Pintor del gran fracaso

No levantó pasiones esta obra cuando se estrenó por primera vez en Madrid (Martín, 1 de noviembre de 1985). Y era y es buena, compacta, dura; también ahora tiene intérpretes jóvenes y aprestados al diálogo de su desastre colectivo, y una buena dirección.Sam Shepard es el pintor del gran fracaso americano; desde el del "chico del lazo" que va por los rodeos malganando su vida, perseguido por una fantástica condesa italiana que dispara por las noches contra él y sus caballos; y hasta el fracaso del incesto, con el que habían comenzado trabajando el teatro nacional todos los grandes dramaturgos cuando creían que estaban otra vez en la tierra de los grandes mitos griegos, serían desgraciados: ni romanos eran, ni cartagineses.

Están él y ella, y su ligazón, que, para ser más pacata, procede de cuando ni siquiera sabían que eran hermanos, y que ya enreda para siempre por el sí y por el no; hay un muchacho como deben ser los de la calle, un poco imbécil, que quiere sacara la chica al cine y que no sirve para nada. Y un aparecido: el padre de los dos -hermanos de macho, se dice, como en ganadería- que quizá aprieta un poco más la íntima relación explicando -a nosotros- ante el espejo: eso sí, muy lentamente, como si la verdadera dificultad de expresarse de los fantasmas fuese la de la fluidez y la velocidad. Ah, y la condesa invisible, celosa a la italiana que dispara desde lejos. No mata, pero arruina.

Cronistas del desierto

Sam Shepard escribe: ha heredado el texto narrativo de los cronistas del desierto, y la obra, traducida por no se sabe quién, suena bien. La dicen con soltura y, como dura poco, se oye a gusto.

Queda un poco la idea de que en el desierto de Mojave todos los chicos y las chicas son medio hermanos y de que se acuestan en seguida, antes de ponerse a investigar. Lo de siempre.