Madrid se quedó sin flores en el entierro de La Faraona
Decenas de miles de personas siguieron el cortejo fúnebre de Lola Flores con palmas y olés
Lola Flores fue enterrada como a ella le hubiera gustado: con la gente cantando La Zarzamora. Cuando el féretro era sacado del coche para ser introducido en la lápida, el cantaor Pepe de Triana sacó fuerzas para cantar. La popular copla no cuajó entre el público, el llanto se lo impidió. El cortejo fúnebre de Lola Flores fue seguido por decenas de miles de personas desde la madrileña plaza de Colón hasta el cementerio de la Almudena. Sus admiradores aplaudían al tiempo que gritaban 'Lola, Lola" y "guapa, guapa". Su cuerpo fue acompañado por 12 furgonetas cargadas de coronas y ramos. Un portavoz policial precisó que durante las 19 horas en que el cuerpo de la artista permaneció en la capilla ardiente fue visitado por unas 150.000 personas.
Rosario, la hija menor de Lola Flores, apenas se tenía en pie. Tuvo fuerzas, sin embargo, para, entre lágrimas y en medio, de un fuerte desconsuelo, volverse hacia el público y agradecerle con un beso su presencia. Ella, junto a su tía Carmen y su cuñado Guillermo Furiase (marido de Lolita), fueron los más directos miembros del clan de los Flores presentes en el entierro. Hubo dos grandes ausencias en las 24 horas que han seguido a la muerte de la artista: su marido, El Pescaílla -en círculos familiares se comentó que, abatido por la muerte de su esposa, no quería ni entrar en el domicilio familiar y que personas cercanas a la artista lograron hacerle desistir de la idea de pernoctar en un hotel- y Antonio Flores, el niño, como le llaman familiarmente, que lloró desconsoladamente a su madre en privado. Pese a que la familia entendía las ausencias, otras personas cercanas a La Faraona criticaron duramente a los dos hombres que no lograron superar en público el dolor. "Lo de ley era estar aquí", dijo un pariente indignado, ante la presencia de la anciana tía de la artista, Dolores, que estuvo a lo largo de todo el duelo nocturno en la plaza de Colón y que ayer se acercó también al cementerio.No faltaron sus grandes amigas. Hasta el último momento, Lola Flores estuvo acompañada por Carmen Sevilla (de las pocas que no habían pasado previamente por la peluquera), Rocío Jurado (con Ortega Cano del brazo), Marujita Díaz y Paquita Rico. Ninguna de ellas pudo ni quiso ocultar su desgarro. También se veía muy afectados a Pedro Almodóvar -"ella representaba la España más luminosa y tolerante"-, Marisa Paredes, Juanito Valderrama, Peret y El Fari, entre otros. Confundidos entre la multitud se encontraban también numerosos representantes del mundo del flamenco y de la danza.
Camino hasta la lápida
Justo para el entierro llegó a Madrid Pedro Pacheco, alcalde de Jerez, donde ayer se suspendieron todos los actos electorales en señal de duelo. "Hoy está muerta. Ayer no nos lo creíamos. '¿Es verdad?', me preguntaba ayer la gente por la calle negándose a aceptar la evidencia. Lola no es exclusiva de Jerez, es de España entera". El alcalde de la localidad donde nació la artista rechazó las insinuaciones sobre el pasado franquista de La Faraona: "Estuvo con Franco y con la democracia, pero sus admiradores no saben de sus creencias políticas, sólo la admiran como a una gran actriz".
Los empleados de la funeraria nunca habían visto entrar tantas flores en el cementerio madrileño. Las coronas, atadas a las vallas de seguridad, señalaban el camino hasta la lápida. Un camino plagado de admiradores que guardaron hasta la llegada de la comitiva fúnebre un respetuoso silencio. Tanto en el Centro Cultural de la Villa como en el recorrido hasta el cementerio por las calles de Goya y Alcalá hasta la plaza de Las Ventas, la mayor parte de los congregados eran mujeres. Desde primeras horas de la mañana había gente apostada a lo largo de las calles del recorrido. Ayer, especialmente en el camposanto, se notó una mayor presencia gitana: había familias enteras. Algunos de los concentrados eligieron el riguroso luto, que contrastaba con los faralaes por los que optaron otras.
Durante 19 horas el cuerpo estuvo expuesto en el Centro de la Villa. Las colas, que se mantuvieron durante toda la noche, bajaron de intensidad en las horas de madrugada y se acabaron a las 3.30 horas. El ritmo llegó a ser en algunos tramos horarios, según la Policía Municipal, de hasta 52 personas por minuto. Las horas de mayor intensidad transcurrieron entre las ocho de la tarde y las dos de la madrugada, en las que el trayecto llegó a durar hasta tres horas. Ayer, a las 9.30, se cerró el féretro de caoba clara y la familia pidió media hora de intimidad, algo que no habían tenido hasta entonces.
Despedida popular
Mientras tanto, en la calle esperaban miles de personas. Teresa Rodrigo, de 49 años, casada y con cuatro hijos, aguardaba desde las ocho de la mañana en primera fila para verla pasar: "La gente así no se debería morir nunca", le decía a la señora que estaba a su lado, una jubilada llegada desde Alicante para asistir al sepelio. "Yo estuve en el entierro de La Pasionaria", recordaba un ama de casa de 69 años. Algunos de los asistentes rememoraban también la despedida popular que Madrid rindió a su alcalde Enrique Tierno, en enero de 1986. El Ayuntamiento madrileño anunció ayer la decisión de dedicar una calle de la ciudad a la artista.
Como contraste a lo que fue su vida, el entierro de la artista más popular estuvo presidido por la sencillez. En apenas diez minutos, desde la llegada a la Almudena hasta que el féretro fue introducido en el panteón familiar, se acabó todo. La discreción en la despedida contrastaba con el fuerte dispositivo policial y el despliegue de algunos medios de comunicación que no dudaron en utilizar cámaras con travelín, grúas y las más modestas escaleras de la prensa del corazón.
Durante mucho tiempo, la tumba de la familia Flores -en ella están enterrados también la madre y el padre de Lola Flores, así como su hermano Manolo, fallecido en 1949, a los 16 años de edad- será un punto de peregrinación. Ayer mismo, nada más concluir el entierro, sus seguidores se hicieron con la tumba, inundada de claveles rojos. En los alrededores se escucharon durante horas palmas, olés y hasta saetas. Pero todo terminó como había empezado: "En el café de Levante, entre palmas y alegrías, cantaba La Zarzamora".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.