_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Qué hubiera dicho Rulfo que dijo

Juan Cruz

Un día sobrevolaba México un avión Reno de escritores; entre ellos iba Carlos Fuentes, que hasta entonces siempre se había negado a volar. Juan Rulfo, el autor de El llano en llamas y de Pedro Páramo estaba también allí, en el aire, que acaso era también su estado natural en el tiempo. Hablando como hablaba Rulfo -Fuentes lo imita, como imita a muchos otros-, el silencioso escritor no paró de proferir malos augurios en todo el viaje, para desgracia y miedo del novelista de La muerte de Artemio Cruz. A Fuentes le habían convencido para que emprendiera por primera vez un vuelo - diciéndole que un avión con 30 escritores dentro nunca se iba a caer. El profesor y crítico Julio Ortega, que el pasado jueves presentó. en el Círculo de Lectores de Madrid su retrato de Fuentes y aquella misma novela, lo contó así:Rulfa miraba por la ventanilla y contaba a los demás viajeros, inclemente:

-Ahora estamos sobre Querétaro. Ahora volamos sobre Guanajuato. Allá está Guadalajara.

-¿Y cómo demonios sabes que vamos sobre esos pueblos?, le preguntó, al fin, Fuentes, el pasajero miedoso.

-Los reconozco por los cementerios.

La anécdota ha dado mil vueltas. El propio Fuentes contó otra de las múltiples versiones:

-Iba yo miedoso, pero él no se apiedaba, y entre las cosas que dijo gritó en medio del avión, con esa voz que parecía hecha sólo para contar los cuentos de Rulfo: ¿Quién nos iba a decir que íbamos a matarnos volando precisamente. sobre el panteón de san Pedro de las Ánimaa, donde están enterrados el cacique de la Mano Negra y sus nueve hijos malvados?

Rulfo hablaba frunciendo la comisura de los labios. Era extremadamente tímido, como un niño, y le gustaba desaparecer físicamente como para ver qué pasaba en el mundo si él desaparecía. Cuando le dieron el premio Príncipe de Asturias de las Letras, los organizadores asturianos del galardón se llevaron un susto de. muerte: Rulfo había desaparecido, no estaba para recoger su trofeo. En realidad se había escurrido de a silla, y había desaparecido debajo del asiento.

A veces, se reúnen los escritores y cuentan estas cosas: han tenido una larga biografía y han conocido a gente verdaderamente fascinante, y ellos mismos son extremadamente atractivos cuando cuentan las cosas volátiles que ocurren mientras transcurre, paralela, la literatura es crita. El ejercicio del periodismo da a veces la oportunidad secreta de escuchar anécdotas así, que van volando como vuelan los mitos literarios, asidos a la imaginación, de quien va variando las historias y las fija según su albedrío. ¿Qué hubiera dicho Rulfo que dijo, cuál hubiera sido la versión de Rulfo?

Eso importa mucho, pero apenas importa. A veces, son mejores las cosas que se dice que dijo Borges que lo que el genial escritor argentino admitiría que dijo. ¿Quién va a desmentir que él en efecto veía y que un día Cabrera Infante lo comprobó haciéndole pasar sólo un paso, de peatones en Londres? ¿Dijo "estoy conmovido" o dijo "estoy muy jodido" cuando agradeció un premio en Santander? ¿Va Borges a desdecimos si decimos que lo único. que le preocupaba de las maletas con que viajaba era que tuvieran una rendija para que respiraran las corbatas? ¿Alguien creerá que no es cierto que Hemingway escribiera de pie, si la leyenda lo ha situado allí, ante la_ máquina de escribir, erguido como un caballo?

La literatura sobre los grandes escritores, a veces, se queda en el aire de lo que dicen. Escuchar a Augusto Monterroso susurrar anécdotas geniales que jamás ocurrieron es como leer. un libro suyo. Un día iba Juan Goytisolo con Fuentes por la universidad norteamericana de Colorado y una lectora, con fiebre de España le paró y le gritó en un pasillo:

-¡Mírenlo! ¡Es él! ¡El autor de Bodas de sangre!

¿La anécdota se fue tejiendo con el tiempo o fue así, no hubo más? Eso lo ha contado Fuentes, ¿Y cuál es la versión de Goytisolo? Se puede dudar si es cierto que Onetti recibió una vez a una periodista francesa, que se quedó mirando su diente solitario, con esta pregunta:

-Señorita, mira usted mi dentadura. ¿Cree que no tengo una buena dentadura? La tengo, pero se la he prestado a Mario Vargas Llosa.

¿Es cierto? En todo caso, ¿cuál sería la versión de Onetti? Sería maravilloso vivir cerca de esos seres que ya no están para componer con su visión propia de lo que han hecho, la verdadera dimensión de sus leyendas. Pero como no están, en tantos casos, es bueno que la imaginación de los otros vaya haciendo la literatura que ellos escribieron sólo viviendo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_