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Barro hablado

Hasta hace poco tiempo la agresión al habla se limitaba a un abominable ruido que sonaba así: cultura del pelotazo. ¿Llamar cultura a tal mugre? ¿Dar tonalidad deportiva a una convocatoria del poder por el poder, química del fascismo y fuente de toda corrupción, comenzado por la del lenguaje? Pero este gruñido entró -tal como empezó: de pronto- en el olvido cuando, al comenzar el tango entre delincuentes políticos y linchadores de delincuentes políticos que sacude como un trapo sucio la vida española, se destapó su revés en forma de cultura de la corrupción: se dijo tal como disuena y así fue oído por millones de sordos que se tragaron sin pestañear el envoltorio del sapo.Expresiones de esta baja ralea invaden estos días, como bacterias roedoras de sus tejidos, el habla callejera, filtradas a través del polvo que atraen los imanes de las pantallas de los televisores y los altavoces de los receptores de radio. ¿También hay, como ametralló ante un micrófono un cenizo de la palabrería al que se le notó en la voz sed de poder, una cultura del riesgo inversionista, una cultura de la consensuación y, no faltaría más, una cultura de la ingenierí a financiera? El metrallero se soltó la melena en un inaudible e inaudito monólogo con oscuras resonancias letánicas, originadas por el empleo esotérico y ritual de un leit motiv que buscaba innoblemente ennoblecer el pesebre verbal que alimentaba su sermón. ¿Por qué no entonces la tautológica -y a tenor de lo oido evidente- cultura de la incultura o, endureciendo los ruidos, una cultura del nada que decir, cáncer de la laringe de España?

Creo que -no es seguro que sea allí, pero al caso no le importa- es en El desprecio, una novela de Alberto Moravia que Jean-Luc Godard convirtió en una de sus últimas películas no masturbatorias, donde un gorila de negocios, de esos que tienen comezón en el dedo de apretar el gatillo de la pluma estilográfica, dice algo parecido a esto: "Cuando oigo hablar de cultura, no se si sacar la chequera o la pistola". En su caso es lo mismo: ambas son en sus manos armas homicidas. Pero lo malo es que habría que dar aquí aval de buen gusto al sujeto, porque ahora en España el sonido cultura es reiterado hasta la náusea como pasaporte para las formas más opacas de la salvajada idiomática, manifestación de la civilización considerada como un estado barbarie, como gruñido tecnocrático. De ahí que decir cultura suene, en muchos ecos que claman contra la corrupción, a sonido corrompido. Y, atrapada por una pinza de conductas podridas y de voces podridas, la España tartamuda deja oir su graznido indescifrable y estomagante.

Que estas expresiones -revela que es así su abundancia en la espontaneidad de los micrófonos y su menor densidad en las más calculadas palabras impresas- estén dichas, como los latinajos de los curas de aldea de Valle Inclán, para que prendan en la indolencia de las tabernas, como así ocurre, es indicio de que la credibilidad ambiental que el sonido cultura todavía tiene en España es parte de un entramado verbal establecido que envilece la lengua y por tanto la vida de donde procede la lengua. Por ello, las articulaciones de esas y otras formas de degradación del habla no son, aunque se vistan de ello, una respuesta a la corrupción: son parte de la corrupción misma.

Y de ahí, de su condición de barro hablado, procede la facilidad con que tales dichos se extienden como ondas en los quietos estanques mentales cuyo fondo remueven y del que, para cerrar el círculo, proceden: ese es su caldo no de cultura, sino de cultivo, un cultivo que, estos días de viciada campaña electoral, adquiere proporciones de peste. Y de ahí la verdad que arrojan como pedradas estas diáfanas palabras de Francisco Tomás y Valiente: "Es hipócrita la dicotomía entre sociedad civil sana y poder político corrupto: la corrupción se instala en la coincidencia de los más viles y encanallados elementos de una y otro". Por ejemplo en en encuentro entre unos cuantos altavoces de los que brotan cadáveres de palabras e infinidad de oidos sumisos, que convierten en un cementerio de sí mismo a este inerme idioma. Corrupción del habla, del alma.

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