Kline por primera vez
Franz Kline constituye otro de los grandes mitos del expresionismo abstracto norteamericano, aunque su obra, por paradójico que pueda parecer, está poco o mal estudiada. Gozó de una única gran retrospectiva, en el Whitney Museum de Nueva York, hará ya 25 años. De ahí que la exposición que la Fundación Tápies ha organizado, comisariada por Stephen Foster, constituya un hito importante en el conocimiento de este periodo tan decisivo del arte estadounidense.En el conocimiento y, podríamos añadir, en la aventura crítica de este artista. Porque el catálogo de la muestra consiste en un verdadero parti-pris teórico, en el que el comisario hace un análisis pormenorizado de la fortuna crítica de Kline, mientras otros escritores hablan del momento histórico que rodeó a los artistas, del clima intelectual de la Cedar Tavern, o de la relación -tan estrecha entonces- entre pintores y poetas.
Franz Kline
Fundación Tàpies. Aragón, 115. Hasta el 5 de junio de 1994.
Indudablemente, el gesto abrupto y fuerte de Kline era visto como algo mucho más agresivo en los años cincuenta. Pero se trata de un gesto que, aunque de grandes dimensiones y aparentemente rápido, siempre acaba siendo construido por una estructura y orden internos.
En un bello texto de declaraciones recogidas por Frank O'Hara y reproducido en el catálogo, Kline afirma que puede hablarse de si un cuadro ha sido realizado de una sola vez o a intervalos distintos (y pone como ejemplo a Picasso, pintor rápido): es este tipo de preguntas el que nosotros también le hacemos a él, pues seguramente su automatismo no lo es tanto como parece a primera vista.
Gestos
Su gesto no es caligráfico, en la vertiente orientalista de Tobey, o en la de los sutiles arabescos de Pollock: nos hallamos ante un gesto construido y constructivo, con referencias, incluso, figurativas. Algunas de sus pinturas, en efecto, poseen títulos como Figure y para él sus formas eran esencialmente personajes: "estructuras que son a su vez personajes trágicos", dijo el artista.La exposición que muestra el periodo maduro de la obra del pintor, sin duda es una decisión correcta, pero a los especialistas siempre nos gusta ver cómo empezaron los artistas. En el caso de Kline, sus inicios fueron muy académicos y parece ser, de terrible calidad: pero ¿cómo eran?
En la selección actual, es importante mencionar que las obras fundamentales de su carrera, como Wanamaker Block, Hazelton o Wotan, están todas aquí presentes. Que se ha hecho un catálogo razonado de todo lo expuesto, una tarea historiográficamente importante y útil. Que las obras de pequeño formato, entre las que hay óleos, gouaches y algún collage, son de un gran refinamiento, sin perder, ni un ápice de esta sensación de energía que Kline vehiculaba.
La presente exposición, en fin, ha hecho una apuesta al enseñar varios ejemplos de pinturas con color, desmintiendo, de alguna forma, la etiqueta Kline, pintor del blanco y negro. Entre todas ellas sobresale Red Painting, cuyos brochazos geométricos, intensos y rápidos, irradian sobre su fondo carmesí como un signo japonés.
Pero me atrevo a aventurar que hay un factor que enturbia nuestra mirada hacia Kline, y es el hecho de que su arte ejerció un impacto tan grande, que tal vez hoy lo veamos con los ojos de Tàpies, de Chillida, de Vedova, por no mencionar más que a los grandes, pues la cantidad de pequeños que asimilaron su lección es enorme.
Ello no le resta importancia a esta muestra, que es, además, primicia en España, y que viajará posteriormente a Londres, al Centro Reina Sofía madrileño y al Museo de Saarbrucken.
Babelia
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