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Mogadiscio, retrato de la locura

La difícil tarea de los somalíes para reconstruir su existencia

Vista desde el aire, Mogadiscio se extiende perezosa al borde del océano Índico: Nadie diría que las casas blancas son casi escombros y que sus playas están vacías. La capital de Somalia, epicentro de la guerra civil entre los diferentes clanes, encarna la imagen perfecta de la locura que ha arrasado el país durante dos años. En Mogadiscio se fraguó la caída del presidente, Siad Barre, que huyó en enero de 1991 después de haber pasado dos meses atrincherado en su palacio, y en Mogadiscio, tres meses más tarde, estalló la guerra civil abierta entre los clanes que habían acabado con una dictadura de 24 años.

ENVIADA ESPECIAL

Dos hombres del combativo clan Hawiye encabezaron los enfrentamientos: Mohamed Alí Malidi, hombre de negocios capitalino, autoproclamado presidente de Somalia, y el general Mohamed Farah Aidid, antiguo jefe de la policía somalí. El primero se atrincheró en el norte de la ciudad donde controla cuatro barrios. Aidid se adueñó de las tres cuartas partes del Sur. La división quedó sellada con una alambrada de color verde.El cartel de "Bienvenido" colgado de la ruinosa terminal del aeropuerto, acribillada a balazos, parece una broma. Las instalaciones son ahora la base de operaciones de las fuerzas multinacionales encabezadas por Estados Unidos, que, según la resolución de las Naciones Unidas, deben garantizar el reparto de la ayuda humanitaria a la población somalí.

En la entrada, cientos de jóvenes se agolpan para ofrecer un coche al recién llegado. Hasta hace 10 días, el servicio incluía una escolta armada, única manera de moverse por la ciudad. "Ahora, las armas las tenemos escondidas, porque los marines nos las quitan", dice Ahmed con una sonrisa. Tiene 22 años y hace dos había comenzado la carrera de filología árabe. El campus de la Universidad Gaheer se ha llenado de maleza. No hay futuro para estos adolescentes que tuvieron que dejar los libros y se hicieron hombres acariciando un viejo Kaláshnikov.

Con la llegada de las tropas estadounidenses, el sector sur de Mogadiscio ha recuperado toda la normalidad que puede esperarse en una ciudad sin agua, sin luz y sin servicios de ningún tipo. Si antes sólo circulaban por Mogadiscio los MadMax, vehículos todoterreno con ametralladoras encima, ahora se ven utilitarios destartalados e, incluso, una incipiente red de "transporte público": camionetas abolladas y sin cristales donde la gente se apiña en un prodigioso ejercicio de equilibrismo. Hay ya pequeños atascos en los principales cruces, en los que sieInpre se ven mezclados alguna tanqueta de marines y vendedores ambulantes. El pasado viernes, los guardias de tráfico desempolvaron los mismos uniformes que llevaban hace dos años. Pero el caos circulatorio y la falta de práctica les anima a apostarse en una esquina y charlar con los viandantes.

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Acaparadores

Con el control del puerto y del aeropuerto, la entrada masiva de alimentos ha quitado parte, del negocio a los acaparadores, y las calles se han llenado de puestos de fruta, legumbres y aceite, remanente del pillaje. Y al calor de las tropas multinacionales ha, llegado otro ejército paralelo: el de los periodistas y los funcionarios internacionales. El cielo se ha abierto para comerciantes y hosteleros. Hasta hace un mes, no quedaba en la ciudad un solo hotel. Ahora cuatro establecimientos ofrecen sus servicios a. los recién llegados. El más popular, sin duda, es el Sahafi, más conocido como hotel Tifoideo, reconstruido en estos días para dar cabida a decenas de desesperados informadores.Son los únicos rescoldos que quedan para el beneficio. "No hay que engañarse", advierte Don Redding, de la organización Save The Children. "La única economía de este país es la ayuda internacional". La ciudad está llena de centros para niños desnutridos y de comedores para adultos.

Los capitalinos intentan reconstruir su existencia, pero los miles de desplazados desde otras zonas del país no pueden hacer lo mismo, y se apiñan en cabañitas de palos y plásticos verdes desperdigadas por los descampados. Nadie sabe ya la población de Mogadiscio, que antes de la guerra tenía medio millón de habitantes.

En el centro nutricional de Hamar Jajab, Ibrahim está sentado sobre un cubito de metal chupándose un dedo. Junto a él otros 223 niños esperan su ración diaria de Unimix, una papilla de harina de judía, maíz, aceite y azúcar, el único alimento de los niños somalíes. En una habitación cercana, Rachel Pounds, pesa y talla a los críos. Ninguno sobrepasa el 80% del peso normal para su edad.

Para los adultos, la Cruz Roja ha establecido en la ciudad 320 cocinas que dan una ración de arroz y judías a 500.000 personas. Las organizaciones humanitarias tratan ahora de sentar unas bases mínimas de desarrollo con la vista puesta en la pacificación del país. "No importa que no haya una estructura de gobierno. Trabajamos con la población y preparamos el terreno para cuando la haya", afirma Don Redding.

El único rincón de todo Mogadiscio donde el horror se olvida es la escuela creada por la organización Concern con maestros de la ciudad, que acoge a 840 niños.

Para ello han acondicionado unos antiguos establos de control de peste. Las voces infantiles resuenan en el patio de la escuela. "¡Ba, be, bi, bo, bu!". Sentaditos en esteras, los niños repiten las sílabas que el profesor señala en la pizarra con una ramita.

En otra clase, toca matemáticas. Los alumnos desfilan delante del maestro con sus cuadernos emborronados de números. Los más chiquitines están en el patio. La profesora ha pintado un círculo de tiza en el suelo con los números del 0 al 9. Los niños deben pisar el que les indica la maestra. "El 5". Isnino se agarra el saquito que le sirve de vestido y salta sobre el 4. Cuando termina la jornada, los pequeños se ponen de pie y cantan el himno nacional. "Somalia, despierta".

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