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Bill Clinton advierte que no será un jefe de Estado meramente decorativo

Antonio Caño

A falta de mayoría parlamentaria para tomar decisiones, Bill Clinton intenta recuperar la iniciativa política con declaraciones que lo devuelvan al centro del escenario político, frente al extremismo de los republicanos conservadores y a los viejos principios de su Partido Demócrata. "No me considero un jefe de Estado decorativo", declaró el presidente norteamericano, en lo que se interpreta como el anuncio de una actuación más combativa, ahora que el líder de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, comienza a ofrecer signos de vulnerabilidad.

Antes de regresar a Washington tras una provechosa visita a Canadá, Clinton anunció que está dispuesto a hacer frente a las propuestas republicanas que considere injustas y, a la vez, introducir reformas en programas progresistas -como el de la affirmative action, la discriminación positiva para los negros- que hayan quedado obsoletos."No creo que el pueblo norteamericano desee o apoye estas medidas derechistas radicales que están saliendo de los comités de la Cámara de Representantes", declaró el presidente en una conferencia de prensa.

Clinton se refería, fundamentalmente, a los recortes de gastos sociales que los republicanos de la Cámara Baja han sugerido con el fin de reducir en 17.000 millones de dólares (más de dos billones de pesetas) el déficit presupuestario para el próximo año fiscal. Clinton comparó esos recortes, que incluyen la eliminación de las comidas gratuitas en escuelas públicas y otros programas de beneficencia, con una "guerra contra los niños".

El presidente calificó de "horrenda política económica" la propuesta de obligar por ley a equilibrar el presupuesto de la nación, lo que obligaría a reducciones drásticas que perjudicarían a los más pobres. Esa propuesta pasó ya la Cámara de Representantes y debe ser votada el próximo martes en el Senado, donde los republicanos no tienen todavía los 67 votos que necesitan para aprobar la iniciativa.

Clinton trata también de mostrar firmeza en la defensa para el cargo de cirujano general -un supervisor de la salud pública, similar a un ministro de Sanidad- de Henry Foster, que había sido criticado por los republicanos por haber practicado abortos a lo largo de su carrera como ginecólogo. El presidente consiguió contener esas críticas al desafiar a los republicanos a que manifiesten con claridad si están o no a favor de la ilegalización del aborto. Pero una nueva polémica sobre el trabajo de Foster, a quien la cadena CBS vinculó a una investigación en los años sesenta sobre sífilis en los negros, vuelve ahora a poner en entredicho al prestigioso médico.

Al mismo tiempo que se enfrenta a los conservadores, Clinton se ha colocado frente a uno de los más tradicionales principios demócratas al anunciar que está dispuesto a revisar la affirmative action, que en los setenta fue útil para facilitar la integración de los negros, pero que se ha convertido en fuente de corrupción y de excesivo favoritismo para grupos minoritarios.

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"No voy a defender cosas que no puedo defender. Así es que creo que es hora de que lo revisemos [el programa de la affirmative action], lo discutamos y avancemos en eso", declaró Clinton.

La eliminación de la affirmative action, que fue uno de los grandes deseos irrealizados de Reagan, forma parte también de la actual agenda política conservadora, y probablemente se convertirá en uno de los grandes temas de la campaña electoral del año próximo. Dos académicos de California están recolectando firmas para someter ese polémico programa de discriminación positiva a referéndum.

Clinton se ha acomodado también a las posiciones republicanas en cuanto a la reducción del presupuesto de Defensa.

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