de la normalidad, y conoce los efectos horribles del fanatismo y la ambición política mezclados con la tontería huma na esa aleación que ha resultado, explosiva en todos los desastres del siglo. A los tres los une una común condición de testigos: pero el señor Sammler demás, centropeo y judío se vio personalmente arrastrado al in fierno en el que tantos millones de personas fueron aniquiladas, y si logró escapar, de la fósa común. Antes del fusila miento a los condenados a muerte los obligaron a desnudarse. El señor Sammler escapó del verte dero de cadáveres desnudos al que lo habían arrojado y huyó desnudó como un animal o como un hombre de las cavernas por un bosque polaco, y encontró refugio en un cementerio, en una tumba vacía. Pero también fue partisano, y mató muy de cerca a un soldado alemán que lo miraba a los ojos y le imploraba de rodillas, y después del segundo, disparo le quitó a toda prisa las armas, la munición, la ropa dé abrigo, todavía caliente , los calcetines de lana, que olían a los pies de un muerto, la ración de comida. El seño Sammler, que pertenece a la generación, más culta y políglota, al grupo social sin duda más brillante que ha dado Europa, se ha visto confrontado con las formas espiritualmente más primitivas y a la vez más tecnológicas del horror, con la animalidad mas sanguinaria, no sólo en sus verdugos sino en sí mismo. Pero en su vejez aunque no olvida nada de lo que vivió: y sufrió, no. le rinde a la queja ni a la misantropía, y manifiesta ante las cosas y ante los seres humanos una curiosidad desengañado y también piadosa, una solícita atención. Habiendo sobrevivido al triunfo totalitario de la brutalidad, el señor Sammler es muy sensible al prestigio renóvado de la violencia entre muchos intelectuales; a la confusión entre los malos modos y la espotaneidad: conociendo a qué extremos puede conducir el irracionalismoje espanta la indulgencia contemporánea hacia la tontería, la abdicación intelectual y moral de quienes debieran defender el sentido comun y, sin embargo, se afilian a las diversas demagogias del oscurantismo. "La idea, evidentemente", dice el señor Sanírríler, "consiste en obtener los privilegios y las libertades de la barbarie bajo la protección del orden civilizado, de los derechos de propiedad y de una refinada organización tecnológica".

La literatura es siempre esa máquina de recobrar el pasado y de tener cerca a quienes murieron hace tiempó que imaginó Adolfo Bioy Casares en una novela breve y tocada por la gracia. Yo llevo varios días acompañando en sus caminatas y en sus soliloquios y rememoraciones al señor Artur Sammler, pero lo cierto es que pertenecemos a, mundos y a tiempos inencontrables entre sí, porque él se mueve en el Nueva York. de finales de los años sesenta y yo lo acompaño en el Madrid del verano de 1995, y la máquina o el artificio que nos une es una novela, un libro de bolsillo que a veces llevo con mígo por la calle para continuar conversando con el señor Sammler mientras viajo en autobús, como él, o espero a que me sirvan un café en la barra de un bar, una novela publicada en 1970 por Saul Bellow que se titula El planeta del señor Sammler.

La compré distraidamente hace unos años,sin mucho interés bien más movido por ese principio de Borges según el cual, a la larga, cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro. Y de pronto, un día de verano, uno alcanza al azar ese volumen en la estantería en la que estaba olvidado y resulta que se le convierte en una novedad imperiosa, que parecía haber el perado el momento más adecuado y fértil, para ser leído. Me puse a leer esa novela porque buscaba una dosis de ficción y de alivio después de todos los testimonios sobre el totalítarismo que me habían enardecido y agobiado en los últimos meses, las biografías de los. tiranos y las memorías de las víctimas, Jean Améry, Nadiezhda Mandelstam, Primo Levi: ahora me doy cuenta de que sin esos libros no habría podido entender Plenamente las, diatribas y las amarguras del señor Sammler, y que la novela no era un quiebro en mis lecturas, sino una imprevista culminación, y también el gozoso hallázgo de un escritor magnífico, Bellow, al que yo casi no conocía.

Hay que1eer todos esos libros para saber lo que ha sido la atrocidad del totalitarismo en el. siglo XX, pero hay que leerlos también como un aprendizaje volítico, sobre nuestro presente y nuestro porvenir. La memoria del señor Sammler como la de Caro Baroja o la de Ayal a o la de cualquiera de esos formidables octogenarios que se atreven a llevar tranquilamente la contraria, es más valiosa y mas temible no por su capacidad de recuerdo, sino de posible profecía: sólo ellos advierten, sólo ellos sa7 ben que lo que ocurrió puede volver a ocurrir, ya está ocurriendo, cada vez más cerca de nosotros.

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