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Adiós al mito de los escritores en la guerra civil

En 'Las armas y las letras', Andrés trapiello intenta "comprender y no disculpar"

"No se luchó por España sino contra la libertad". Tal vez sea esta frase inspirada por el periodista, muerto en el exilio, Manuel Chaves Nogales, biógrafo del torero Juan Belmonte, la que mejor resume el último libro de Andrés Trapiello (León, 1953), Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), editado por Planeta. Un relato de amistad y traición, del coraje y la indignidad que vivieron, sufrieron y cometieron los mejores escritores españoles del siglo durante esos tres trágicos años. Pocos estuvieron a la altura de las circunstancias y muchos fueron los que quedaron por debajo de sus obras, concluye Trapiello, cuyo objetivo ha sido "comprenderlos, no disculparlos".

Andrés Trapiello ha trazado el mapa de las relaciones y compromisos, de las afinidades y diferencias de los hombres de letras atrapados en aquella fatalidad histórica sin maniqueísmo, con la voluntad de por fin -¡casi 60 años después!- poder hablar de la guerra civil "ni a gritos ni en voz baja, sino en un tono medio, con naturalidad"."Ni todos los mejores escritores estaban en un bando ni todos los peores hombres estaban en la otra zona", afirma Trapiello, para añadir a continuación: "Si somos capaces de no tener en cuenta el estalinismo de Pablo Neruda a la hora de leer su poesía lírica, deberíamos poder leer los ensayos literarios o los poemas de Agustín de Foxá o de Rafael Sánchez Mazas al margen de sus brutales diatribas fascistas".

No obstante, el autor de El buque fantasma, no tiene ninguna duda de que hubo "muchas causas justas por las que luchar, -obviamente en el bando republicano- aunque al final quien se resintiera fuera la libertad".

Trapiello ve la guerra civil como "un ejemplo eficaz del pathos de la tragedia griega", consecuencia de "dos revoluciones de signo contrario que se desarrollan al mismo tiempo y con idéntica determinación de victoria y violencia: el movimiento fascista nacionalsindicalista y la revolución popular, de corte socialista, anarcosindicalista, troskista: o comunista, según las zonas".

Complicidad

Entre la muerte de Unamuno y la de Azaña, el miedo y la guerra dictó muchas conductas y obras. Las letras sucumbieron a las armas. Significó el fin de la amistad -el fin de La Gaceta Literaria, la "revista de todos"- y el comienzo de las villanías, de las delaciones, de las persecuciones y las calumnias. La complicidad y no la verdad se había hecho revolucionaria.Y ahí están para probarlo las cartas inéditas y tristemente fascistas de Ramón Gómez de la Serna, las adulaciones de Jorge Guillén a Queipo de Llano, la adhesión de Azorín a Franco, la petición de Pío Baroja -en un libro desgraciadamente olvidado, Ayer y Hoy, publicado en Santiago de Chile en 1939- de un militar "domador de las masas" o el siniestro prólogo antitroskista que escribió Pepe Bergamín para el no menos venenoso libro Espionaje en España, firmado por el misterioso Max Reiger y confeccionado a propósito para justificar la represión del POUM y el asesinato de Andreu Nin en mayo del 37. Textos todos que Trapiello da a conocer por primera vez o redescubre con gran amenidad a lo largo del libro.

Pero el autor no se queda aquí y da a cada uno lo suyo: Guillén hizo varios víajes a París pese a sentirse atrapado en la Sevilla franquista; tal vez Luis Rosales no pudo hacer más por su amigo García Lorca en agosto del 36 o quizá no pensó que las cosas llegaran tan lejos, pero "¿cómo pudo seguir siendo falangista muchos años después o al menos siempre gubernamental durante la dictadura?"; "¿Qué hubiera sido de los hermanos Machado de haber caído cada uno en bandos contrarios"?. Datos e hipótesis que Trapiello plantea asumiendo el riesgo pero sin buscar nunca el escándalo.

Sin embargo, sí hubo quién no perdió el honor en aquellas circunstancias, como fueron los casos -afirma Trapiello- "de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Antonio Machado o Ramón Gaya". "Me identifico con la actitud de Juan Ramón en la guerra y en el exilio y con la de Chaves Nogales (director del diario republicano Ahora y autor de un delirante reportaje sobre la revolución rusa escrita por un cantaor flamenco), y me conmueven las figuras de Unamuno y Antonio Machado. A mi entender, las dos figuras más dramáticas de' las dos partes. La de Lorca es trágica pero no dramática".

¿Es posible la literatura de guerra? Trapiello responde tajante: "Es muy difícil escribir en las trincheras". No obstante, destaca el Homenaje a Cataluña, de George Orwell, los cuentos de Chaves Nogales y la poesía de los hermanos Machado entre las mejores obras de aquellos años.

El escritor y el político

Pero no podía faltar en un libro escrito por un poeta, ensayista y editor como Trapiello la reflexión sobre el papel del escritor y del político, sujetos que el autor de Clásicos con traje gris ve diametralmente opuestos: "La política persigue el éxito, la literatura tiende al fracaso. El político piensa que el futuro siempre es mejor que el presente mientras que el escritor se conforma con que el presente no sea peor que el pasado".Y, en este sentido, Trapiello autor huye de la polémica convencido de que "la literatura nace del silencio y tiende a él, incluso en medio de las bombas". "Un escritor tiene un doble compromiso: con sus libros y con los más débiles".

Las armas y las letras -que, por cierto, se acompaña de una excelente biobibliografía de los "personajes del drama" y de una útil cronología de la guerra civil- sugiere buen número de lecturas y toda la atmósfera de una vida española irremediablemente perdida para siempre. "La España de la convivencia, de la bohemia, del dandismo, muerta en 1939 y a la que se le da la puntilla en 1959 con el Plan de Estabilización en 1959, en opinión de Andrés Trapiello.

"Paz, piedad y perdón", pedía Manuel Azaña a las generaciones futuras si "otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción", en sus últimos meses de vida. Antimonárquico, anticlerical y anticomunista, Azaña es ahora "recuperado por sus verdugos", algo que Trapiello no puede aceptar: "Que la nueva derecha, que es hija de la vieja, reivindique su nombre es un disparate inoperante; por decirlo suavemente es una teoría de un gran exotismo".

Se cierra el libro y queda la pregunta: ¿hemos superado la guerra civil?. Trapiello opina que no. "Sigue marcando nuestra vida, la de nuestros padres y nuestra infancia. La guerra civil ha sido sostenida día a día en las casas españolas".

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